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Reseña #776- Expediente Báñez: retrato de época y mutación de la historia

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Por Kuky Basualdo y Pablo Méndez

Decir “hizo el odio” es un decir, porque el odio ya estaba hecho antes de que Gabriel Báñez (La Plata, 1951-2009) publicara su novela Hacer el odio en la “primavera alfonsinista” y por ende también antes de que la editorial Mil Botellas la reeditara en 2018, cuatro décadas después de que Fogwill contara que hizo el amor –o “ese montón de cosas que hicimos”– con su Muchacha punk en diciembre de 1978. Entre ambos textos hay ciertas afinidades (narrador en primera persona, la relación con una mujer, el andar por una ciudad), pero quizá la más relevante sea la forma en la que ambos autores analizaron la dictadura desde la naciente democracia.

En los primeros años posdictadura, Fogwill discutía la idea de que la democracia fuera el resultado del triunfo del pueblo organizado o la derrota militar, y la planteaba como una herencia (¿pesada?) de las Fuerzas Armadas y todos los actores civiles que la acompañaron, financiaron, sustentaron: desde la deuda externa hasta una larga lista de leyes continuaron vigentes como si nada hubiera cambiado en la formalidad institucional. En pocas palabras, el Proceso de Reorganización Nacional se había concretado con literalidad y la democracia se “refundó” sobre sus resultados. Báñez, por su cuenta, desde la novela, pareciera tener la intención de mostrar lo invisible de esa herencia: el cinismo, el destrato, el desinterés por el otro, el odio como telón de fondo (cada vez menos al fondo) en los comportamientos sociales.

Más que mostrar, lo que hace es provocar. El personaje que narra, Damián Daussen, es un provocador: silencioso para sus compañeros de trama, pero evidente para sus lectores. Así arranca: “La última pregunta que recuerdo de ella fue si yo era antisemita. Le respondí, naturalmente, que la quería. Pero no sé si la quería”. Ella es Raquel, la mujer con la que hace el amor en un hotel arruinado por Parque Saavedra, con la que camina por el Zoológico o con la que se encuentra en la Catedral: es la relación de amor y de sexo que atraviesa la novela de principio a fin, sobre la que pivotea para abordar una lista de tópicos particularmente actuales: violación, aborto, violencia física, vínculos tóxicos.

Damián Daussen comenzó el Seminario para ser cura y lo abandonó para convertirse en un trabajador no docente en la Facultad de Ciencias Exactas de La Plata, donde ejerce como sereno y por las noches pinta esvásticas en las paredes, modifica las muestras químicas de los laboratorios, maltrata al perro que divaga por ahí. Aún lee la Biblia, especialmente a Job, y piensa en incendiar bibliotecas. Se ríe de la pose platense de quienes colaboraban con la reconstrucción del Teatro Argentino comprando ladrillos del viejo edificio incendiado, cuando nunca fueron a ver alguna representación. Vive en una pensión, comandada por Doña Marga, en la que un día desaparecerá uno de los pensionistas: Yaco, un estudiante y militante tucumano, que le hablaba de ideologías  y él hacía como que lo escuchaba. Pasará un momento atroz con la policía, pero lo entenderá como un malentendido y lo sobrellevará sin rencores: hasta volverá a buscar al policía para pedirle un favor. Es solitario, aunque tiene algunos amigos. También es un experto en crucigramas. Tanto, que le molesta cuando en el diario repiten fórmulas de crucigramas anteriores. Más allá de ciertos rasgos de época claros, si tuviera un celular y tomara cerveza artesanal, Damián Daussen estaría comentando notas en portales digitales y destilando odio en Facebook, como amigo de cualquiera de nosotros.

La dictadura aparece en rasgos, sin ser mencionada, como parte del devenir histórico, es casi una costumbre, algo que por algún motivo ocurre y ya. El Mundial ’78, por ejemplo, ni lo nombra: el día del festejo, para Daussen, es un día en el que hay un tránsito inusual. Cínico, soberbio, irónico, logra empatía con el enano fascista que todos llevamos dentro, según repetía Neustadt en los ’90 y que Fogwill –por no citar a otro– ajusta al tachero porteño en Dos hilitos de sangre. En forma de adelanto, el escritor y editor platense, suicidado en 2009, lo dice con el epígrafe que cita de Liliana Cavani: “(…) es necesario partir del nazismo de pequeño formato que hay en cada uno de nosotros”. Daussen, páginas más adentro, aporta: “La violencia contenida, esa forma decorosa de sobrellevarla, de encubrirla, también es un producto urbanístico muy argentino”.

La reedición de un título puede estar motivada por fines meramente comerciales, por tratarse de un clásico, por el marketing relacionado a algún aniversario o muerte de autores, etcéteras. En el caso de este rescate de la Editorial Mil Botellas conlleva la intención de intervenir en lo público desde la literatura y es lo que redobla la pertinencia de Gabriel Báñez en cargar hasta el extremo tanta oscuridad mundana sobre un personaje para reflejar un costado, tal vez el más invisible, de la herencia posdictatorial, ya no con la democracia naciente, sino más de tres décadas después, con un neoliberalismo brutal que hace del odio una bandera, una costumbre, una forma de vivir.

Un lazo invisible, más por temático que por construcción narrativa, une Hacer el odio con Jitler, novela póstuma editada por La Comuna, editorial también platense fundada por el propio Báñez y continuada por su hijo Facundo. La literatura de Gabriel Bañez aún hoy, a pesar del galardón tardío que recibiera por su novela La cisura de Rolando, es desconocida por una gran cantidad de lectores; hay escritores (que sin disimulo se atreven a evocarse primero como grandes lectores) que no saben quién es Gabriel Báñez. Quizás el tributo siempre vino de la cercanía geográfica; en el país de las diagonales es donde la música y la literatura deberían buscarse.

En esta obra, el autor vuelve a torcer el lenguaje con una apuesta de riesgo: hurgar dentro de la investigación periodística, la épica de la crónica, y la novela de suspenso (eclipsada por el ropaje de best seller), para contarnos una historia con el recurso de desdoblar una trama que zigzaguea entre los datos reales y los ficticios. En pocas palabras, la maquinaria capitalista de Dan Brown burlada por la verdadera literatura.

Todo comienza con la obsesión de un periodista (alter ego de Báñez) con las obras (Diccionario Erótico del Río de la Plata e Investigaciones Astromitológicas de la Fantasía Humana en la Argentina) de un personaje real, Adolf Robert Lehmann-Nitsche, antropólogo, que fue contratado por el Museo de La Plata para realizar estudios sombre muestras óseas de indígenas de distintas partes del país. Y aquí una nueva dicotomía: la obsesión del periodista y la obsesión del estudioso alemán que partirá en dos sus investigaciones. Una que corresponde para lo que fue contratado y otra, lingüística, que puntea los usos y costumbres del lenguaje de los barrios bajos bonaerenses. En ese rastreo, este personaje también se desdoblará bajo el heterónimo de Víctor Borde. Un trabajo de campo que lo llevará a poner el cuerpo en los suburbios donde prostitutas y delincuentes son auscultados social y culturalmente. Pero aquí otra historia se superpone: la presencia fantasmagórica de Hitler. El autor que toma aspectos mitológicos para crear una narrativa, fuerza los engranajes del lector indolente. El libro es en definitiva un capullo de varias e intrigante capas, varias historias que se debaten en protagonizar la generalidad que impone el entendimiento de cualquier novela.

Hay un sesgo interesante que emparenta Jitler con La novela de Perón  o Santa Evita de Tomás Eloy Martinez. Un frecuencia donde los datos históricos funcionan como excusas argumentales para dotar a la narración de su esencia primordial: la astucia de la creación literaria. Ya desde el prólogo, Luis Chitarroni, agrega al mecanismo narratológico, un preámbulo que bien podría incorporarse como precuela de la(s) historia(s) del libro. “El tiempo había pasado, Gabriel me había traído Jitler, yo la había leído y estábamos hablando  de la novela en la esquina de Humberto 1º y Perú. Ante un reparo de maestro ciruela acerca de no me acuerdo qué tema, Gabriel, sin impaciencia, dijo algo increíble y se lo atribuyó a no sé qué poeta del que me había estado hablando. Como se ve el tiempo presente es el arte de borrarlo todo. Dijo: ‘El gerundio se está muriendo y nosotros seguimos creyendo por eso que el tiempo está hecho (de) pedazos’. Creo que era así. O así era lo que escribí en un papel de estraza (que creo era un mantel) donde lo escribí. Después no lo vi más”. ese supuesto gerundio del que habla Bánez bajo la el relato de Chitarroni se funde en los primeros versos que introducen el primer capítulo: De la cuna a la tumba/ nada tiene un comienzo/ Y ya todo viene siendo/ Llanto, guasca y vida punga.

Acaso la frase del extraño librero con el que se topa el protagonista es quizás otro desdoblamiento, una sentencia: un pequeño anzuelo de la técnica del escritor y, a su vez, la esencia con la que Báñez unificó su obra: Fiel en lo más profundo del alma.

Hacer el odio (2018)

Autor: Gabriel Báñez

Editorial: Mil Botellas

Género: novela

Jitler (2017)

Autor: Gabriel Báñez

Editorial: La Comuna

Género: nouvelle

complemento circunstancial musical:

Un comentario

  1. graciela graciela

    Las pesadillas y pensamientos turbios cuando leí Jitler, fueron tremendos y me duraron más de una semana. Comprendo a Gabriel Bañez, y coincido en un total acuerdo, más allá que fuera una novela, ¿novela, para él?, dudo,; nuestra Ciudad, goza de vericuetos, realidades e irrealidades fantasmasgóricas desde que fue fundada. Laberintos, pasadizos con huellas de sangre, estatuas y ritos, mensajes «non santos». No se levantó con alegría, sino más bien, por una disputa.

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