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Reseña #744- Malnacidos

 

 

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Por Omar Farina

Buenos Aires. Sábado a la tarde. Petit Colon. En una punta del salón los lectores proustianos degustando madalenas, rebuscando en la memoria involuntaria y la “idea sensible de Merleau Ponty”.

En la otra punta, sentado en una mesa aguardo la llegada de Jimena.

Entra.

Se sienta frente a mi.

¿Qué querés tomar?, le pregunto.

Nada, me dice. Y no insistas, sabes que soy de armas tomar.

Pido mi doble solo.

Contame, le digo.

No, mejor lee.

Leo, y comienzo a viajar en el tiempo, es otra época. La siento. La narración tiene tensión por lo que se narra, pero transcurre tranquila. Te absorbe. Me impide levantar la cabeza para una pausa. Los vocablos y modismos arcaicos me muestran otra vez más la maestría de Matías. El mar me invade, su aire, sus olores, su furia, su calma, los barcos y los hijos que da para San Juan.

Ya no estoy en el Petit Colon, Jimena me borró de un plumazo, como esos que dio en su vida. Me arrojó al litoral, al Paraná, estoy sobre una embarcación junto a Almudena, la observo y se que piensa cuando lo mira al niño del mar y también sé que los dos no temen al castigo, aquellos castigos del siglo XVI, con una ambientación acorde muy bien lograda que invita a vivirla, a descubrirla de la mano del narrador; es exactamente la ambientación en que solo puede contarse esta historia, una historia de amores prohibidos con Oidores, Tenientes, Capitanes, Gobernadores, la infaltable piadosa Iglesia y sus curas; con abolengo, plebeyos e indios y un escribano poeta, fruto de uno de esos amores prohibidos, que escapa a una muerte segura, que conoció la fiereza del indio y una alcoba de una casa ilustre donde escribe sobre el papel y sobre la india, que murmura en su lengua la barbarie de la civilización, lengua, el abipón, que junto al latín y el español, Aimino las usa mostrándonos su buen saber hacer, llevándonos de un lado al otro del océano y de una punta a la otra del litoral.

Pero el poeta escribano deja una marca aún más indeleble en la india que su escritura sobre su cuerpo, esa comunión se llama Kebayaikin, unión de generaciones de temperamentos bravíos. Los piadosos hombres de Dios, muy cristianamente, de la mano de Santiago de Loyola, se ocuparán de él.

Me siento en el litoral, me siento transpirado, el polvo me ha quitado la visión, siento doblar las campanas, y no se por quién. Jimena me lo dirá, levanto la cabeza, pero ya no está, lentamente vuelvo del viaje, caigo en la cuenta que estoy en el Petit Colon, caigo en la cuenta que Matías Aimino me llevó de viaje en el tiempo y el espacio. He vivido una historia sin igual, ahí, en el lugar y tiempo de los hechos.

El café sigue ahí, sin tocar, frío.

Debo releerla, me digo, pero esta vez solo para mi.

Si.

¿por qué me miran así?

¿aún no tienen el libro en sus manos?

¿qué esperan?

De repente siento una mano sobre mi hombro. Me doy vuelta, una señora mayor, mirándome preocupada me pregunta ¿no ha visto pasar a Albertine?

 

La tierra firme (2018)

Autor: Matías Aimino

Editorial: Baltasara Editora

Género: novela

 

 

Complemento circunstancial musical:

https://www.youtube.com/watch?v=GxarGbesIqg

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