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Reseña #792- Un último sorbo de melancolía

 

 

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Por Adrián Ferrero

Esa sensación de postergar una noche que se quiere infinita (¿para no envejecer? ¿para no quedar a solas?), constituye la metáfora perfecta que, de modo ineludible, constata la emoción entre nostálgica y hasta de cierto ambiguo desencanto (porque la noche ha de tener un fin) que empapa este libro de relatos de Edgardo Cozarinsky.

Por un lado, una Buenos Aires noctámbula, que despliega los matices que van de lo espectral hasta los confines de la marginalidad (rasgo recurrente en buena parte de la ficción de Cozarinsky trazando contrapunto lo exquisito) y, por el otro, el exotismo de paisajes distantes de Oriente, Europa o EE.UU.. Estas son las zonas sustantivas que se activan como telón de fondo de las historias y que funcionan, me parece, como el indicio más claro de que Cozarinsky, apoya la punta de su compás en su ciudad natal para redondear una figura (ambigua sin embargo) cuyo círculo delimita la índole mucho más amplia de su ficción. Lo que lo delata como un hombre migrante. De lo porteño, digamos, a lo planetario (muy especialmente lo parisino), dibuja el diseño de una literatura cosmopolita -no sólo por sus escenarios- rasgo que acompaña  toda su poética desde los comienzos. Tomo nota, de paso, en este contexto, de la poliglosia, un atributo ¿o acaso un don? recurrente y más referido que puesto en acción. No está dispuesto a hacer concesiones al color local, a las capillas ni al nacionalismo en su vertiente más estrecha.

Posiblemente el gran relato que articule todas las historias sea el tiempo. Un tiempo que ya ha acontecido en la biografía (familiar o individual), un tiempo histórico que nos envuelve impetuosamente a todos siguiendo linealmente pero también, de modo perturbador, cursos que van se dirigen de un lugar a otro, los avatares del mundo y un futuro que nebulosamente logra entreverse como fatal, incierto y que simultáneamente incomoda. O porque hay una resistencia a asumirlo, o porque se pretende de modo indefinido seguir aferrándose a la vida, o bien porque se trata de un destino cuya índole se ignora. Se trata, como es obvio, de una consideración imposible.

De modo que en esta hipótesis de lectura que arriesgo de que el protagonista de este libro es un gran relato constituido por el tiempo, especialmente contemplado desde el cristal de la madurez de una serie de personajes, cada uno de los relatos no sólo concierne a la devastación que provoca en ellos sino también a las repercusiones que tiene en todas las dimensiones de sus vidas. La relación con su pasado: uno remoto y otro más reciente que se polariza entre haber nacido en ocasiones en Argentina y haberse radicado durante una larga etapa de su vida otro continente. Entre esos dos puntos -que tampoco quisiera que se confundieran estrictamente con la biografía del autor-, hay sobre todo viajes. Desplazamientos por paisajes que también son sinónimo de desplazamientos por culturas y por una cierta clase de semiótica. Se presente bajo la forma de un turismo cultural o de un turismo a secas. Ese turismo funciona como otra maquinaria de producir ficción: movimientos por geografías insólitas deparan instantes inesperados, intrépidos e imprevisibles que una cultura ajena pone activa como un dispositivo mediante el cual los protagonistas devienen agentes no digamos de proezas pero sí de acciones que pueden dar un vuelco a sus vidas.

La temporalidad se manifiesta asimismo en los vínculos que ese sujeto (por lo general un narrador masculino adulto) mantiene o mantuvo con otros varones o con mujeres. Amistades, amores fugaces, lealtades, encuentros furtivos y desencuentros. Hay pocas historias de un éxito definitivo al cual consagrarse. Por el contrario, cada una ratifica una provisoriedad en la que queda sumido el lector y que, en un punto, lo vuelve inquietante.

Hay un singular acento puesto en los orígenes judíos de varios de ellos y que, como toda minoría habitando países extranjeros, padece la construcción de una alteridad que penosamente se ha consolidado adoptando la forma de un señalamiento o bien bajo la forma de un estigma o bien bajo la forma de una exclusión. Motivos culturales y capítulos aberrantes de la Historia pero también actitudes de menor alcance (no por ello menos relevantes) así lo atestiguan.

Por supuesto que como no podía ser de otra manera hay sutileza en este libro así como una poética que no llamaría exclusivamente culta o libresca (porque no desdeña pinceladas de la cultura popular pero siempre asistiendo a ellas con una mirada distanciada) pero sí reconoce huellas innegables de lecturas, relecturas, intertextos, citas, epígrafes propios de una profusa biblioteca (los rusos están muy presentes). Y así como hay un savoir faire tanto como un savoir vivre. No se trata sólo de “escribir bien” o de “consagrarse a las bellas letras” sino de un tipo de texto que sea revelador de la condición de sujeto que se desenvuelve con astucias en ámbitos y circunstancias muy diversos. Quién narra o protagoniza estas historias sabe por lo general cómo comportarse en los ámbitos más distintos por los que deambula, pese a que pueda sentirse incómodo en algunos de ellos o en virtud de los avatares que allí tienen lugar.    

También los relatos recortan una imagen de escritor. Suerte de gran devorador de la realidad, atento a detectar el hilo que lo conduzca a una eventual historia ante la cual está al acecho. Como quien dice: está a la caza (imaginaria) de disparadores de relatos o novelas. Por eso lleva libretas provisorias consigo. Pero, lo que resulta más complejo (y más interesante), también a deslindar resulta ser cuáles de entre todas ellas pueden constituir el germen de una trama. O de una voz que les dé comienzo. Esto es: realizar una distinción nítida que en ningún momento disipe el acontecimiento literario.

Además de exquisitas observaciones, que van de la suspicacia al detalle detectado de modo inteligente, hay una cierta clase de ternura en este libro. Pero sólo la imprescindible. La que, efectivamente, los protagonistas se permiten experimentar o brindar con moderación. Como si siempre ese comportamiento corriera el riesgo de ser un indicio inminente y no deseado de la cursilería. Frente a esa reticencia se busca en estos relatos más el deseo del amor pero se persiste siempre en buscar estrategias para despertar a solas por las mañanas. Entre excusas o decisiones de común acuerdo, eso tiene lugar.

Frente a ese espejo que al que contemplarse defrauda o causa pavor, una fe más potente y de mayor intensidad al mismo tiempo se impone: la que permite realizar el gesto espléndido y elegante de escribir la mejor literatura. Tal es el caso de este libro.

 

En el último trago nos vamos (2017)

Autor: Edgardo Cozarinsky

Editorial: Tusquets

Género: relatos

 

Complemento circunstancial musical:

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