Por Lucía Cytryn
Los cuerpos del verano, publicada en 2012 por Factotum Ediciones y reeditada hace poco menos de un año, le valió a Martín Felipe Castagnet (1986) el Premio a la joven literatura latinoamericana, otorgado en Francia por la Casa de Escritores Extranjeros y de Traductores y la Casa de proyectos de autores (en francés, la MEET y la Marelle, respectivamente).
Y con razón: hay varias aristas que hacen a la importancia (y genialidad) de esta novela. La primera es que se trata de un buen relato de ciencia ficción, un género cuya tradición en Argentina es poco menos que nula, con una tendencia que está cambiando hace pocos años. En este sentido, el relato de Castagnet recuerda mucho a la serie Black Mirror aunque con un sentido de la distopía mucho menos tremendo: con un desenlace muy extravagante y, en un punto, terrible, el tono de la novela es neutral, casi feliz. El futuro llegó y con él los avances tecno-científicos que hacen posibles las fantasías y los supuestos religiosos más primitivos de la humanidad: Los cuerpos del verano relata el imaginario de la reencarnación. Y la solución tecnológica para la reencarnación es Internet.
No nos puede sorprender que, como en toda gran obra de ciencia ficción, la principal referencia sea tan actual. Internet es, en la novela (¿en la vida misma?) el potencial habitáculo de las almas o, para usar el término de Stephen Hawking -citado en el epígrafe-, de las computadoras humanas. En cualquier caso, el habitáculo de todo aquello que constituye la “vida psíquica”. Luego del estado de flotación de las mentes en la red, sigue el proceso de quemado, la re-corporalización donde los individuos vuelven a hacerse carne en la carne de otros o, en el peor de los casos, en sus propias carnes putrefactas. Así, si lo desean, al infinito. Ramiro, el protagonista, relata el proceso en un tono que va del aburrimiento a la extrañeza y la incomodidad, atravesado por un drama sentimental que, a su vez, está atravesado por el nuevo paradigma de las personas y los cuerpos.
La muerte todavía es “secreta, universal y obligatoria”, pero quién sabe por cuánto tiempo más: lo cierto es que el narrador y protagonista vive como quien leyó Crónicas marcianas y vio al hombre llegar a Marte. Este es otro aspecto brillante del relato, y es que el narrador sintetiza la perspectiva de una generación actual (que bien podría ser la generación del autor, los nacidos en la década de 1980) un siglo después. Una de sus más atinadas reflexiones se resume en la siguiente frase: “Supongo que esto es el futuro”. ¿Pero el futuro de qué? En una novela enteramente escrita en presente, la conciencia de estar transitando el futuro aparece como un leve estupor; lo que podría ser una disposición hacia la sorpresa, más ligada tal vez a las narrativas de lo fantástico, aparece simplemente como la mirada de quien es, a la vez, testigo y protagonista.
Acerca de sus propios bisnietos, que en rigor deben tener veinte años menos que el cuerpo que él mismo habita, el narrador dice: “No entienden muy bien quién es abuelo, quién tío, quién bisabuelo; las viejas etiquetas les deben parecer escasas e imprecisas.” Los géneros, como la edad y los vínculos sanguíneos, son los elementos restantes y obsoletos de un paradigma que terminó: el futuro, definitivamente, es Queer. La clase social, por otro lado, mantiene su vigencia; tener plata importa, y puede ser la diferencia entre habitar un cuerpo gordo, enfermo e indeseable (“lo que mi familia pudo pagar”) o un cuerpo bello, atlético, ejemplar. El presente y el futuro, en eso, se parecen.
Los cuerpos del verano (2016)
Autor: Martín Felipe Castagnet
Editorial: Factotum
Género: novela