Por Matías Bragagnolo
Siempre le tenía que dar el último turno, porque siempre tenía alguna excusa pelotuda para cancelarme los otros a último momento, la muy zángana.
—Licenciado, ¿cómo estuvo su semana? —Exclama demostrando un entusiasmo y una simpatía auténticos.
Guardé silencio, como siempre hacía cuando preguntaba lo mismo. “Pedazo de desubicada”. Largó la misma risita que usaba siempre, nunca supe si para pedir disculpas por o para auto-festejarse la boludez en la que vivía inmersa. La miré fijo, fingiendo tranquilidad e imparcialidad, respirando por lo bajo, esperando que escupiera la primera de las intrascendencias del collar que el dinero de sus padres le permitiría confeccionar en una más de las sesiones semanales de cuarenta minutos que desde hacía dos años yo tenía que tolerar.
—¿Lo leyó, licenciado? —Su entusiasmo no decae.
No me había dado cuenta que, en vez de traer la usual cartera de mano, esta vez tenía un libro en la mano. Me estaba mostrando la portada. “Asfixia” es el nombre. Elisa Bellmann la escritora. Bastante sorprendido, estuve a punto de decirle que, pese a no saber siquiera de la existencia de esa publicación, conocía brevemente a la autora desde mis días como pasante en el instituto Philippe Pinel, allá por la segunda mitad de los noventas, cuando ella era la co-directora. Pero me limité a negar con la cabeza.
—Ah, no sabe lo que se pierde.
—¿Es una novela? —Pregunta el psicólogo, demostrando interés muy en contra de sus intenciones, contrariado por la asociación entre una paciente que tanto rechazo le produce y una colega conocida a quien lleva casi veinte años sin ver.
—¡Sí! ¡Y qué novela! Una novela negra, medio policial. De la colección Negro Absoluto, la de Sasturain, ¿la conoce? Ya casi la termino. A la novela. Me tiene atrapada. Casi no vengo por terminarla. Es de una mujer que va a ver a un psiquiatra. No le dice bien qué quiere, pero le cuenta que es la hermana gemela de una joven asesinada unos cuantos años atrás. Y el doctor sabe del caso, porque él declaró en el juicio porque había tratado al asesino antes del crimen. Parece ser que la mujer había asumido la identidad de su hermana muerta y se había ido a vivir a España. Y ahora volvió para revelarle al psiquiatra la verdad sobre el caso. Parece ser que no todo es como lo dijo la sentencia. Hay todo un tema con la madre de la mina, y con la hermana, y con el novio, que fue el que fue preso, y con el padre de las dos, milico durante la última dictadura. La mujer esta tiene unos mambos terribles y al psiquiatra todo lo revuelve las tripas porque él también sabía más de lo que dijo cuando declaró ante el juez. Y uno se entera de casi todo por lo que se habla en esas pocas sesiones, en el consultorio, entre el doctor y la paciente.
No pude reprimir un bufido, que pasó desapercibido porque siempre estoy bufando cuando está ella en mi consultorio, y debe creer que es algún tipo de tic de mi parte, o que son los suspiros que tenemos los gordos panzones dedicados a la salud mental. Al mismo tiempo, si bien ya tenía decidido no revelarle mi pretérita vinculación con la autora, estaba empezando a ser comido por una curiosidad malsana. Como lector empedernido que soy de novelas negras, no puedo entender cómo se me pudo escapar esa, conociendo la colección. Cómo pude haber pasado por alto, en alguna librería, el nombre de Elisa.
Miré la hora. Las ocho y media. Se iba a ir pasadas las nueve. Las librerías del barrio iban a estar cerradas. Puteé para mis adentros, porque me habían dado unas ganas tremendas de ponerme a hojear ahí mismo la novela, y empezar a leerla.
Fingí una sonrisa para aumentar la simpatía que esta boba tenía por mí y convencerla de lo que se me acababa de ocurrir.
—Si querés podés terminar de leerla acá. ¿Cuánto te falta?
—Uy, sí, estaría genial, licenciado. Sí. Me quedan veinte páginas nada más. Lo que pasa es que no es tan fácil de leer.
—¿Por qué? —El psicólogo continúa en su esfuerzo por ser más amable de lo usual.
—Porque es así, mire:
Tomé el libro y lo abrí en las carillas marcada por el señalador. Recorrí los párrafos a toda velocidad, leyendo fragmentos. Elisa, al parecer, había dividido la prosa de su novela en dos estilos bien delimitados, entremezclados dentro de cada capítulo, interrumpiéndose mutuamente. Por un lado, narración en primera persona del psiquiatra, en tiempo pasado, diferenciada por tipografía en bastardilla. Por el otro, narración en tercera persona a cargo de un/a narrador/a omnisciente, esta vez en tiempo presente, y compuesta mayormente por líneas de diálogo en estilo directo, con guiones y acotaciones. Mi ansiedad de lector voraz fue en aumento. Me gusta mucho cuando se juega con la forma al narrar.
Al tiempo que le devuelve el libro le asegura:
—Si me prometés que me lo vas a prestar después, te dejo terminar de leerlo acá.
Ella considera la situación, pensativa dentro de su actitud despreocupada.
—Mmmm… Bueno, está bien. Pero no le voy a poder contar todo lo que me pasó esta semana, licenciado.
“Cuánto lo siento”, pensé.
—No hay problema —le contesta sin siquiera dudarlo, por completo deseoso de que termine de leer la novela—. Yo cuento los minutos que te lleve terminar el libro y te los compenso hoy mismo.
—¡Trato hecho! —Exclama ella en el colmo de su vacío mental. Y empieza a leer, y no levanta la vista de las páginas hasta veinte minutos después, cuando cierra el libro y lo arroja sobre el escritorio que la separa del psicólogo, que ha estado mirándola con atención todo ese tiempo—. ¡Lo terminé! —Anuncia—. Y ¿sabe qué, licenciado? Está muy bien puesto el título. Porque a una como que le da asfixia cuando va avanzando con la trama, tan retorcido es todo lo que rodea al crimen de la gemela.
La miré y asentí con una sonrisa que pretendía que fuera comprensiva, ahora más aliviado.
“Asfixia me da atenderte a vos”.
—Puede ser, tendría que leerlo para saberlo —contesta, al tiempo que toma el libro y lo deja detrás suyo, en un rincón de la biblioteca que se yergue a sus espaldas. Acaba de poner en función MUTE la imagen de su paciente. Lo espera más de media hora de cavilaciones y asentimientos.
Asfixia (2016)
Autora: Elisa Bellmann
Editorial: Aquilina. Colección Negro Absoluto
Género: novela