Por Miguel Sardegna
¿Qué forma tiene la poesía, ese raro infinito que miramos y nos devuelve la mirada? Pedro Alvarado nos dice que a veces es un rinoceronte; otras, unos cuantos peces de bocas hambrientas.
En cuarenta y ocho poemas y un epílogo, Alvarado construye un objeto mágico. Hay algo de onírico en el recorrido que propone, retazos de misterio y ausencia donde el tiempo se desdibuja, se solapa como una carta doblada, y el hijo es a la vez padre y de nuevo hijo. Solo uno de esos pequeños fragmentos de infinito supera la página. El libro es pequeño y elegante, como es pequeña y elegante la poesía. Cuando se tiene mucho para decir, no se precisan demasiadas palabras. La poesía de Rinocerontes no tiene versos ni rima. Casi nada de rima, en realidad, porque rinoceronte rima con horizonte, como leemos por ahí.
El horizonte es la infancia. Una infancia de peces naranjas que conduce a pensar en la muerte del padre, o en el cuerpo de la madre. Quizá la infancia de todos fue ese territorio en el que tuvimos peces y descubrimos la muerte.
Nunca hubo perros ni gatos en mi casa. Tampoco tortugas. Tengo un amigo que convive con dos tortugas viejas. Es muy feliz. Lo más cerca que tuve de una mascota fue un pez, como esos de los que habla Alvarado. Me duró poco. Me lo regalaron en una excursión del colegio, yo no tendría más de once o doce años. Me acuerdo que a mamá no le gustó verme llegar con esa bolsa con agua y el pececito adentro, nadando exaltado. No lo quería, pero se la aguantó, me permitió conservarlo. Algunos días después, a la vuelta del cole, mamá me hizo pasar sin escalas al pequeño lavadero que había improvisado en un rincón de la cocina. Todavía con la mochila colgada en la espalda, vi la pecerita que habíamos armado en la caramelera de cristal. Y el cadáver. No lo tiré porque quería que lo veas, me dijo mamá. No me ibas a creer que se murió y me ibas a echar la culpa a mí. Cuento esta anécdota de mi pez para no hablar de papá. Murió hace poco papá, parece ayer.
Hay puentes invisibles que conectan los poemas en prosa de Rinocerontes. Palabras que se resignifican con cada nueva aparición. Mirada, infinito, el color naranja, infancia, el barrio de Flores, avería, horizonte y, desde luego, rinocerontes. Ser padre, ser hijo, ser huérfano, ser nada. Los poemas se complementan y todos juntos construyen un texto cohesivo que invita a leerse de un tirón. Pero es una trampa. Rinocerontes no se puede leer de una sentada. No conviene. Quizá se podría pensar en una teoría estética y una teoría de la lectura a partir de esta sensación de vértigo que pide, a la vez, velocidad y pausa.
Escuché alguna vez que todo poeta llega a un punto en el que necesita construir su propia ars poetica, como Aristóteles, pero también como Pizarnik o como Yoshida Kenkō, el japonés que escribió Ocurrencias de un ocioso. Dice Alvarado: “Como frente a un rinoceronte, hay que estar frente a un poema y no salir corriendo”.
Rinocerontes (2019)
Autor: Andrés Pedro Alvarado
Editorial: Kintsugi
Género: poesía
Complemento circunstancial musical: