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Reseña #576- Espías en los túneles del tiempo

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Por Josefina Fonseca

Las copas de los árboles protegen/ de la lluvia” son las primeras líneas que leemos en Ciertas horas de la primavera (La Carretilla Roja, 2017) de Anahí Flores. ¿No nos advirtieron, de niños, que durante una tormenta nunca buscáramos reparo bajo un árbol? Con la pericia de quien sabe que en los pequeños riesgos se define el mundo, y busca en la tensión las pistas para advertirlos, Anahí Flores nos conduce en sus poemas a un refugio siempre pronto a desmoronarse.

Los poemas de Ciertas horas de la primavera fueron escritos durante el 2014, cuando la autora vivía a dos cuadras de Plaza San Martín. Como una bitácora, registra escenas cotidianas en un tiempo cronológico que marca, además de los nombres de los poemas, el avance del día -¿un sólo día?- que es también el orden del libro: “6:48 A.M”, “7:22 A.M”, “8:15 A.M”. Y así, entre horas que evaden los números redondos, atravesamos, como advertidos de la falacia de las precisiones, los filos casi imperceptibles del tiempo.

Anahí Flores nos construye testigos, espías de los movimientos de personas anónimas cuyos destinos están cambiando en nuestra mirada y nos deja –suspendidos, impotentes- esa latencia de huracán por venir: “Al final del túnel vegetal/ la lluvia cae/ fuerte y filosa/ como una navaja”. ¿Y si fuéramos nosotros los espiados en lugar de los espías? ¿Cuál sería nuestro túnel, qué vería un poema al final de él?

Un zorzal come las migas que caen del sándwich de una chica; una avalancha de autos se asoma, apenas, sobre la loma de la calle que una mujer va a cruzar con su bebé; dos extraños rozan, con deseo silencioso, sus brazos en el subte; dos amigas toman café en un bar, ajenas al chico que golpeó la ventana antes de que lo alcanzara la policía. La urgencia de los poemas no está, claro, en lo que sucede. La urgencia siempre está en el cómo, en la forma en que la autora va tensando los versos hasta el límite de ese minuto que se deshace, dejándonos ante una postal irreversible, una anécdota con la que nada podemos hacer.

10:32 A.M

Esos hilos

finos y largos como pelo de serpiente,

como pelo hecho de serpientes invisibles,

andan por el aire,

reptan entre las personas.

Raras veces molestan:

su trabajo es indoloro.

Atraviesan gargantas,

corazones.

Parecen inocentes:

nadie tropezaría

por engancharse un pie,

ni podrían ser usados

como horcas.

Jorge Aulicino aporta en la contratapa una clave fundamental: “El registro de Ciertas horas de la primavera juega a que se produzca, al mirar de nuevo la imagen que fijó una cámara, la aparición de pormenores que no tuvimos en cuenta, siluetas, objetos, sombras o reflejos que nos hablan de que este mundo no es uno y unívoco. Hay otros en él”. Sí: los hay. Y como prueba tenemos la poesía. La poesía y este libro de Anahí Flores que, fingiendo refugios, abre pequeños túneles entre uno y otros mundos.

Ciertas horas de la primavera (2017)

Autora: Anahí Flores

Editorial: La Carretilla Roja

Género: poesía

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