
Por Diego Ravenna
Flor Defelippe nos narra en estos poemas, con un lenguaje que construye un delicado equilibrio entre el tono coloquial y el lirismo, escenas cotidianas, hermosas constelaciones que nos muestran todavía su resplandor.
Pero si bien parten de él, parecen aludir a algo que está más allá del orden cotidiano. Porque Flor distorsiona y expande ese pequeño universo para mostrar su falla pero también su persistencia. El poema es así, tanto una elaboración de la pérdida como de la herida que se conserva en la palabra. La poeta memoriza la ausencia porque como dice en el poema Año nuevo “esa ausencia / permanece por más tiempo / que el instante luminoso”.
Los poemas levantan entonces un mundo desaparecido y al mismo tiempo uno que pronto va a desaparecer. Claudia Masin dice por eso en el prólogo al libro que Flor “habla del tiempo de lo que no alcanza a ser (…) y también del tiempo en que algo, alguien (…) comienza a declinar”. Esto no significa que la subjetividad poética se quede en el principio ni en el final de nada. Por el contrario se ubica, sabiamente, en lo que le da continuidad a la vida, en ese empuje vital que nos impulsa y nos hace seguir, valientes, con el fuego a cuestas.
El poemario se divide en dos apartados. “La vida tranquila” y “Un mecanismo de supervivencia”. Uno está tentado de leerlos sin embargo como una narración, como si aquello que esta en germen en la primera parte (el universo familiar, la infancia propia o la de las hijas de las amigas, esos chicos que juegan al futbol) se expande en el otro (el universo del amor, amores que ya no son, un lugar que ya no se habita).
En la primera parte, “La vida tranquila”, Defelippe parece recordar a través de lo que es, esos espacios que ya no están. Dice en el poema La tierra otra vez “¿Ves esta calle, este asfalto / prolijo y derecho, sin pozos / que sobresalten la llegada? Antes / todo esto era tierra (…) Después el tiempo y la brea / harían todo lo demás.”
La mirada reconoce los sitios donde situarse para no perderse, porque siempre hay algo que se resiste. Como esos chicos que juegan a la pelota en el poema La rabia que, cuando todos empiezan a abandonar la plaza, se resisten a la oscuridad; o la llama que en el poema Perlas soporta los fuertes vientos del jardín.
El mundo es algo que comenzó, que ya no se recuerda o no se reconoce, pero en todo caso la poesía en este libro es consciente de la transformación de todas las cosas. ¿Cómo pudo este paisaje ser transformado así? Se pregunta Flor. En el poema “La vida tranquila” los padres se resguardan en la casa junto a los hijos y dejan al curso de las cosas hacer, lo que tiene que hacer. Ella lo sabe: la vida no responde a leyes fijas, y lo único realmente fijo es la inevitable transformación del mundo: ¿Cómo querer entonces con el fervor de lo que no se puede abandonar?
Hay cosas que se abandonan y dejan de ser de una para siempre, pero también hay una vida que creímos haber abandonado y sin embargo, nos acompaña oculta en su extraña previsión. Por eso la mirada de la autora, en la segunda parte del libro, “Un mecanismo de supervivencia”, es la de quien quiere encontrar el hueco por donde seguir. Porque la verdadera catástrofe es que nada cambie, abandonar la guerra contra el mundo. No por nada en el poema que abre esta segunda parte puede decir que el desastre es “premeditado, buscado”.
Flor Defelippe se pregunta en estos poemas por ese fuego que pierde vigor, consciente de su lento apagarse. También por el tiempo que deforma la roca y destruye todo lo que hay de roca en ella. Dice en el poema Paseo Yugoslavo, “Quiero retener este recuerdo, guardarlo para siempre / en la parte salvaje del corazón.” Lo que la poeta parece anunciarnos es que, cuando eso salvaje, cuando eso que nos ata a una forma tranquila del amor desaparece, nos queda el desborde del deseo. Ese deseo que no se conforma y que debe continuar porque es una fuerza que no se detiene “el ansia que ahora sube / como un fuego descarado que nada podrá detener” dice en el mismo poema.
Toda intimidad, como dice el catedrático y escritor Daniel Link, es puramente imaginaria y por lo tanto exterior al yo. No es entonces el yo (sus recuerdos, sus vivencias) lo que importa, sino la intensidad con que la escritura imagina modos de vida, la inscripción del propio cuerpo en todo lo que existe. Hay en Flor Defelippe, en sus poemas, un hermoso acto de desprendimiento que transforma lo íntimo en una experiencia de ajenidad. Porque aunque no lo recordemos estuvimos ahí, donde comienza el mundo, donde la memoria es, como ella misma dice, “un dios a punto de nacer”.
Es cierto: iniciamos un fuego que creímos controlar y finalmente se consumió, pero sobrevivimos.
La falla en el fuego (2018)
Autora: Flor Defelippe
Editorial: Años Luz
Género: poesía
Complemento circunstancial sonoro: