Por Pía Bouzas
A veces los títulos condensan el corazón del libro. En este caso, “Ensenada. Una memoria”, nos mete de lleno en el dislocamiento formal que hace la novela: porque se no trata de ver el espacio físico “Ensenada”, sino de “oír a Ensenada”, como se dice claramente en las primeras páginas. Y no es “una memoria” a la tradicional, un relato cronológico de tíos, abuelos o padres, la construcción de un yo y su genealogía, sino algo más inusual. Una memoria escuchada y reinventada, tanto, que el lector no tiene jamás la impresión de estar leyendo memoria alguna. Brizuela señala en los agradecimientos finales todas las fuentes bibliográficas que usó en su investigación, el material de archivo, las fotografías. Pero dice también que la materia viva de la trama son las historias que le contaban de chico, las voces de su infancia, las voces de sus tíos, tías, abuelos. La voz, esa hermosa flexión individual y única, subjetivísima, de una lengua compartida e histórica, con intervenciones de la política en su entonación y sus palabras, en su manera toda. Es decir, desde el vamos estamos en el terreno inestable, vibrante y feliz de la ficción pura. Vamos a escuchar voces, y ¿acaso no es eso toda literatura? ¿Acaso en un “libro objeto” no tenemos exclusivamente palabras que logran evocar sonidos, cuerpos, imágenes? El epílogo es tan perturbador como las palabras iniciales de Natalia Ginzburg en “Léxico familiar”, escritora con la que Brizuela establece una amorosa y profunda filiación: “Solo he escrito lo que recordaba. Por eso, quien intente leerlo como si fuera una crónica, encontrará grandes lagunas (….) debe leerse como se lee una novela…”
La historia transcurre en septiembre de 1955, durante los cinco días que duró el éxodo de los pobladores de Ensenada, cuando la Marina amenazó bombardear la destilería de YPF si Perón no renunciaba. La novela destaca aquello que a veces olvidamos, no hay vida privada que no esté atravesada por la vida política y pública. Así las cosas, ¿nos estaríamos acercando a una novela histórica? Brizuela patea el tablero de las convenciones más previsibles del género novela histórica. Dígamoslo así, Ensenada no es una novela histórica. Es una novela que consigue que el pasado concreto, histórico, político, crucial para la vida política argentina (pero ya lejano) esté vivo y vibre, nos interpele, pero sin reconstruirlo desde una estética realista. Son las voces de conversaciones colectivas, entredichas, fragmentadas, a los gritos o calladas las que lo traen, es la lengua material.
En esos cinco días los personajes de la familia Grimau van y vienen de la casa de Ensenada a una quinta de su propiedad, pero arrendada (“¿cómo iban a ser peronistas con tantas propiedades?”), que está en las afueras. Huyen, regresan, esperan, quieren saber, discuten, callan. No saben. No pasa nada. Porque son días en los que no se sabe qué está pasando. Los lectores, como Poliya, nuestra joven guía por la familia Grimau (que escucha y cuenta ¿su recuerdo? al narrador en una conversación lejana, posterior, nunca clarificada totalmente), vamos y venimos del 55 al 45, tratando de develar lo que se calla, de escuchar lo que se dice en voz baja o no se dice. Y en ese deambular temporal atisbamos la violencia del 55, intuimos la brutal reacción antiperonista post derrocamiento de Perón, y reconocemos o redescubrimos el protagonismo de Ensenada y Berisso en el 45: Cipriano (por Reyes), los camiones repletos de obreros de la destilería y de las industrias de la zona. Los peronistas, los oligarcas, los izquierdistas, las mujeres. Y en especial las mujeres. Porque la protagonista en ese universo coral es tía Beba, una mujer de treinta y pico soltera, que no ha querido casarse, pero “¿quién se cree que es?”, maestra de izquierda y legalista, a quien “se la tienen jurada” ¿por antiperonista? ¿por mujer? ¿por no estar casada? Y que lleva a Poliya, su sobrina, como escudo en sus escapadas a Buenos Aires, a Ensenada, a donde sea, porque está el Patano (una suerte de “hombre de la bolsa” presente desde la primera línea de la novela), porque a las mujeres las pueden encerrar en Campamento “para que los hombres les hagan lo que quieran” y porque para colmo de desgracias se ha enamorado de un marino peronista.
Ensenada es una novela compleja en la forma y atrapante en la lectura, fácil de leer, con personajes inolvidables. Un trabajo especial (enorme y amoroso) hace con el lenguaje, protagonista profundo de la novela. Los personajes son voces (¿cómo podrían ser de otra manera?) y en sus voces resuena un español rioplatense un poco anacrónico y a la vez profundamente íntimo. ¿Cuánto de esa lengua nos sigue hablando hoy? Para que las frases finales “Gritá Viva Perón” o “Gritá Viva Rojas. Defendelo a tu macho” suenen de manera natural, con todo el peso de la violencia política y sin la sensación de hacer arqueología lingüística, los personajes han hablado con esa misma lengua pero en un tono más ligero, menos marcado, a lo largo de todo el relato. Un trabajo sutil y permanente en la sintaxis, el ritmo, el tono y el léxico. Han aparecido “¡Varonera” ¡Como buena Perona!” y los “contreras”, o alguien dice que va a “comprar un poco de hígado para ésta, que salió en ayunas….”, o que “rechazó la mano que tendía tía Tota para ayudarla a subir, qué elemento…” y “pero, che, esta chica es una lumbrera”. O en las imágenes, delicadas y precisas de un tiempo ya vivido: “un chorro de lentejas se estrellaba con una cazuela de barro; después un chorro de agua se zambullía entre las lentejas”
Y por último, el principio: el hallazgo formal de que el narrador nos lleve de la mano de Poliya, una chica que no entiende del todo ese mundo de adultos pero actúa, toma partido, es cómplice; es una nena de overol que pregunta, escucha e interviene; “¡quiere saber!” y mezcla todo: “Y estaba tan furiosa que Poliya no se animó a decirle que le había rogado a Evita que cuidase de ella, de Beba que era tan parecida aunque Beba no lo hubiera admitido nunca, y Evita ahora solo pudiera reconocerlo, liberada por fin del General…..Salvala a mi tía de este pueblo que se la tiene jurada…” Es en esa mezcla ambivalente donde los lectores de hoy somos como Poliya, pura interrogación y a la vez esperanza, y el mundo construido en Ensenada nos interpela.
Ensenada. Una memoria (2018)
Autor: Leopoldo Brizuela
Editorial: Alfaguara
Género: novela