Por Adrián Ferrero
Que no calle la calle es un libro que en verdad adopta la forma de una exhortación. Porque desde la misma grafía y homofonía de su título ambas palabras (verbo declinado y sustantivo) remiten a la circulación palpitante en la que han tenido lugar las grandes manifestaciones, marchas, protestas y revoluciones en Bs. As. Esas voces, precisamente, se han hecho escuchar bajo la forma de cánticos, consignas o protestas. Ha sido el clamor del orden de lo popular que en un coro y en un eco colectivo adoptó la forma de una consigna. La voz de una comunidad que, incontenible, indetenible, rompe el silencio, quiebra esa nada, ese vacilar según el cual el silencio aún no se atreve a devenir acto y, por lo tanto adoptar la forma de lenguaje. Por lo tanto, este libro da cuenta de un estupor, de un inconformismo, de un malestar, del repudio a las distintas formas de la injusticia, de las tramas del dolor social, del la desaprensión o la obstinada corruptela de los funcionarios frente a las cuales una comunidad toma posición mediante la revuelta de la palabra hasta manifestar su hartazgo. Pero también, por qué no, de la celebración. Por un triunfo popular también. Así sea por parte de un grupo de la población (partidario, deportivo, etc.). Al leer resulta imposible dejar de escuchar ese rumor, ese murmullo. Porque está ese llamado a que el pueblo no sea neutral, no sea indiferente, no deje de tomar partido. Y, por lo tanto, tome la palabra.
Si Adela Basch recorre en una toponimia juguetona un diseño urbano remite a un cuestionamiento implícito de la arbitrariedad del signo. Ese signo que nombra a determinados referentes que son, para el caso, los distintos recorridos referidos de acotados ámbitos de la ciudad. De la ciudad de Bs. As. De su ciudad. En tal sentido, también este libro es lícito que pueda ser leído como un acto de amor celebratorio hacia el propio territorio que se vuelve territorio de palabras para ser cantado. Si existe ese Canto a mí mismo de Walt Whitman, el poeta estadounidense del siglo XIX, también existe un canto a la urbe. Hay muchos creadores y creadoras que le han cantado a su ciudad o su pueblo. Como Paul Auster a Nueva York. También a los lugares imaginarios que ciertos autores han creado, como la Santa María de Onetti, el Macondo de García Márquez o el condado de Yoknapatawpha del estadounidense William Faulkner, probablemente padre de los dos anteriores. Pero Adela Basch lo hace de un modo singular. Ligeramente distinto. No se tomará con solemnidad este canto a Buenos Aires porque no está en su espíritu referir mediante poemas un diseño descriptivo o narrativo el conjunto de una trama urbana sino más bien hacer un trabajo elaborado con el nombre. En efecto es el nombre de cada calle, el que en definitiva, palabras más, palabras menos, dicta el poema. Da el pie al poema. El que dispare las ideas y los significados asociativos merced a los cuales cada poema será concebido y escrito. Y será constelación. Y la sucesión de sonidos se irán encadenando a partir de esa devoción por el nombre. Muchos de los cuales son apellidos de personas de existencia constatable. En otros se trata de sustantivos. Pero a cada uno de ellos se encarga de sacarles el jugo. A los sustantivos por su carga denotativa y connotativa. A los nombres propios, por su carga significante sobre todo. Pero a ambos por el modo en que suenan y todas sus posibilidades combinatorias.
Cada calle denota un barrio y, como tal, a un cierto sector social que típicamente reside en él. Cada calle no solo denota sino connota socialmente una clase, un grupo, un conjunto de exponentes de la sociedad porteña. Y también cada calle contiene una historia. Este punto me parece crucial. Han tenido lugar episodios en ocasiones trascendentes e históricos en esas calles. De modo que Adela Basch nos remonta tácitamente a algún hito de Bs. As. (o de Argentina, porque Bs. As. es su sede, su lugar de gobierno, donde están asentados los Poderes que rigen su destino, donde se toman las grandes decisiones) que ha sido crucial.
El juego permanente con el lenguaje evita toda solemnidad, tan habitual en libros con fotografías turísticas o ciudadanas y, por el contrario, se erige en cambio prácticamente en su parodia sin por ello, como dije, perder un ápice ni de inteligencia, ni de contenido ni de agudeza. Hay un trabajo interesante y perspicaz con el nombre. Con el nombre de la calle. Cada calle, en virtud del significante que la nombra, será ocasión de dar lugar a una serie de estrategias retóricas, creativas, significativas y, sobre todo, a un juego de sonidos, porque de modo sugestivo conducirá a un itinerario por la génesis constructiva del poema a través del lenguaje. Cada nombre de la calle inscripta en el lenguaje mediante una polifonía será suscitadora de resonancias pero también de una innovación producto de lo que no ha tenido lugar. Tantos sonidos que reverberan y quedan asociados a sentidos, que Adela Basch es capaz de poner patas arriba lugares asignados, significados, espacios típicos que abruptamente conquistan nuevos sentidos alumbrados por su lírica deslumbrante. Entre una sonoridad a la que se rinde hasta el sustantivo propio más rotundo y convencional, la sintaxis del juego, la rima, la proliferación significante destroza toda forma de la seriedad en su vertiente más negativa y destructiva de la vitalidad.
Y tan pronto leemos estos poemas descubrimos que ya no nos encontramos en rincones de Buenos Aires, en un espacio que ha sido cartografiado y por los que evidentemente hemos transitado. Sino que estamos en una ciudad invisible, como quería Italo Calvino. Una ciudad hecha de palabras en términos imaginarios porque están cargadas del brillo en el que antiguos nombres connotan nuevas experiencias de lenguaje, esto es, nuevas experiencias la lectura. Esas experiencias de lectura son una vivencia de una riqueza infinita. Porque nos conectan no con lo que hemos vivido o nos han narrado acerca de esa tópica, sino de lo que esa tópica, desordenada, desarticula en sus mecanismos jerárquicos y los más represivos de los que abruptamente se libera para tomar distancia. La palabra cobra vuelo, cobra vida, como esa paloma que picotea el asfalto, que aparece fotografiada en el libro por Silvia Sergi. El poema echa a volar (¿o echa a rodar?), la calle deja de ser calle para devenir corredor por el que transitan voces. Esas voces que son posibles gracias a las remisiones del poema o de los poemas, cantan, gritan, bocean, corean, irrumpen impetuosamente en la esfera de los signos, pero también es la esfera de lo público y esta ciudad invisible al mejor estilo de Calvino como dije se traduce en un nuevo mapa, un mapa inesperado gracias al cual atravesamos por experiencias renovadoras. Podrán imaginarse el prodigio que constituye asistir a las calles cotidianas bajo una nueva mirada, una mirada jovial distinta de las muestras, en nuevos términos, según los términos del poema. Ese poema adopta entonces un carácter paradigmático, ejemplar, porque se abren compuertas insospechadas a la vida, que los límites de los cordones de una calle impedían mediante una amplitud limitada. Ahora, merced a los poemas, será de naturaleza ilimitada. Los poemas entonces proceden a una apertura del signo pero también del referente. Quien transite en este presente histórico por esas calles evocará estos poemas y de modo inevitable se rendirá al encanto del recuerdo de su magnífica manera de ser de nuevo nombradas con otro nombre. De ser rebautizadas con otras palabras. Una calle, en adelante, ya no será un nombre. A lo sumo será su nombre el título de un poema que a su vez integra junto a otros un poemario.
Y confirmamos que esta mujer que es Adela Basch nació con la música en los labios. O con la música en el pulso. Con la música en los dedos de las manos, en sus dígitos. Que su escritura canta porque su escritura consiste en una notación compleja que suscita cadenas asociativas de significantes bajo su dimensión fónica de melodía. La lapicera entonces se parece más a un instrumento porque a su paso por el papel traduce en una conexión directa las ideas en canto o en diáfana y cristalina imaginación musical.Porque la imaginación de Adela Basch la definiría en esos términos: una imaginación musical. Según la cual el gesto de escritura es gesto de claves, de notas, de tempos, de sonatas, de sonatinas, gesto sinfónico pero íntimo a la vez, de cámara en todo caso. De solista que se dirige a un auditorio lector en forma colectiva y privada a ola vez. Cada libro de Adela Basch es un concierto y es un encantamiento. En el nombre se cifra la cosa. Algo parecido (o similar) decía Borges. Y si no estoy errado los nominalistas también. En este sentido, la instancia de destino de estos espacios, más o menos verdes según los casos, permiten vislumbrar y pensarlos en abierta remisión a la manera en que son denotados. Pero si el título denota el juego, precisamente, aspira en un movimiento de radical invención a desmontar esa denotación hasta llevarla al extremo y el colmo de una serie incesante. El lenguaje se sale de quicio, pierde el juicio en su racionalidad comunicativa más instrumental y más paupérrima, más manoseada, más gastada por el uso, para devenir riqueza lúdica, sémica, formal y poemática, indefinida en el poema que se proyecta de modo potente con la imagen. La palabra es perturbadora no porque moleste o incomode sino porque genera un efecto de extrañamiento respecto del uso ordinario del lenguaje y, en especial, de los nombres propios que simplemente parece están llamados a designar un espacio. El poema desordena lo ordenado por sistemas cerrados de ideas que nos mantenían por fuera del pensamiento genuino, informado de la imaginación en tanto que invención, del espíritu juguetón, de la gratuidad, de lo que no tiene precio porque ni se vende ni se compra, simplemente se escribe o se lee. Circula como fluido que, brutal (y letal) pero sin embargo pacífico, trabaja con el lenguaje hasta hacerlo devenir lengua literaria que es de una densidad sémica notable y a la vez de una levedad (vuelvo a Calvino) de pluma. Tiene sutileza. Tiene esa capacidad de hacer decir al lenguaje para que siga diciendo indefinidamente. Una capacidad que he notado particularmente en la poética de Adela Basch.
Agregaría que bajo la estética del humor, hay sin embargo un abordaje de la ciudad que permite una percepción de ella que es ultrapercepción. Porque es tal la intensidad con que accedemos a la sensibilidad con que plasma su mirada sobre estos rincones de Buenos Aires, que ya no serán más los mismos en adelante. Muy probablemente estas calles se cargarán de un valor bajo los poemas que las nombran y las ilustran que ya no será el mismo que les conocíamos. Será un valor agregado. El valor agregado del arte que justamente viene a sumar y nombrar donde antes había vacío y pobreza. El poema restituye a esas calles la posibilidad de ser de otro modo porque se les brinda la posibilidad de ser nombradas de otro modo. Con significados abiertos. Y por lo tanto de ser captadas desde el orden de lo emocionante de otra suerte.
Una calle, según los acontecimientos que aloje, será capaz de rugir, de entonar, de insultar, de vitorear, de protestar, de vocear, de silbar, entre muchos otros matices. Planteada en estos términos, bajo la consigna de “no callar” se incita a la calle pero en verdad, por propiedad transitiva a quienes por ella transitan por elección o por destino, a quienes son sus habitantes, a sus transeúntes a romper el silencio. A no dejarse amedrentar por amenazas de prohibición de hablar o de exclamar. O bien a no hacerlo en otros casos por la modorra. Este clamor colectivo es el que permitirá en definitiva que se introduzca merced a esa intervención el cambio social. Motivo por el cual este libro está llamado a favorecer el dinamismo social, las prácticas sociales ligadas a la liberación de los sentidos, a la libertad de expresión, no su inhibición. Este libro es liberación. Y que lo sea en lengua española tiene un sentido aún mayor. Así planteado en términos de la palabra puesta en libertad, también es la palabra que se guarda entre las tapas de un libro para saltar de su interior en aquellos momentos en que cunde la falta de vitalidad verbal o el silencio. Esa palabra que, ahora sí, se sale del libro en estado de poema meditado que induce a la acción, de leer, de escribir, pero también de actuar. Para Basch debe haber clamor. Sin clamor no hay ni palabra ni literatura posibles. Los versos pueden ser entonados colectivamente por una comunidad, circunstancia que la aglutina, la consolida y le confiere identidad social. Este me parece el punto nodal del libro. Las calles confluyen en una zona vagamente común que es la ciudadanía pero, sobre todo, la lengua española en su variante rioplatense en una espacio concreto que tiende a la reunión de conjunto y no al estallido que dispersa. Adela Basch restituye un mapa que orienta hacia la unión en un punto concreto hacia el cual todos los lectores se dirigen, se encontrarán, podrán leer y escuchar, pero también hallar el ámbito de la confluencia y la concordia para leyendo entenderse, entender el mundo, el lugar en el que viven, descubrir que también puede ser objeto del placer de nombrarlo de otras formas. Bajo la más completa libertad de expresión, en especial la lúdica.
El poema nos permite ver la calle bajo una nueva luz alumbrada por el lenguaje trabajado poéticamente y a esa calle bajo la forma de una miniatura se le atribuye forma poemática, se le confiere identidad narrativa también, porque en ese poema suceden cosas que pueden ser referidas mediante un relato que las cuente como un cuento. Pero también según un conjunto de imágenes que ilustren de modo acabado menos paisajes que un espíritu de lente para detenernos en lo que solíamos pasar por alto. Está el otro juego. El que entablan las coautoras. Los poemas de Basch con las espléndidas fotografías de Silvia Sergi que desde el lenguaje visual confiere entidad física (y de allí a una metafísica) a un discurso verbal que de otro modo sería exclusiva imaginación creativa. Es aquí donde el libro deviene libro objeto. La fotografía restituye la instancia referencial, establece una función de anclaje, articula sentidos nuevos con el orden de lo verbal, los enriquece, se detiene en momentos iluminador congelando emociones o lo hace en ámbitos significativos porque son definitivos y definitorios del espíritu tanto de esa calle como del poema (al que remite) que esa calle ha inspirado. Sin embargo, no nos dejemos engañar. Las fotografías no son espejos. No son reproducciones. Son construcciones visuales, representaciones sociales producto de una tecnología y de un ojo inteligente (para el caso) que de modo selectivo concibe un mapamundi paralelo al de los poemas (¿la ciudad visible mediante fragmentos? ¿a ciudad mediante retazos?) pero también junto a él, a su lado. La fotografía es la configuración icónica que a su vez mediante el detalle permitirá mediante la metonimia la reconstrucción y restitución virtual de una totalidad ¿Buenos Aires? ¿Mi Buenos Aires querida? Quién puede saberlo. Estos son los vericuetos creativos, las versiones y los movimientos de una ciudad invisible que mediante la invención pero también mediante la ilustración tanto verbal como visual según ambos códigos semióticos que entran en feliz coloquio ambas creadoras han concebido, han conquistado, han compartido ¿Qué diría Gardel al asistir a semejante prodigio? Les dejo ese acertijo. Y luego no lo callen.
Que no calle la calle: poesías y fotos de Buenos Aires ( 2019 )
Autoras: Adela Basch/Silvia Sergi
Editorial: Abran Cancha
Complemento circunstancial musical:
Me siento sumamente honrada con esta reseña de Adrián Ferrero y muy agradecida a Solo Tempestad por haberla publicado.