Por Janice Winkler
Tengo en mis manos un objeto hermoso: La última frazada, de Joaquín Correa (la bola editora, 2015). Cuando se da esta situación, hay que mencionarlo. La edición es una pata esencial para la vida del libro. Claro que las letras trascienden a los objetos y, por eso, es posible la existencia de e-books y otras herramientas de lectura. Sin embargo, cuando se da el debate de si libro electrónico sí o libro electrónico no, una a favor de las páginas que corren y huelen es, precisamente, que hay libros para atesorar en la biblioteca, hay libros que uno quiere tener, tocar, conservar y mostrar. Y ahí es donde las editoriales juegan un papel esencial, para invitar al lector a elegir ese libro entre otros y a descubrir el mundo del autor.
Tengo este objeto hermoso sobre mi propia frazada. Voy a leer en voz alta, soltar los poemas de Correa a la humedad de otro día gris.
Esto que digo, esto
que escribo, es vida, esa
cosa
para ser dicha.
Hay una necesidad del poeta de decir la vida. Las palabras tramitan “la cosa”.
En una conferencia leída en el Ateneo de Madrid (1921), el poeta chileno Vicente Huidobro expresó: “El poeta representa el drama angustioso que se realiza entre el mundo y el cerebro humano, entre el mundo y su representación. El que no haya sentido el drama que se juega entre la cosa y la palabra, no podrá comprenderme”.
En Un día se abrieron los techos, la primera parte de La última frazada, Correa recorre el drama angustioso del poeta que observa y vive el invierno y sus exigencias (“Solo si esta sopa alcanza / podremos seguir con vida”); la guerra, y la televisión que la explota como entretenimiento; la destrucción y el dolor como permanencia junto al cuerpo y al nombre, cuando todo lo demás ya fue destruido; el domingo, la noche: finales y comienzos de ciclos; el viaje, la necesidad de distanciarse y contar la vida, una vida reinventada; la lucha con las construcciones ajenas que, aunque opuestas, son tan influyentes en los lazos que el poema también las cuenta.
La abuela maldita
me pregunta que adónde mierda
me estoy yendo. Que le mande
una carta si es definitivo, si no vuelvo
con palabras del nuevo mundo,
con palabras del mundo
desconocido. Renombrar
será tu deber y tu medida
de la justicia propia y cotidiana.
Porque sin salir de esta cocina
se puede conocer el mundo
y vos te rehusás a eso.
No importa: llegarás a enteder,
al fin, que cuanto más lejos
uno llega, menos sabe
y que la felicidad es tan sólo
una gradación de la sombra.
En este primer recorrido del libro, Correa se pregunta cómo contar, cómo poetizar, expresando verdades sin caer en imposiciones o cursilerías.
Si la verdad sólo se expresa
en tono profético, ¿cómo podremos
lograr entonces
hoy
un poema de tono afirmativo
y certezas en el futuro
sin sonar o ser Claudio
María Domínguez?
…
El exceso de palabras
no lleva a ningún lado.
El exceso de palabras
dispersa. Concentrate.
Guardá del día su murmullo,
Del cuerpo, su resto.
Ese es tu nombre,
esa es tu pequeña
voz.
La segunda sección, Fotografía estenopeica, construye escenas “polaroids mentales” de gente y situaciones que el poeta observa en un bar, ya no reflexivo sobre su drama con el mundo, sino escribiente del drama del mundo con el mundo envuelto en una gran nube.
Discusión de pareja en la mesa de en frente:
él sube el tono, ella pide las llaves del auto
él sube el tono
habla entre dientes
habla de lo que el odio y el tiempo se llevaron
el murmullo, la nube
absorbe las palabras
el conflicto.
Desde que empezó esta parte, se me apareció la cara, tan simpática, de Perec. Por eso, cuando, al llegar a la página ochenta, veo la referencia que hace Correa a la lectura e influencia de Tentativa de agotamiento de un lugar parisino, sonrío, con Correa (cuya cara no conozco), con Perec, con la feliz tarea de observar y el propósito, como explica el escritor francés en su libro, de “describir todo aquello que por lo general no se percibe, aquello de lo que no solemos darnos cuenta, lo que carece de importancia: lo que ocurre cuando no ocurre nada, solo el paso del tiempo, de la gente, de los coches y de las nubes.” (Debo confesar que es algo así como un “mantra” para mí. Bah, no lo repito, no lo canto, pero lo tengo muy presente a la hora de escribir).
En la página 80, Joaquín escribe:
Hago un círculo colorado de la palabra
[“nubes”,
tacho la s
y me sonrío.
Correa sonríe, yo sonrío. Hay un lindo encuentro entre: lectora y libro; poeta y procedimiento de escritura; poeta (aunque él no lo sepa) y lectora.
La última frazada (2015)
Autor: Joaquín Correa
Editorial: La Bola Editora
Género: poesía