Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más lejanos, lejos de toda presencia humana, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros.
Franz Kafka
Por Maielis González
Foto: Adrián Replanski
Resulta muy difícil enfrentarse a una obra cuando se ha creado alrededor de ella tanta expectativa. Son altas las probabilidades de decepción. Y eso temí cuando, luego de meses escuchando comentarios maravillosos sobre Cadáver exquisito, lo tuve entre mis manos; cuando por fin cruzó el Atlántico y estuvo a disposición de los lectores de España y fui, como la primera, a darle caza en las librerías madrileñas. La novela se había alzado con el premio Clarín en tierras argentinas y yo, además, tenía una relación de amistad con su autora, Agustina Bazterrica, de quien ya había leído su libro de cuentos Antes del encuentro feroz, que fue, entre el botín literario que me llevé de mi estancia en Buenos Aires, el que más me conmovió. Sus cuentos, escritos con una prosa sencillísima y al mismo tiempo cargada de la poesía que tienen las cosas cotidianas cuando se las mira desde el lente oblicuo del extrañamiento, mezclaban situaciones de la vida diaria con elementos fantásticos, extraordinarios y atroces. De manera que esta cercanía con la autora, paradójicamente, contribuía al miedo, que poco a poco se había ido sedimentando en mi mente, a que la novela me decepcionara.
Sin embargo, no fue así. Cadáver exquisito, una proyección distópica de nuestra sociedad contemporánea en la que, por causa de un extraño virus que contaminó a los animales, se normalizó la crianza e ingestión de seres humanos, se me descubrió como una novela escrita exquisitamente –nunca fue más pertinente una redundancia–, con personajes verosímiles y complejos y con un worldbuilding que se iba revelando de manera metódica y envolvente.
En un país como Argentina, en el que comer carne es un elemento profundamente arraigado a la idiosincrasia de su gente, donde el asado de los domingos es un ritual prácticamente sacro, una extrapolación como la que propone Agustina en su novela es tan plausible como hereje. En su obra, como ocurre en buena parte de la ciencia ficción, se juega con la noción de la alteridad; solo que en este caso el otro no es el alienígena, el robot o el ciborg. El otro es el propio ser humano, en virtud de las difusas fronteras y nebulosas causas por las que en cierto contexto puede cualquier individuo convertirse en “el otro”, puede deshumanizarse, cosificarse y servir únicamente para la subsistencia de aquellos que ostentan el poder.
Cadáver exquisito, en sus múltiples niveles de lectura, es simultáneamente un llamado de atención sobre los crueles métodos de la industria alimentaria contemporánea, una hipérbole respecto a qué tan lejos podemos llegar en pos de la conservación de un status quo de dudosa eticidad, una crítica a la manipulación de la información y a los usos nocivos de los avances científicos; Cadáver exquisito es, en definitiva, una mueca sardónica con labios ensangrentados a la prepotencia y la insensibilidad que nos caracteriza como especie. La encrucijada que propone no se queda en el simplista “comer o no comer carne”, sino que va más allá. La epifanía nos llega de la boca de Urlet, uno de los personajes más cínicos y repulsivos de la historia: “Después de todo, desde que el mundo es mundo nos comemos los unos a los otros. Si no es de manera simbólica, nos fagocitamos literalmente. La Transición nos concedió la posibilidad de ser menos hipócritas”. Es, entonces, sobre esta sociedad caníbal, sobre la nuestra, la de todos los días –la misma que provee un problema para cada solución, la que en su biopolítica desalmada decide quién vive y quién muere, la que prejuzga y condena, la que nos cría, engorda y devora para luego defecarnos– que se nos habla en la novela.
Con ella, Agustina Bazterrica entra por la puerta ancha a un Olimpo de narradoras y narradores argentinos que han producido las obras más extrañas, inquietantes y memorables de la ficción de los últimos tiempos. Su humor amargo y terrible me hace pensar en la característica insolencia de la prosa de Angélica Gorodischer, mientras que la naturaleza de su distopía, su negación de todo consenso o final feliz me remite a esa magnífica novela que es La muerte como efecto secundario de Ana María Shua. Como Gorodischer o como Shua, Agustina urde una red en la que queda atrapado el lector y de la que una vez que logra salir, terminada la novela, ya no podrá volver a ser el mismo de antes.
Más a allá de todos los epítetos adjudicables a esta novela, que podrían figurar en el cintillo de su solapa en busca de enganchar a un consumidor –hipnótica, escalofriante, poética, con un final inesperado, de fácil y atrapante lectura–, la de Agustina posee además esa cualidad inefable que invariablemente aparece en las obras que, a la larga, perduran en la literatura de cualquier época.
Cadáver exquisito (2017)
Autora: Agustina Bazterrica
Editorial: Alfaguara
Género: novela