Por Agustina Bazterrica
Pensemos en Sísifo empujando la piedra por la montaña una y otra vez. Ahora imaginemos que la piedra y la montaña desaparecen y Sísifo se queda sin nada que hacer y sin la certeza de cuál es su nombre, ni de dónde viene, ni de dónde está, ni siquiera de si las palabras que pronuncia son reales. Esta pesadilla dilatada es la que explora Beckett en su novela El innombrable.
La tercera y última de la trilogía formada por Molloy y Malone muere, El Innombrable es una obra que no admite clasificación porque se asienta sobre el vacío que pueden lograr las palabras, sobre el vértigo opresivo de un soliloquio que no cesa, sobre un monólogo delirante que nos sumerge en el abismo del discurso, nos refleja el absurdo coloquial de una existencia: “O, a través del absurdo, convencerme de ser (…)”.
Sin querer forzar el paralelismo entre Beckett y Joyce, el protagonista de El innombrable podría ser un Leopold Bloom que ha perdido el rumbo de su odisea, un ser aislado en una búsqueda infructuosa de sí mismo plagada de contradicciones y dudas: tiene los ojos abiertos, pero es ciego; dice estar en un no lugar para luego afirmar que vive, sin extremidades, dentro de un frasco para, más tarde, aclarar que no está en ninguna parte; clama por un poco de silencio, pero no puede dejar de hablar, porque de hacerlo su existencia se vería comprometida ya que él debe vivir únicamente de y con palabras: “(…) estoy hecho de palabras, de las palabras de los otros”. El silencio que tanto desea lo aniquilaría: “Sin embargo, estoy obligado a hablar. No me callaré nunca. Nunca”.
El Innombrable es un grito nihilista que habla del mundo insensato de la posguerra y del absurdo de creer en Dios y en los hombres cuando sólo somos animales enjaulados en nuestra propia demencia: “(…) como un animal nacido en una jaula de animales nacidos en una jaula de animales nacidos en una jaula de animales nacidos en una jaula de animales nacidos en una jaula de animales nacidos en una jaula de animales nacidos y muertos en una jaula de animales nacidos y muertos en una jaula de animales nacidos en una jaula, muertos en una jaula, nacidos y muertos, nacidos y muertos en una jaula en una jaula nacidos y después muertos, nacidos y después muertos, como un animal digo (…)”
Con astucia y lucidez Beckett nos sumerge en la desintegración perpetua de su personaje. Nos involucra en el clima desquiciante, pero cautivador, del debatir agónico y circular. En El innombrable no hay un hilo narrativo, ni certezas, esa es su cualidad, sólo palabras que asfixian, que nos llevan a ser Sísifos desgarrados en la búsqueda de respuestas negadas. Sin embargo, Sísifo nunca se detiene, y tampoco podremos hacerlo nosotros: “(…) voy a ser yo, va a ser el silencio, en el que estoy, no sé, no lo sabré nunca, en el silencio no se sabe, hay que seguir, no puedo seguir, voy a seguir”. Seguiremos.
El innombrable (2016)
Autor: Samuel Beckett
Editorial: Godot
Género: novela