Por Josefina Infante
Los vientos que regresan una y otra vez a los mismos paisajes están pidiéndole al hombre algo específico: un nombre o algún ritual en su honor. Saben que si insisten lo suficiente serán glorificados con ofrendas sangrientas -en la antigua Grecia se sacrificaban corderos negros para los vientos destructivos y blancos para los más amigables- y honrados con bautismos épicos, como el Kóshkil de la Patagonia, admirado y temido por los antiguos tehuelches gracias a la velocidad indomable con que revoleaba pumas y guanacos.
Con la misma insistencia salvaje y etérea, la novela de Ana Caldeiro arremete una y otra vez sobre los mismos temas: Las distancias (geográficas y existenciales: no hay mujer más alejada que aquella que padece una enfermedad terminal), el pasado (que aquí es sinónimo de Las Salinas, un pequeño pueblo del sur que destiñe aridez y hastío pero también nostalgia y magnetismo, de la misma manera que una madre repele y fascina a sus hijos) y cierta condición de eternos extranjeros que acecha a cada uno de los personajes: Laura, por ejemplo, circula por los pasillos de la editorial con el ánimo vulnerable y esquivo de quien llega solo y obligado a una fiesta. Julián, cellista grisáceo que convive con “el estigma de ser siempre de otro lado”, es incapaz de sentirse a gusto en la orquesta que lo convoca o en la pareja que elige y el vínculo más profundo que construye a lo largo de la novela es con una mosca que husmea los platos sucios de su cocina.
La obra está estructurada con la precisión y delicadeza de una pieza de música -no es casual que el epílogo se defina como “coda”-, en la que cada uno de los doce capítulos resuena como una nota imprescindible para la melodía final que los incluye y los trasciende. Y en esta decisión formal, sutil y premeditada que nos habla de la posibilidad de enlazarlo todo (cada capítulo, a su vez, lleva en sí mismo la clave que lo conecta con el siguiente: una imagen, un personaje que se repite, un recuerdo compartido), se revela el último gran tema de la novela: la promesa de continuidad que conjura cualquier distancia y cuya metáfora más fiel es la vitalidad del viento, ese espíritu escurridizo capaz de infiltrarse hasta en los recuerdos.
En una de las escenas más elocuentes de la novela, Laura regresa a su pueblo natal y descubre una ausencia incómoda: la del viento. Sin él, el silencio en Las Salinas se impone pesado y las miradas de los vecinos se ensombrecen. Sólo entonces advertimos con nitidez esta ambigüedad que toda la obra sostiene, entre el viento como arrullo hechicero que suaviza y enlanza, como una madre cantarina que trenza con dedicación el pelo de sus hijas despreocupadas, y ese otro viento oscuro, merecedor de corderos negros, que nace desde las entrañas de un huracán mayor: el pasado.
La continuidad del viento (2015)
Autora: Ana Caldeiro
Editorial: Milena Caserola
Género: novela
..palabras que tejen un túnel que invita a lo a desconocido. Gracias Josefina!
Preciosa reseña