Por Diego L. García
Cuantos más libros de Aira leo, más me convenzo de que no hay otro proyecto actual que penetre con tal hondura en los conflictos del hecho de escribir, en los conflictos del Texto. Un general romano, un ejército de seis mil legionarios y un descanso en medio de una extensa campaña en la Panonia hacen de escenario para lo insólito que toda representación, en el fondo, conlleva. Hablamos de una tragedia compuesta por el mismísimo Fabius Exelsus Fulgentius quien a su vez cubre los roles de protagonista y director, junto con la participación de las pequeñas compañías locales. Por supuesto, hay múltiples aristas en el planteo de esta novela, pero me interesa ver más de cerca aquella que interpela el propio acto de producir literatura. Por allí trazaremos el surco inaugural de estas notas.
Un movimiento bastante recurrente en la escritura de Aira es el de descentrar. Fulgentius aprovecha su recorrido militar por territorios periféricos para representar su tragedia: “se dio cuenta de que sería mucho más fácil conseguir representaciones en provincias que en Roma”. Este desplazamiento no queda ahí, sino que repercute (figúrese la imagen de ondas acuáticas que se expanden) en la definición de literatura. Más bien en una definición, que no necesariamente debemos leer como una correspondencia del autor. La literatura como producto humano antes que tekné de especialistas (casi escribo “ciencia”). Veamos la siguiente cita: “De buena gana podía darles la razón a esos pedantes: quizás su tragedia no tenía ningún valor. No lo tendría para ellos, pero sí para él, y era lo único que le importaba”. Los “pedantes” también son referidos como los “autotitulados árbitros del gusto literario”, y sin que ello se lea como una postura airana a favor de una amateurización de las letras, no deja de señalar una crisis entre dos espacios: el interior de la escritura como evento de plena libertad individual y el afuera que se organiza como campo cultural con sus credenciales y jerarquías. No hay necesidad de pensar de qué lado está Aira, pues lo que nos convoca es la propia interferencia que su texto está produciendo (alcaración tonta pero cuando un escritor se convierte en una figura tan imantada para el espectáculo del mundo libresco pueden confundirse las intenciones).
Del texto de Fulgentius se nos revelan algunos detalles: “Experiencias posteriores le mostraron que el texto de su tragedia era liviano como el aire, se acomodaba a lo más pequeño, a la mota de polvo, o a lo más grande, al cielo. Y no era mérito suyo: todo lo escrito tenía las mismas propiedades de elasticidad, por ser cosa mental”. Como ocurre en Varamo la obra se abre a sus condiciones de existencia (parafraseo una expresión de dicha novela). También en Prins, donde el escritor de novelas góticas es desdeñado por los críticos, la producción de literatura es una experiencia vital y por ende ligada a ciertas condiciones sociales que intervienen de manera sustancial en eso que llamamos creación. La oposición entre “ser cosa mental” y la materialidad de la escritura con su devenir mercantilista nos posiciona en la situación de recibir el trabajo del hacedor textual como un estado pre-objetivado, como una composición evanescente, y en cierto modo como un resabio del ritual primitivo. Varias veces Aira nos quiere trasladar a esa encrucijada para indagar qué estamos leyendo y qué esperamos leer. Pareciera que para apreciar el valor de cierta literatura (vanguardista diría Varamo) hay que correrse unos pasos de Las Expectativas y ubicarse en la percepción sencilla del acontecimiento. Alrededor del fuego, escuchamos historias, soñamos y creemos, todavía, sin selfies que acrediten realidad. Ojo: a decir verdad estamos bastante encerrados (de hecho, escribo estos apuntes durante la cuarentena del coronavirus), pero la idea de la fogata comunitaria vendría a ser una metáfora de lo que podríamos llamar actitud lectora; no buscar una habilitación duradera y legitimada sino una disposición más despojada, más presta al asombro, más amorosa del misterio. Más compartible que decible.
Fulgentius, que no se considera a sí mismo un escritor, se expresa con claridad acerca de la materia de su obra: “Sería una experiencia nueva para él, dirigir. Lo entusiasmaba, en tanto le daría un contacto más íntimo con su tragedia, como si metiera las manos en su materia, que era el texto”. Tras este episodio, a partir de esa experiencia de corrimiento de la figura autoral (problematizada a lo largo de toda la novela), nuestro general se ve obligado a dar explicaciones sobre la composición, sobre el sentido de su texto… no quiero anticipar de más, pero cabe decir que las respuestas valen la pena.
La indagación en el hueso de la literatura por su condición o no de saber abre numerosas paradojas y absurdos en la trama de esta novela. Se trata de un asunto de combinaciones, de mecánicas. La novela es un ensayo al respecto. Roma caerá y la realidad rodará por caminos diferentes. Como en el teatro, el “tiempo artificial” vuelve a iniciar su representación y ahí estamos, nosotros y los anteriores nosotros, buscando la forma exquisita de lo irrepetible.
Fulgentius (2020)
Autor: César Aira
Editorial: Penguin Random House
Género: novela
Complemento circunstancial musical: