Por Rubén Risso
La lectura de Otaku se me antojó compleja y angustiosa. Tengo la teoría de que Paula Brecciaroli, desde su lugar de psicóloga aventurada a escribir, presenta una historia que nos compele a situarnos como lectores críticos, a poner en juego el cuerpo y la imagen de uno mismo, a desnudar los engranajes que nos impulsan a movernos. Lejos de todo moralismo, creo que la de Brecciaroli es una nouvelle por entero ética.
Otaku cuenta la historia de Gastón, un adulto fanático del animé que parece encontrar, día a día, serias dificultades en direccionar sus deseos y alcanzar sus metas. Estoy seguro que debajo de la armadura de cualidades negativas —que construyen maravillosamente al personaje— hay un revés de ilusión infantil. La llama de la resistencia a lo real, de aquella sonrisa que se niega a morir sin antes esbozarse una vez más.
Se puede saborear la profesión de la autora en cada frase. Sin hacer rancho aparte en este punto, creo que el manejo del lenguaje y la pluridimensionalidad del discurso hacen a Otaku un libro más largo de lo que su delicado lomo puede atestiguar. Esta característica funciona a varias escalas. La primera es la capacidad de enseñanza que esgrime aún después del último párrafo. “A mi papá por ser fanático de la ciencia ficción y Star Trek, y a mi mamá por enseñarme que todo fanatismo es malo”, dice la autora en su dedicatoria, y no puedo dejar de pensar que, fuera de la trama narrativa, la odisea de Gastón en esa. ¿Por qué? Paciencia, estamos llegando.
La segunda escala de esta profundidad —a esta altura se me hace metaliteraria— tiene que ver con el trabajo psicológico que manifiesta el personaje a medida que las páginas avanzan. Gastón es expulsado de su rol infantiloide, y no lo hace sin resistencia; la celebración de su cumpleaños número cuarenta no es más que la sanción de una nueva etapa. Y tiene mucho que ver con la dedicatoria y la des-objetivación de las imágenes de mamá, papá y quienes nos rodean.
Todos tenemos fanatismos. Extienda este razonamiento al suyo:
¿El animé es para chicos? Todo una cultura mediática y artística etiquetada de inmadura como si la animación fuese algo propio de la niñez. Creo que sí y no. Todos somos infantiles cuando nuestro fanatismo opaca a quienes nos rodean. El amor apasionado hacia una idea pelea a capa y espada una batalla a ciegas que puede derribar a los que más queremos. ¿Dónde es que el fanatismo se convierte en algo bueno? ¿Dónde el animé ya no es algo meramente juvenil? En ese punto: allí donde y cuando direcciona la libido y se convierte en generador de algo creativo, novedoso y sensible de significar un aporte a otros.
Gastón se entera por buenas y malas que no es el centro del universo. Ni él ni sus pasiones. Es un mártir, en este sentido; un mártir con final feliz en el caso del libro de Brecciaroli. Por eso es que me percato de su potencial: Todos podemos ser como él y elegir usar nuestros bastones —aquel objeto que utilicemos para enfrentar los embates de la realidad, día a día— para avanzar a los golpes… o encontrar el punto de apoyo necesario para levantar la cabeza y mirar el camino.
Otaku (2015)
Autora: Paula Brecciaroli
Editorial: Paisanita
Género: novela