Por Coni Valente
Petrusi es un anagrama de Pertusi y Pertusi para mi es Ciro. Ciro Pertusi de Attaque 77. El apellido no es un tema menor en este libro, ya que hay mucho del legado familiar del protagonista puesto en la construcción del rol que adopta Diego Petrusi, el protagonista.
“Por la banquina” es otra manera de decir al límite, siempre al filo de la navaja, temiendo silenciosamente que el castillo de naipes se caiga. Pero también es una linda forma de hacer referencia a la ruta por la que anda Petrusi, sin rumbo, adaptando sus cuentos a lo que ese itinerario incierto le va marcando sorpresivamente. No se puede negar que este “argento” de pura cepa tiene un gran don para ir “inventando” sobre la marcha. Y “como las mentiras tienen patas cortas” cada vez debe correr antes y más rápido.
Esta novela, liviana y divertida, roba risas, muchas risas, pero también otorga un espacio para reflexionar acerca de varias cuestiones: nuestra propia identidad en términos de cotidianeidad, nuestra idiosincrasia como argentinos y nuestra forma de enfrentar los vaivenes ante los que nos pone el devenir de la vida. Siempre inesperado. Igualmente creo que la historia de Basile, el autor, no tiene tantas pretensiones, que su intención es solo relatar un cuento divertido hilado por un personaje pintoresco, simpático. Pero pese a que él no declare un fin detrás de sus letras, yo en mi rol de lectora no puedo dejar pasar todo lo que, entre líneas, me transmite.
La cosa es así:
A Diego Petrusi lo echan del trabajo de oficina espantoso que tiene. “Estaba decidido a vivir panza arriba hasta que se acabara la indemnización” dice él mismo, pero sin embargo “por esas cosas de la vida” sus planes se ven truncados, al menos los de rascarse y entonces arranca esta historia que, decididamente, habla acerca de nuestra forma de ser, ser argentino. ¿Cómo somos los argentinos? Simple, como Diego Petrusi: vagos, atorrantes, ventajeros, chantas, picaros, nos creemos los más vivos del mundo y nos vanagloriamos de ese don que nos dio nacer en este suelo.
Y entonces, allá va nuestro simpático protagonista, a la loca aventura de “robarse una identidad” (en principio) para ver si zafa un tiempo y con el correr de los meses empieza a acostumbrase a ser otro.
Primero, en Coronel Abeledo, un pueblo del norte de Santa Fe. Conserva su nombre pero finge ser un jugador homónimo, ex Platense y recién llegado de Europa para jugar en Defensores Unidos por unos mangos. Y así pasa de un trabajo en pleno microcentro a ser ídolo del futbol pueblerino, cogerse a una pendeja de 16 y vivir tranquilo en una pensión. A cambio se banca algunas patadas pero la estafa tiene un fin. Y más temprano que tarde, le llega el día de esfumarse antes de ser linchado.
“No había necesidad de mentir, pero le había agarrado el gustito a vivir en historias inventadas” y Petrusi le hace honor a su propia cita, así que se alía a un desconocido camino al sur y sobre la marcha idea un nuevo personaje: Saturnino Vidal, vidente personal de estrellas populares. Decime si con ese nombre no te va a ir bien. Bueno, digamos que le va bastante mejor de lo que podría esperarse. Sin embargo, un hecho trágico determina la transición a su siguiente vida: Diego Moya, representante de artistas (y circunstancialmente de modelos). En este nivel, todo pasa muy rápido y este tremendo corrupto de Petrusi debe escapar prematuramente. Y entonces, la banquina se vuelve más estrecha cada vez. “Me quede clavado en la banquina, con los bolsos en el asfalto y la mirada perdida en la ruta”
Uno debería indignarse: Petrusi es un estafador, juega con la ilusión de la gente, miente a sabiendas del daño que puede provocar y sin embargo, Basile logra que su personaje, que moralmente es un criminal, genere sonrisas, afecto, hasta cierta admiración pero jamás bronca ni ira. Creo que eso es también lo que nos pasa a todos con nosotros mismos y con los demás: las mentiras piadosas, los pequeños ocultamientos para evitar discusiones innecesarias, alterar detalles en las historias que contamos. Todas cosas que son típicas del ser humano, pero que en los argentinos estoy convencida están exacerbadas. ¿Por qué somos así? ¿Por qué intentamos siempre dar una impresión alterada de nuestra propia humanidad? Es posible que los asuntos aspiracionales influyan fuertemente en nuestros relatos y que psicológicamente y de forma involuntaria distorsionemos sutilmente “nuestros cuentos” para adaptarlos a las necesidades de las diversas circunstancias: emocionar, impresionar, dar miedo, marcas limites, imponer autoridad.
La impunidad del engaño. Es como el efecto del alcohol: te da agallas, te envalentona. ¿Pero es real? Ese es otro punto que Basile deja claro, sobre todo llegando al final de la travesía de Petrusi: “Entristecí súbitamente y por un instante me sentí vacío”. Ser otros puede ser adrenalínico un tiempo, puede resultar (como yo creo que lo es, en este caso) un buen escape a la tediosa rutina, pero en el fondo de nuestra esencia y al final, termina siendo un inmenso hueco por el que puede sentirse el aire pasar. Y ahí, justo en ese momento, una decisión es necesaria, urgente: seguir en el camino de la farsa o hacerse cargo de la propia identidad.
Diego Petrusi, pese a la paranoia y a la falta de rumbo aparente, pese a la preocupación y la pesada carga de saberse un cuasi delincuente, disfruta del juego, encuentra en ese andar errático, saltando de vida en vida, un cierto placer que lo regocija. Siente el pánico de la clandestinidad pero al mismo tiempo no puede detenerse. Y esa dualidad, en las últimas páginas, lo pone frente a un nuevo quiebre en el relato, lo ubica en un nuevo principio. Y entonces, debe tomar una decisión que puede cambiar todo para siempre. Diego Petrusi, ¿cruzara la línea o no?
Por la banquina (2012)
Autor: Ariel Basile
Editorial: Simurg
Género: novela