Por Cezary Novek
Algunos hombres quieren ver al mundo arder. Tal es el caso de Costas, el protagonista de esta novela breve de Agustín Campos editada por De los cuatro vientos en 2017. Un joven disconforme con el orden social y con su vida personal es detenido por la policía ante el incendio de un edificio y se entrega sin oponer resistencia. La novela abre con el relato en tercera persona, en donde podemos encontrar al suboficial Ibarraguirre junto al sospechoso. El uniformado tiene en sus manos un cuaderno azul en donde descansan todos los pensamientos e ideas sobre el mundo de Costas. Como el sospechoso se niega a responder, Ibarraguirre se lo lee en voz alta, para refrescarle la memoria. A partir de ahí, la historia pasa a la primera persona de Costas y asistimos a un largo monólogo anterior, que destila frustración, resentimiento y desencanto. En el medio de todo esto, urde un plan, pero parece no ser exactamente el mismo por el que se lo acusa. Sobre el final, hay un desenlace sorpresivo en el que incluso el suboficial Ibarraguirre tiene la oportunidad de incidir sobre el destino de Costas para siempre.
Cuaderno del pirómano tiene una premisa que es interesante y que podría haber llegado a buen puerto si hubiera bajado un poco la pretensión del objetivo: expresar el descontento de una época, de una generación. Hay muchas referencias a El guardián entre el centeno, de Salinger, además de una extensa lista de obras a fines que evidencian esa búsqueda. Tal vez si el autor se hubiera concentrado más en tejer una trama más sólida que equilibre mejor la historia en relación a las disgresiones de Costas, el resultado sería más feliz. Quizás no hubiera sido el manifiesto generacional que buscaba el autor, pero sí hubiera tenido más chances de convertirse en una buena novela, que no es poco.
No hay una regla para escribir y una novela tranquilamente puede no resultar pese a estar correctamente escrita. En el caso de Cuaderno del pirómano, el problema reside en su tono sentencioso y algo anacrónico, poblado de referencias ya vistas infinidad de veces en otras obras. Los personajes hablan como escritores. Los narradores hablan como escritores. Los otros personajes que intervienen en la vida de Costas hablan como escritores. Todo recuerda en todo momento que se está leyendo una obra literaria. Y eso impide desde varios frentes la posibilidad de conectar con el texto y zambullirse en la historia. Apenas nos queda Ibarraguirre, el policía duro pero sensible. Tal vez con él sí logramos empatizar, ya que es un personaje que no tiene pretensiones, habla lo justo y no le interesa decir nada que vaya a ser grabado en mármol para la posteridad, algo que se agradece. También tiene algo de paternal y logra algo que es muy difícil para el lector: sentir empatía por Costas. Quizás este personaje del policía –casi un interlocutor de relleno, que cumple la función de darle play al discurso de Costas– hace gala de más autenticidad que el protagonista, lo que da la clave de que tal vez sí haya luz al final del túnel: si el autor es capaz de crear un personaje verosímil y con un pasado misterioso que nos llena de curiosidad entonces no todo está perdido. Una novela protagonizada por Ibarraguirre, que nos de pistas sobre su historia y evolución mientras investiga algún caso más terrenal (contrabando, secuestro extorsivo, asesinato, cualquier cosa que no tenga que ver con autores de manifiestos) sería algo interesante de leer. Yo la compraría.
Agustín Campos
(Buenos Aires, 1980). Es autor de Ventana Esquizo (2011, novela), La otra vida (2013, poesía), Variaciones (2013, poesía) y Miscelánea (2015).
Cuaderno del pirómano (2017)
Autor: Agustín Campos
Editorial: De los cuatro vientos
Género: novela breve
Complemento circunstancial musical:
Cesary Novek: usted escribe literatura del género de terror?