Por Gerardo Burton
Resulta obvio que el hilo conductor de estos poemas sea el deseo. Cierto, la palabra aparece en diez de los dieciséis textos al menos una vez; y cuando no está, se la siente, porque está merodeando las palabras, las imágenes, las lame como las olas que buscan descansar sobre arenas que inmediatamente abandonarán.
Pero en realidad, los poemas hablan de la carencia, de la ausencia, del vacío. La carencia hace el deseo, la ausencia le da rostro; el vacío es su único contenido. Ariel Fernández sabe, ya que no intuye y ni siquiera aventura, que esa falta puede costarle la vida porque en la pasión encontrará el vacío, en el sexo habrá un “cuerpo sin sombras” y la desdicha será ese deseo tácito que, en fuga, no tendrá nombre.
Repito: el deseo funciona como un pretexto que encubre la carencia, la ausencia y el vacío. De él quedan restos: ”huellas”, dice Fernández; está en la “mirada que escapa”, se desvanece en el momento menos esperado (Lo que quiero/desaparece cuando/creo encontrarlo, dice en “Necesidades”).
Hay una correlación entre el deseo que nunca se satisface -satisfacción es un término ajeno, un concepto que ni asoma en este poemario-. La palabra jamás termina de expresar lo que se pretende decir. Para hacerlo, parece necesitar de otra compañía: un gesto, una historia, una esperanza, una creencia. La palabra es indigente, implora para poder nombrar.
El deseo es la otra cara de la necesidad: sabe que una palabra es necesaria si tiene peso propio y que un poema pierde sentido si no es necesario. El deseo sabe qué falta y a quién le falta, es un anzuelo que desaparece y deja sólo un regusto de frustración. El problema, y eso quizás pretende decir Fernández, es que en este trayecto, las palabras escapan a los significantes y son como los amantes “sin recuerdos”: la venganza, enjaular la intensidad,/matar al deseo es lo único que buscan (“Micropolítica”).
No hay angustia para el poeta: al menos él parece estar inmune a ella porque quizás piensa que hay otra otra salida. El amante sin recuerdos es, en este caso, la contracara de ese sexo triste como una mueca. Ambos se atraen y repelen como en un mismo campo magnético hasta el agotamiento.
Entonces, el deseo, al final, se hace cargo de la muerte y así todo cierra: la muerte del deseo es el deseo de la muerte, en un péndulo incesante que va más allá del evidente espejo invertido de estas palabras. ¿Será que los textos plantean que nada alcanza? Se sabe, la espuma no sacia la sed, la materia no soporta el arrebato -el robo- del deseo, su fuga. “Siempre lejos”, repetirá como letanía el poeta.
Deseo en fuga (2018)
Autor: Ariel Fernández
Editorial: La cebolla de vidrio Ediciones
Género: poesía
Complemento circunstancial musical:
Lástima que está inventado sino «ese oscuro objeto llamado deseo» vendría de perillas para lo que escribe Ariel.
Habría que crear el Día Nacional del Deseo para reemplazar la palabra «esperanza». ¿Qué fecha podríamos establecer? Mejor que se celebre todos los días.
Bello prólogo del afable Burton.