Por Agustina Bazterrica
Cuando uno entra al Museo de la Memoria de Rosario lo primero que advierte son ojos que lo miran. No hay cuerpos completos, sólo ojos que interpelan y reclaman en silencio. La obra es de la artista argentina Graciela Sacco y se llama “Entre nosotros”. Sacco explora los límites de la tensión entre el abismo de esos cuerpos desaparecidos y el de los ojos que aún están para que no olvidemos. En su aparente simpleza uno podría ignorarlos y pensar que no generan impacto, pero de manera inadvertida la huella ya está dentro de uno y comienza a hacer efecto. Lo mismo ocurre cuando uno termina de leer la nouvelle de Mariana Enriquez Chicos que vuelven. La onda expansiva actúa sin sonido mucho después de terminarla, como si las palabras de Enriquez se filtraran lentamente porque en “Chicos que vuelven”, así como en la obra de Sacco, hay un grito, una necesidad de respuesta, un alerta que permanece.
Mechi trabaja en del Centro de Gestión y Participación de Parque Chacabuco. Se ocupa del archivo de chicos perdidos y desaparecidos en la ciudad de Buenos Aires. La oficina está ubicada debajo de una autopista cuyo ruido molesto la envuelve en todo momento. A eso se suma la monotonía del trabajo y el hecho de ser tres empleadas, dos de las cuales son señoras mayores con quienes no tiene demasiada empatía. Mechi está obsesionada con una chica desaparecida, Vanadis, que además del nombre de una diosa escandinava tiene una belleza feroz. A diferencia de otros chicos con fotos borrosas, las de Vanadis son muchas y Mechi se pasa horas mirándolas. Hasta que un día Vanadis aparece. Será la primera de una lista de chicos que vuelven después de haber estado ausentes durante años. Pero estos chicos tienen una peculiaridad. Reaparecen con la misma edad, ropa y contextura física que tenían al momento de desaparecer.
Una lectura axiomática de la novela es la de la historia fantástica, el terror que generan esos chicos suspendidos en el tiempo que surgen como una suerte de zombis pasivos que miran, que sólo son, pero en ese estar se convierten en presencias inquietantes. Con raíces en “Los niños del maíz” de Stephen King o en el cuento “Una niña perversa” de Jeanne Jean-Charles, Enriquez trabaja con la maldad en los niños, promueve el temor irracional que produce en los adultos avizorar la malignidad oculta en la infancia. Esta percepción genera un miedo que rodea y oprime, encierra y amordaza. Pero hay más. Porque, como lo definió la propia autora, el tema que atraviesa y sostiene la novela es el de la máxima forma del horror: los desaparecidos. Pareciera que ya está todo dicho sobre ellos y sin embargo, lo original del planteo de Enriquez es abordar un tema tan sensible, discutido y trabajado de una etapa macabra de nuestro país y resignificar esa palabra que conlleva una enorme densidad simbólica contraponiéndola a otra, aquella que encarna otro tipo de espanto: los aparecidos.
Chicos que vuelven, en apenas 67 páginas y con la utilización de un lenguaje de fácil lectura, instala al lector en el núcleo de un conjunto de preguntas: ¿somos capaces de soportar el desplazamiento de ese lugar donde naturalizamos el olvido, donde optamos por ignorar el estruendo silencioso e incesante que causan los que ya no están?, ¿podemos lidiar con aquello que no comprendemos?, ¿cómo individuos y como sociedad vamos a seguir esquivando a uno de los delitos más crueles, rentables y organizados: la trata de personas?
La novela genera un eco, una colisión pregnante, una reverberación de ese abismo, de esa atmósfera espesa que produce el miedo porque sabemos, como lo demuestra nuestra historia, que nadie está exento, que nuestros cuerpos o el de aquellos que queremos pueden ser comercializados, violados, torturados, desaparecidos. Chicos que vuelven, además, obliga al lector a afrontar -directa o indirectamente- sus propios sentimientos sobre la violencia.
En el Parque de la Memoria hay otra obra de Graciela Sacco. Es una intervención urbana en la reja perimetral sobre lonas impresas del Río de la Plata. El título: “Cualquier salida puede ser un encierro”. La obra evoca al río como cementerio. La nouvelle de Enriquez sitúa al lector en el mismo estado de alerta que la obra de Sacco. Ese río donde navegan plácidamente barquitos, donde nos tomamos un ferry para escaparnos un fin de semana, ese río, también, es un cementerio. De la misma manera, debajo de nuestras actividades cotidianas, como agua subterránea, sigue fluyendo el destello de los que no están, esa estridencia silenciosa que nunca cesa, de las miles de fotos borrosas que quedan sepultadas en archivos aparecen ojos que nos interpelan, que nos piden que reaccionemos. Con Chicos que vuelven Enriquez, por un brevísimo instante, les da vida para que nunca olvidemos.
Chicos que vuelven (2010)
Autora: Mariana Enriquez
Editorial: Eduvim
Género: novela