Por Vivi Vallejos
Al poeta de «Un éxito» -el primero de los tres poemas extensos de Jotaele Andrade que completan El Psicólogo de Dios– hubo que extirparle el tumor del vientre para que pueda ser devuelto en armonía al cuerpo social. ¿Cuál fue la afección de la que fue curado? La poesía, el lenguaje de la desmesura. «Hace tiempo me operaron del cáncer de la poesía/ salió bien dijo el médico/ y las enfermeras sonrieron// mire/ dijo/ exhibiendo un enorme frasco detrás del cual/
las/ sonrisas/ de las enfermeras/ se retorcieron/ y que olía a menta disgregada en formol/ y allí/ en el interior/ una sustancia/ extraña/ a veces fluorescente/ a veces oscura/ se movía/ como si tuviera gusanos o fuera cosa viva/ dejando escapar chorros de vapor que empañaban/ el vidrio/ las sonrisas deformadas de las enfermeras».
En el poema «El factor X», el poeta está infectado por un mal misterioso, y vagabundea, desmoralizado, por la ciudad. Tropieza en las calles con sus muertos: «y ahora toda la ciudad/ yo veía/ era un alegre carnaval de calaveras// y mis hermanos bailaban en sus huesos/ y mi madre/ y los hijos que no tuve// y la preciosa calavera/ de una mujer preciosa/ a la que yo había amado/ vino a rodearme con sus brazos». Marginado por un sistema que no encuentra solución a su falla, deambula bajo la lluvia, entre los vagones de los trenes, en estado terminal.
En la última pieza del poemario -la que da el nombre al libro-, el poeta entabla un diálogo con el Dios creador. Un dios sin aspecto divino, un hombre común, como cualquier otro, vacilante, algo aturdido y desconcertado con el producto de su creación. Un dios que muta de apariencia: un cuarentón no muy alto y casi vulgar; una chica vestida de modo extravagante; un becerro que mordisquea un edredón. Y el poeta es su intérprete -en el sentido del psicoanálisis-, pero también el elegido: «Y fue que apareció en el living/ desde la nada misma/ o desde sí misma/ una zarza que ardía/ en un fuego blanco». Aquel al que le fue revelado el mensaje. Un mensaje agnóstico, por cierto, que parece afirmar con Nietzsche que Dios ha muerto. Que no hay ningún orden ejercido por deidad alguna en todo lo existente. Que está solo pero participa de una voluntad emancipadora. Una pulsión vitalista actualizada sobre el final del poema: una fe nueva. Sin embargo, el poeta no es el superhombre del que habla el filósofo; es nada más un hombre que mira: “¿Qué otra cosa es una vida/-me pregunté-/ si no ir contra una luz que nos desgasta/ o acariciar un pájaro/ hasta matarlo?”.
¿Es el mismo poeta el que habla en todos los casos? Cada uno parece ser una versión del otro -un pariente, dice Juan Mattio en el prólogo-. Otra hipótesis podría pensarlos como sujetos líricos sin vínculo aparente entre sí, más allá del credo misterioso que practican o reniegan. Sea como fuere, el poeta aquí es esa figura universal que llega desde el fondo de la historia. El que carga con la angustia metafísica que acecha detrás de las situaciones de la vida ordinaria (un malestar enfatizado en la sociedad de control que describe). Pero la escritura de Jotaele Andrade no es precisamente una invocación poética de algunos temas filosóficos. Su actitud es la del pensamiento, pero su lenguaje no es hermético ni transhistórico. Es analítica, abre interrogantes, curiosea. Su poesía es además una investigación rigurosa sobre los materiales y procedimientos que componen el poema: los personajes reflexivos, el panorama absurdo, la repetición y la enumeración, la métrica que construye el ritmo, el peso de las asociaciones sonoras, el simulacro de la parodia, la serie de paradojas que funden lo concreto con lo abstracto, lo vulgar con lo sublime. Y envuelve una doble pregunta que late en su núcleo -Rita González Hesaynes lo advierte en el epílogo-: ¿qué es, en definitiva, la poesía? ¿Qué clase de humano es el poeta?
El psicólogo de Dios (2016)
Autor: Jotaele Andrade
Editorial: ¿Qué diría Victor Hugo?
Género: poesía