Por Valentina Vidal
Corría el año 2014 y la Feria del Libro tenía como invitada de honor a La República Federativa de Brasil. Ese día había ido para conseguir los dos libros de Marcelino Freire, creador de “La Balada Literaria”, movimiento marginal de San Pablo que se celebra cada año desde el 2006 y que refleja lo más fresco y honesto de la literatura Brasilera. Quiso la suerte que me cruce a un Freire perdido entre el tumulto y los laberínticos stands de La Rural y lo guié hasta el suyo. Quiso la suerte también, cuando mi tarea fue consumada, encontrar en el medio del escenario a un hombre de pie, con gorra, gafas negras, un micrófono en la mano y un texto en la otra, rapeando sus textos. Había algo hipnótico en su forma de decir. Era Ferréz, (Reginaldo Ferreira Da Silva, nacido en San Pablo en 1975). Miraba directo a los ojos a cada uno de los que estábamos allí sentados y empujaba cada palabra con las vísceras. Y aún a pesar de la barrera del idioma, cada uno de sus párrafos me llegaba al medio del esternón. Ferréz para ese entonces ya contaba con varias publicaciones: Fortaleza de la desilusión (1997) Capao Pecado (1999) Manual práctico del odio (2003), Nadie es inocente en San Pablo (2006), Dios se fue a almorzar (2014) y una novela infantil, Amanecer Esmeralda (2014), que trata de una niña negra criada en una favela.
Para esta reseña, acabo de leer Nadie es inocente en San Pablo publicado en Brasil en el 2006 y en el 2016 en Argentina, un libro de relatos traducido por la genial Lucía Tennina, quién se encarga no solo de traducir, sino de contextualizar los sonidos y la cadencia del portugués con el castellano, idioma algo más rígido en cuanto a la comparación sonora.
Ferréz se crió en el extremo sur de Brasil, en la favela llamada “Capao Redondo” y de allí no se movió. En sus tres primeras publicaciones, sus protagonistas eran bandidos y presos, que mostraban los conflictos de los favelados. Ferréz cuenta, que durante la escritura de su primer libro (demoró ocho años) vio morir a seis amigos suyos. Sin embargo, Nadie es inocente en San Pablo (Ediciones Corregidor 2016) es un libro de cuentos que aborda otras voces, otros extractos sociales, sin abandonar la denuncia ni el compromiso. Vale decir, Ferréz es un escritor militante que no necesita demostrar ningún artificio literario para seducir al lector y que tampoco incurre en el tan subestimado panfleto. En definitiva ¿Quién determina cuál es la línea que divide lo panfletario de la literatura comprometida con su mundo? Creo yo, los prejuicios. A Ferréz, todo aquello no le interesa, como tampoco dice interesarle el mundo de la literatura con sus exigencias elitistas. Ferréz vomita y escupe una literatura repleta de adrenalina, alimentada por sus propias lecturas como única escuela, lo que da por resultado honestidad y crudeza sin filtros. En su relato “Agarrarla” Ferréz desnuda los códigos a los que se someten dos amigos a partir de un conflicto con la mujer de un tercero. Códigos que sólo quién los puede observar desde cerca, respirando ese mismo aliento los pueden describir y desvestir de la manera que Ferréz lo hace. Los protagonistas de sus historias con seres desangelados, voces que gritan desde la imposibilidad de conseguir un trabajo para pagar lo básico y lo que hace acá Ferréz es decirnos fuerte y claro: esto pasa, te guste o no. La diferencia de este libro de diecinueve cuentos con sus anteriores publicaciones, es que por momentos va más allá de la periferia, que es como en Brasil le llaman a la literatura marginal. En el interesante relato “Golpe de energía”, un periodista llega a la Favela para entrevistar a una banda de hip hop en un bar, en una especie de crossover de clases sociales que deja entrever los temores de un pibe de clase media en un territorio para él desconocido y amenazante. El Hip Hop es un tema recurrente en la obra de Ferréz, él mismo es cantante en una banda y da shows en vivo. No es una sorpresa, aunque por momentos nos queden dudas, que su literatura esté poblada de elementos autobiográficos, como en el caso de “Asunto de familia” dónde le habla a su propio padre: “Me tengo que ir, Padre, tengo un par de cosas que hacer hoy, ¿sabe? Ayer a la noche tuve un show de Chico César allá en la favela de Monte Azul, fue una locura, él homenajeó a un amigo nuestro que falleció, Dunga. Y habló de IDasul. El tipo es piola, usted tendría que conocer la humildad que tiene, pero un día de estos arreglamos un paseo, todos juntos, si Dios quiere. Mándele un abrazo al tío y dígale que no se desanime, que la vida es así, y las marcas en el rostro no son de alegría. Su hijo, que hace tanto tiempo no lo ve, Ferréz.”
Los cuentos de Ferréz transpiran bronca, desesperanza, y a la vez, justicia poética, porque de otra forma estas voces anónimas no llegarían jamás a nuestras manos. Es grato saber que escritores como él llegan a editoriales importantes, y que su aporte es tan auténtico que nos interpela. Cabe preguntar por qué costará tanto que las plumas que surgen desde el corazón de la marginalidad lleguen a publicar en nuestro país.
Ferréz sabe y admite, la importancia de los libros en un ámbito donde la lectura puede ser motivo de agresión: «Infelizmente yo no puedo decir que a mí me hayan ayudado. Yo quería ser diferente a mis amigos, muchos de ellos muertos, y ahí estuvieron mis lecturas. Por eso digo `fico puto` cuando me dicen que la literatura no sirve para nada». (Télam 12/04/2014)
Y finalmente era verdad, la literatura salva. Por suerte Brasil tiene mucho para decir al respecto.
Nadie es inocente en San Pablo (2016)
Autor: Ferréz
Traducción: Lucía Tennina
Editorial: Ediciones Corregidor (2016)
Género: cuentos