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Reseña #958- Hundirse para brotar

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    Por Cinthia Hamlin

    Nuestra sombra volcada al río de Washington Atencio pareciera abordar, como el título sugiere, el tema de lo fugaz e inestable del amor. La intención de “asir” el amor y al amado se cifran en imágenes que nos hablan, en realidad, de una cierta imposibilidad, como en “Ciclo”: “Acaricio hasta el rayo que se acuesta/ en tu torso/ perdido ente fardos”. ¿Se puede acariciar un rayo? El poemario de Atencio parecería responder que sí. No solo un rayo, puede acariciarse el cielo. En el poema que le da título al libro la experiencia amorosa se describe así: “En la tarde busco el cielo/ lo acaricio/ lo revuelco/ me deshago”. Amar y buscar el cielo son, en este poemario, dos caras de una misma moneda. 

    No creo, sin embargo, que lo inasible o fugaz del amor sea el quid del libro. Están presentes, sí, en cuanto constatación o, si se quiere, aceptación de una evidencia. Como cuando se mira una sombra sin saber cuál es el objeto de la que nace: esa sombra que está ahí proyectada en el piso –o en la superficie inestable de un río-, no es más que una prueba de que ese objeto –un cuerpo unido a otro- existe y que está interpuesto entre el cielo, la luz del sol y la tierra. La sombra es una evidencia: los dos cuerpos están tocados por la luz. 

     Estos cuerpos unidos e iluminados son los protagonistas de Nuestra sombra... Los dos cuerpos y, sobre todo, el deseo. Y no hablo solo de un deseo erótico. A través del juego paranomásico entre “sombra”, “siembra” y “nombra” que conecta distintos versos y poemas, el poemario de Atencio va haciendo aflorar un deseo que emerge de la misma fugacidad y que es, sobre todo, existencial: que el amor y el placer perduren. 

         El término “siembra” aparece en el poemario mucho antes que “sombra”: lo tenemos ya en el primer poema (“Anidar”), por lo cual entra en seguida en eco paranomásico con el título del libro: “el sol se siembra en tu espalda/ campo a la tardecita/ donde quiero germinar”. Esta “siembra” está íntimamente ligada al deseo que expresa el yo lírico: germinar. La unión entre la siembra y el germinar recibe una vuelta de tuerca en los poemas consecutivos “Lava” y “Siembra”:

 

LAVA

 

Mis dedos sepultan el deseo

en tierra que arde

colorada

 

Sentado entre piedras

a medio quemar, desciendo

lento 

con el suelo 

que se hunde

 

SIEMBRA

 

Fruimos granos

Amarilleando 

en la tormenta.

 

Brotamos

rojos

en lo oscuro.

 

    El yo lírico hunde en la tierra su deseo y lo que hunde, en realidad, es un cuerpo vuelto semilla. La siembra cifra, en el poemario de Atencio, el deseo de trascender la inestabilidad inherente de la sombra y del amor, el deseo de brotar, de que en el amor algo vivo perdure y crezca. La siembra –el sembrar, el enterrar o tirar semillas– es, de hecho, la acción que más repite el protagonista. En “Terrario”, por ejemplo, el “yo” recuerda al niño que “busca semillas/porotos granos de maíz” para armar un “germinador” y es ahí que encuentra una perfecta analogía con su experiencia amorosa:

 

El campo fue mi germinador

bebimos la luz con fauces abiertas

nombramos el cielo y el agua

quisimos brotar.

 

 En tus manos,

llenas de tierra

escupo una semilla

y espero. 

 

    La espera de brotar juntos aparece aquí como el culmen de una experiencia erótica que, a la vez, intenta ser asida a través de la palabra: “bebimos la luz con fauces abiertas/ nombramos el cielo y el agua”.  En este sentido, es sumamente sintomático que la única palabra que el protagonista pronuncia en todo el poemario, es decir, que se describe como siendo pronunciada por el amante, sea “cielo”. Así, en el poema “Palabra que cae”, el “yo” dice: “Beso/ el árbol y la tierra/ que tus pies besaron/antes/ tendón y raíz/ ceden/ se elevan/ […] mi boca aletea tormentas/ pronuncia cielo/ y calla”. La imagen de la experiencia erótica como búsqueda de cielo se retoma aquí en un cuerpo vuelto raíz que se eleva, como una planta que empieza a germinar. En ese elevarse, la “palabra que cae” es justamente “cielo”. Creo que se sugieren aquí dos cosas: mientras que en el “germinar” del amor el “yo” se acerca al cielo (se eleva), en el “nombrarlo”, en esa palabra que materializa al cielo con la voz (pero cae), el cielo se acerca a la tierra. Acaso sea esta la funcionalidad de la palabra poética. 

            Si “nuestra sombra” es el sello inestable y fugaz que los cuerpos dejan en la tierra cuando el cielo los ilumina, el poemario se focaliza más en la “siembra” (“nuestra siembra”?) en tanto acción de estos cuerpos que intentan combatir la fugacidad de su unión, trascenderla, a través del movimiento contrario: hundirse en la tierra para brotar como algo nuevo y vivo, y así elevarse al cielo. El último poema “Galope ciego” versa otra vez sobre este deseo de que el amor haga renacer (“Entierro todas las miradas/semilla por semilla/ para que puedas nacer”) y se cierra con la espera casi ritual de la lluvia. Nuestra sombra volcada al río más que un canto a lo fugaz del amor es en sí ruego de eternidad. Acaso sea también amorosa receta: volvámonos semilla, hundámonos en la tierra, cuidemos, anidemos, renazcamos, crezcamos al cielo. En esta serie de acciones implicadas en el “germinar”, como se sugiere en “Terrario”, está también el “nombrar”. La palabra poética como otra manera de vencer la intrínseca fugacidad de la sombra. 

      Finalizo volviendo al recurso retórico más llamativo de Nuestra Sombra. La paranomasia no solo deja en evidencia los tres núcleos de sentido del poemario, sino que aporta ella misma a acentuarlo. Este procedimiento implica, como sabemos, la repetición de vocablos muy semejantes, con mínimos cambios: una o dos vocales, una consonante. Así, la relación fonética y visual que se establece entre uno y otro término (sombra, siembra, nombra) es casi la de la proyección o –permítaseme- la de la sombra: una repetición deformada bajo un efecto vocal o visual. Este recurso retórico aplicado justamente al término “sombra” y sus allegados dispara más sentidos. Por ejemplo: de los tres términos, “sombra” ¿es la palabra-cuerpo o es, justamente, su proyección? Teniendo en cuenta la repetición e importancia que adquiere el “siembra” en todo el texto, me atrevo a decir que es “siembra” el centro corpóreo del que “sombra” se proyecta. Por último, este término en el título sugiere algo más: el poemario es también una “sombra”, una tímida proyección –como la palabra “cielo” que el yo lírico tímidamente pronuncia y calla– de la potente luz que irradian dos cuerpos que se aman. Con estos juegos, sumados a un lirismo tan luminoso como bucólico, Atencio logra que nos preguntemos cuánto más bello que su libro –hermoso de por sí- debe ser el amor.

Nuestra sombra volcada en el río (2020)

Autor: Washington Atencio

Editorial: Agua Viva

Género: poesía

 

Complemento circunstancial musical:

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