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Reseña #943- Narrar en el vacío

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Por C. Castagna 

En una de sus famosas clases Piglia dice que “es preciso zafar de ese lugar vacío y descubrir un espacio donde las cosas tengan sentido, es decir, donde se pueda narrar”. Esa idea puede unirse con lo que propone Aira en su ensayo sobre la obra de Raymond Roussel: “(Roussel) Escribió para llenar de manera sólida y constante un tiempo vital que de otro modo hubiera quedado vacío. La ocupación del tiempo está en primer plano, y constituye el motivo de escribir”. 

Además de la belleza retórica de estas propuestas, que pueden funcionar en tándem para dar una definición sobre la escritura, ambas tienen en común el concepto de espacio y vacío. Palabras cuyo peso también parece recaer sobre los protagonistas de La gravedad de los cuerpos, de Mercedes Dellatorre (Qeja Ediciones, 2019).

El vínculo que tienen con el espacio y el vacío Ana Cristina González y Michael Dean Edwards es similar, aunque la forma en que es trabajado en cada caso sea diferente.

Bella, frágil y temperamental, ella vive una vida ausente, en la comodidad de un pasar seguro, casada con el hombre “indicado”, aunque sin un espacio que le sea propio, donde encontrar el sentido que justifique su existencia. El vacío habita en su interior. En la primera escena la vemos desdoblarse de su cuerpo, alejarse de él para sobrevolar su situación inmediata (está encerrada en un sótano).

Michael Dean Edwards es un ex astronauta, vieja gloria de los años dorados del programa espacial de la NASA, cuando Estados Unidos venció a la Unión Soviética en la carrera hacia el cosmos. Conocido como el sexto hombre en pisar la luna, su trayectoria está en caída desde hace rato. Sin embargo, más allá del reconocimiento, el status de celebridad nacional y los dólares, haberse asomado al vacío del espacio, haberse alejado de la tierra, modificó su noción del lugar que ocupaba en ella. Ya no es el mismo que era entonces. Algo encontró ahí afuera, y al volver se propone transmitir el mensaje recibido.

En el ida y vuelta de esos primeros capítulos sabemos que inevitablemente Michael y Cristina van a terminar encontrándose. La fascinación por el espacio, la ciencia, los vínculos, el amor, las fronteras geográficas y culturales, la pérdida de la propia lengua, las dudas acerca de la condición humana, las técnicas de expansión de la mente a través de la meditación, el refugio en nuevos y crecientes movimientos espirituales (todo envuelto en una especie de aura mágica, en un clima de extrañamiento), son algunos de los temas que la autora despliega para narrar ese camino de encuentro.

Al tono de la novela le lleva unas cuarenta y cinco páginas alcanzar su ritmo y soltarse. A partir de ahí, con un tipo de prosa eficiente, que por momentos recuerda al estilo norteamericano de frase seca y descriptiva, está narrada como si un observador invisible en el lugar de los hechos fuera capaz de pausar la acción, fijar la imagen en nuestras retinas para destacar los detalles menos evidentes, en un análisis clínico, aséptico. Y por momentos es todo lo contrario: un gran fuera de campo donde lo que importa es lo que pasa en los bordes de la escena, allí donde la imagen se vuelve difusa.

Los datos se administran de manera inteligente y el lector agradece que los mecanismos se mantengan ocultos, para poder entregarse de lleno a la trama. Todas las preguntas tienen su respuesta en la astuta y sutil manera de dosificar la información. 

Mercedes Dellatorre articula con oficio los puntos de tensión, lo que aumenta gradualmente la carga emocional de los personajes a partir del trabajo minucioso con sus contextos. Así va construyendo el efecto que los acontecimientos producen. 

Las acciones transcurren en lugares y momentos históricos diferentes (Roswell, Nuevo México, en Estados Unidos; Buenos Aires y Córdoba, en Argentina), en un espacio de tiempo que va desde mediados de los 60 a finales de los 80. Algunos trazos pintan el panorama sociopolítico de cada época: la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, la consolidación del neoliberalismo en épocas de Reagan y Bush padre, la caída del comunismo. En cambio, cuando se sitúa en la argentina del año 89, por ejemplo, describe la descomposición previa al estallido de la hiperinflación, la indigencia en las calles, inundaciones y cortes de luz.

De pronto algunos personajes hablan en inglés y otros en español rioplatense (costumbrismo coloquial), aunque la mayor parte de la novela avanza, como decíamos antes, en un registro que consiste en cierto “tono de traducción” (el castellano con el que las grandes editoriales españolas traducían en los años 90). De esta manera se suele leer a los clásicos norteamericanos, por ejemplo. A partir de esto se generan efectos, según con qué lengua se narren las diferentes situaciones, ya sea para potenciarlas o neutralizarlas. 

Así se produce un choque de estéticas, un mosaico narrativo donde conviven, por ejemplo, términos como “garchar” y “acres”. También hay insinuaciones de un trabajo con los géneros literarios, pero este gesto no es tan determinante, ya que no profundiza demasiado en ninguno de ellos.

Quizás por momentos sobreabundan las metáforas, las alegorías, como si faltara confianza en los recursos narrativos, en las acciones que se presentan, en dejar un espacio para la ambigüedad. De esta manera se generan puntos de anclaje en donde el sentido aparece de manera forzada, como algo impuesto a través de imágenes o comparaciones débiles, poco eficaces, que retrasan el avance de la trama y se alejan de la lógica interna de su estructura, que se sostiene por sí misma.

Volviendo a Piglia y Aira, para el primero “recién en el final la novela encuentra su forma”, mientras que el segundo sostiene que “en la novela el tema se revela al final, se posterga” (y sugiere desconfiar cuando el tema se anticipa a la lectura). Debe haber una separación entre intención y resultado. Mercedes Dellatorre hace exactamente eso, posterga la concreción hasta el final. Durante el avance de la lectura no tenemos una idea clara de qué es lo que está sucediendo, ni a qué genero pertenece este texto (como decíamos dos párrafos más arriba), aunque algo impulsa a descubrirlo. Tenemos percepciones, pistas, sospechas, pero es en las últimas páginas donde esta novela se concreta, adquiere su sentido y resignifica lo anterior. Y quizás en esa distancia, en ese desfasaje, en ese vacío que nunca termina de completarse, aparezca lo literario.

 

La gravedad de los cuerpos (2019) 

Autora: Mercedes Dellatorre

Editorial: Qeja ediciones

Género: novela

Complemento circunstancial musical:

 

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