Por Joaquín Correa
Recientemente, en una nota auspiciada por Reebok, Lisandro Ruíz Díaz se preguntaba “¿cuál es el lugar para una difusión paralela, alejada del mainstream?”, para introducir a continuación su diálogo “con un par de referentes del fanzine” y así “conocer la evolución de un formato que no pierde su poder”. Lapidario y confiado, comenzaba su texto afirmando: “Hoy, el que no publica, es el que no quiere. Cualquiera puede tener acceso a una herramienta de difusión. Muchas veces, las personas mismas somos -en las redes sociales-, más eficaces y ágiles para difundir un mensaje que los grandes medios de comunicación”. El panorama que se instauró en la era de la Internet produjo mutaciones en la difusión artística impresa y de allí el nuevo resurgimiento o visibilidad del fanzine, práctica según el propio LRD surgida en la década del 40, “aliado de ideas alternativas a las que se exponían en los principales canales de comunicación; o simplemente, de quienes apreciaban su carácter artesanal y personal, su economicidad y su independencia”.
Para Melina Dorfman, escritora, editora de fanzines y una de las organizadoras de Paraguay, “hacer fanzines se volvió casi un gesto romántico, de vuelta nostálgica hacia el pasado, acompañado por una valorización y fetichización de la estética per se, que el formato claramente podía aportar”. Según ella, el fanzine en tanto formato fue “cooptado por el mundo del arte”, generándose ahí un circuito propio, ligado a galerías y artistas, con sus propias reglas de admisión y curaduría que, en cierta medida, se contradice con “la esencia antimercado que deberían conservar”. Por su parte, Agustina Casot, dibujante y organizadora de la feria Vamos Las Pibas, ante la diatriba de la publicación virtual o el papel, escogía esta última porque “uno se encuentra cara a cara con el lector y difunde su trabajo. También, si bien los fanzines se venden, no se hace dinero más que para sustentar el vicio. Pero a mí me sirve para ver para qué lado ir, y encarar otros proyectos más profesionales”.
En su inflamación contra-cultural, Ruíz Díaz cerraba su nota colocando al fanzine de vuelta en su “lugar emblemático”, expresión de “lo clásico [que] reafirma su lugar colectivo e inmutable”, del mismo modo que la botita Freestyle de Reebok, que subvencionaba la nota y que en su “36° aniversario presenta a jóvenes argentinos que hoy desarrollan su creatividad, valiéndose de herramientas y formatos clásicos”.
Sin tantas certezas, frente al fanzine coloco antes que nada al azar: encontrar un fanzine, comprarlo, recibirlo o regalarlo, es el fruto del azar que nos llevó a toparnos con tal o cual ilustrador y dibujante, en tal feria o encuentro, en una librería pequeña o en algún otro recodo de los circuitos alternativos (y a veces no tanto) de circulación de los materiales. La inserción en ese circuito sostiene la experimentación formal del propio fanzine, cuya aparente simplicidad de medios lo dota de una libertad de expresión con pocas concesiones y restricciones. Su valor, entonces, está dado por la conjunción de estos factores: de acceso no masivo, basado en el trabajo manual no seriado, comercializado sin intermediarios y dueños de una estética y/o poética que se quiere propia e indisociable de su forma. Encontré en los trabajos de Bruno Manca algunas de estas cosas y otras también.
El Individuo 1 fue su primera publicación en formato fanzine, en 2013, con la que inauguraba su sello homónimo, El Individuo, luego Alosroedores Ediciones, luego Auto Ediciones y ahora Salsa Ediciones. Remendando la historieta clásica de personajes, allí era el propio Individuo quien protagonizaba el espacio de las tiras. Bajo el signo de Leo, de 2014, reúne ya un conjunto heterodoxo de materiales, que rompen la armonía de la secuencia de tiras con desenlace hacia el final y explora y propone con mayor énfasis la creación de personajes y un humor por veces absurdo, siempre corrosivo y negro. Presentando en cada página una situación diversa con diferentes figuras y distinta disposición, predomina un trazo grueso en blanco y negro, cortado de vez en vez por otro más fino, allí donde se abandona la narración y la ilustración gana la partida. Tiras cómicas con un quiebre extraño, parodia de la promoción de slogans positivos, secuencias de personajes nefastos, cuadros hilarantes y críticas y situaciones límites están todas habitadas por una galería de personajes humanos y animales, humanos animalizados y animales humanizados, donde el principal componente del gesto es el humor.
En 2014 también, Bruno lanzó Luis, el oso que amaba los números donde, de la infinidad de mundos posibles que había explorado en su trabajo anterior, emprendía uno con ahínco, el de la historia con animales humanizados, y le daba a la fábula un tono contemporáneo. En la historia, Luis se marcha de su bosque porque allí nadie quería contadores, la profesión de sus sueños que desarrollaba constantemente pese a nadie requerir su ayuda y por ello pocos parecían apreciarlo al desdichado oso, que entonces decide ir a probar suerte al Nuevo bosque, donde es empleado de inmediato, aunque con un sueldo bajísimo para el trabajo realizado. Sin perder las esperanzas, renunció a ese trabajo y siguió buscando, aunque su fama de oso quejoso comenzó a expandirse entre los empleadores y nadie quería ofrecerle ningún nuevo empleo. En la noche negra, frente al rechazo, Luis escuchó unas voces que lo llamaban: eras los Superamigos matemáticos. La alegría de al fin haber encontrado un trabajo en buena compañía y unos amigos que lo apreciaban por sus dotes le duró poco a Luis, que en uno de sus sueños recibió un oscuro presagio de su bosque. Decidió regresar para ver qué estaba sucediendo allí: sus amigos habían sido estafados y habían vendido por escasas monedas el bosque, ahora devastado por las Empresas Cristal. El final reivindica a Luis y trae una nueva armonía al espacio antes capitalizado, ahora reocupado por los lazos afectivos.
En 2015 fue el turno de la primera aventura de Lucho, la rata: Amigos con puchero. Siguiendo lo hecho anteriormente con la historia de Luis, aquí Bruno Manca presenta el mundo de Lucho, una rata gigante que vive en una isla pequeña junto con Edu, una piedra malaonda. Sintiéndose solo, Lucho emprende un viaje en su tabla de surf en busca de nuevos amigos hasta que llega a la Isla de los Gatos, que lo reciben de hecho muy bien y con quienes festeja durante una larga noche, aunque algo parecía andar mal en la expectativa de los gatos. Escapa apenas para contarlo y volver a su isla con Edu, quien será el co-protagonista de la siguiente aventura, El primo pintado, de 2016. En esta oportunidad, tras recibir una botella conteniendo el pedido de auxilio de su primo, Granito, Edu le pide ayuda a Lucho para juntos ir a rescatarlo y ayudarlo: alguien le había pintado con aerosol la espalda y la leyenda decía “blandito”, comienzo del sufrimiento del bullying en su isla. Es así, siguiendo los rastros de pintura, que dan con Axel, un grafitero no reconocido en su trabajo y que, luego de pedir disculpas, se vuelve el artista preferido de la isla.
Historias sencillas, de diferentes extensiones y formatos que, si a primera vista colocan en escena cualidades infantiles, sus fundamentos se encuentran en un humor ácido y tierno a la vez, con una mirada simple sobre las cosas. Las situaciones por las que pasan estos animales parecen hipostasiadas de eventos de la vida cotidiana y es, tal vez, allí, en ese deslizamiento, donde se produce el humor. De todos modos, y con mayores certezas, la fuerza de los fanzines de Bruno Manca se encuentra en sus trazos, en la amabilidad de algunas de sus historias y en lo despiadado de otras. No hay sino felicidad al poder toparse con uno de sus trabajos y ser dichosos en su lectura.
Bajo el signo de Leo (2014)
Luis, el oso que amaba los números (2014)
Amigos con puchero (2015)
El primo pintado (2016)
Autor: Bruno Manca
https://issuu.com/salsaediciones/docs/bajo_el_signo_de_leo
https://issuu.com/salsaediciones/docs/luis_el_oso_web
https://issuu.com/salsaediciones/docs/lucho_la_rata_final
https://issuu.com/salsaediciones/docs/el_primo_pintado_-_lucho_2