Por Facundo Basualdo
Hay milagros en cada instante y cada instante es la eternidad cierran cantando Los Espíritus en El viento que cierra el último disco, Agua Ardiente. Que la vida es únicamente este segundo/y el que viene le hace decir Francisco Magallanes a ella hacia la mitad de El Observatorio. Como parado en la mitad de la cancha, relevando hacia atrás, cuidando su parcela, atento a meter el pase a un costado o hacia adelante, relojea, mira, observa. Francisco institucionaliza así su lugar, no desde un faro en las alturas, sino desde el llano, con la mirada hasta el horizonte, sintiendo sabores, escuchando las notas del ambiente.
El mató a un policía motorizado convidó hace poco tres canciones. La primera arranca con Ah, paso todo el día pensando en vos y termina susurrando la depresión cinética. Juliana Celle, en Las somatizaciones, cuenta que Algunas noches me visita tu fantasma/y lo creo verdadero y que anoté en un pizarrón/una arenga a mi autoestima. El cuerpo —los dientes, la garganta, el estómago, las piernas—atravesado por los otros. O por lo que dejan —desde dolores hasta aprendizajes— esos otros en ese cuerpo. O por el tiempo, las noches, en suma, la vida.
***
Las dos son, claro, maneras de sentir. En las dos está el cuerpo. La palabra dicha es cuerpo. La poesía es cuerpo. Pararse en un lugar y mirar, y decir para recrear ese lugar, es una forma de sentir como también lo es decir cómo está el cuerpo en el lugar que está. Una se dice a través de esas imágenes, de esos sabores, de esos sonidos que ve, escucha, toca. Otra a través de cómo el cuerpo siente, traga, se tensa, duerme o no.
***
En Los Espíritus hay viento, luna, agua y olas y mares, rocas y montañas. Hay fuego y hay sombra, hay cielo y hay luz. Hay sangre y humo y madre tierra. Hay mundo, hay gente. Hay voces, mujeres, un pibe y niños y hombres, hay un patrón y un diablo. Lo mismo, con variantes, hay en las postales de cuatro dimensiones que enmarcan los veinte paisajes que recorre Francisco. Hay sol (mucho sol), pájaros y pinos, hay algas, lobos, ballenas y plancton. Hay pueblo y está ella, hay amigos y hay familia. Hay lago, brisa, una mosca, nubes. Hay construcciones y aduana, hay himno y Presi, intendente y baile popular. Hay cueros negros y asfalto, y también hay trucha y arrayanes y ocaso. Y vale la enumeración hasta el hartazgo, porque decir que unos cantan La mirada y él escribe El observatorio, podría tomarse como obvio.
El mató dialoga con otro, con otra. Todo lo que hago es para vos, dice. Perdón, se exculpa. Pensé que habías preguntado por mí, explica. Ayúdame, clama. Habla de sueño oscuro, de cuidarse, de estar acá, de quedarse acá y de que el tesoro se está hundiendo. Esos sentimientos de soledad, de tristeza, de nostalgia son también los que somatiza Juliana. Tengo el cuerpo hecho un fuego/una náusea constante, dice. Habla de la bola de angustia cancerígena que hará metástasis de llanto, una y otra vez el llanto, habla de la boca rota y desbesada y aturdida, de las sombras y de conformarse con la ausencia. Dialoga cuando dice lo que podría haber dicho o cuando dice lo que le dijo y lo que contesta. O con la visita de tu fantasma o que tendrías que venir con un prospecto. Porque el cuerpo —otra vez, el cuerpo— es una caja de resonancia. Unos dicen cinética, ella dice que resuena en movimiento.
***
Palabras que salen de los ojos o de los remedios, del centro del cuerpo o de sus sentidos. Palabras para dos formas de sentir el mundo que, también, se hace más bello con la presentación de Fa Editorial al corporizar en papel y texturas, con un botón en tela o con un saquito de té y el hilo que une el cerebro y el corazón por siempre. Esas Superficies de placer cantadas en los ’80, que han contagiado como un virus cuando nacían esas voces que cantan y esas manos que escriben, esos ojos que miran y ese cuerpo que sufre, dando cuenta de una generación que siente y a la que le llegó el tiempo de hacer sentir.
Las somatizaciones (2016)
Autora:Juliana Celle
Editorial: Fa Editora
El observatorio (2016)
Francisco Magallanes
Editorial: Fa Editora