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CINE – Crítica #1 – Un sueño hecho de coraje

limoneroreal

Por Juan Mattio

En 1987 la Escuela Superior de Imagen y sonido de París invitó a Gilles Deleuzea dar una conferencia. Alguien capturó esa visita en video, que todavía se conserva y puede verse en Youtube, y lo que registró fue un hombre amable, risueño, que domina el escenario solo y habla al público que se esconde en la oscuridad de la sala. “¿Qué es tener una idea?”, les pregunta a los estudiantes sin mancha deironía. “¿Qué es tener una idea en el cine? ¿Qué es tener una idea en la filosofía?”. Y reflexiona que una idea no puede ser algo general: uno no puede tener una idea que sirva al mismo tiempo para hacer una sinfonía y una escultura. Una idea, dice, es un potencial ya consagrado. ¿Qué lo consagra? La técnica. La idea se expresa en un lenguaje técnico que la inscribe, antes de ser realizada, en un ámbito específico: poético, filosófico, musical. Decir, entonces, tengo una idea para una novela, es decir tengo una idea que solo puede ser expresada en esas condiciones formales y en ninguna otra.

A partir de ahí la propia noción de adaptación trae una serie de problemas de muy difícil resolución. Porque si seguimos a Deleuze tenemos que pensar que la idea que originó El limonero real en Juan José Saer debió ser consecuencia de una serie de entramados técnicos muy precisos. Entramados que en su literatura son, además, fundamentales para sostener una de las poéticas más extraordinarias de nuestra tradición. Esos procedimientos, más que la historia, son los que merecen ser sino adaptados al menos desplazados hacia el lenguaje propio del cine.

Vienen a mi memoria –dice el director de El limonero real Gustavo Fontán en una entrevistala adaptación que realizó Visconti sobre Muerte en Venecia de Thomas Mann y también el Edipo Rey de Pasolini. Me resultan valiosas, precisamente, porque las entiendo como recreaciones de las obras originales. En realidad, el concepto de adaptación cinematográfica, en el sentido de una transformación de un lenguaje a otro, me resulta insuficiente, poco descriptivo”.

El solo proyecto de adaptar El limonero real es titánico y, por eso, se celebra. Uno desearía que más directores intentaran llevar al cine el Ulises o El Capital o La interpretación de los sueños. Y se perdieran en esas corrientesturbias y volvieran a la superficie para contar cómo se ve el mundo sumergido de la transformación: “Buen día, dice Ella. Buen día, responde él. Las palabras son como una cicatriz. Hacer una película que sea como una cicatriz que se cierra que se abre que se cierra que se abre”, escribió Fontán en su diario de filmación (fragmentos publicados en Revista Carapachay).

El director entiende, entonces, que adaptar una novela no es trasladar una idea. Y que, por lo tanto, adaptar esta novela es imposible. Porque Saer trabaja en su escritura una crítica a lo real y no una escritura mimética. Saer está pensando lo real, el tiempo, la muerte, la conciencia y lo está pensando desde lo más primordial que tiene un escritor: su técnica.

El director está obligado a emprender, así, un relato personal que tiene como punto de referencia la novela de Saery, al mismo tiempo, debe ser otra cosa. La novela es el resto diurno de la película. Yen esa transformación Fontánlogra un relato donde el texto de origen está desfigurado por su técnica y por su subjetividad. Su película podría llevar la leyenda: basada en un hecho irreal.

Ricardo Pigliapiensa que filmar una película que se base en un libro de ficción es construir una interpretación. Cuenta que cuando le encargaron la adaptación de El astillero, leyó de nuevo la novela de Onetti y, para escribir el guión, generó una nueva lectura que le permitiera rehacerla. Recortó escenas, personajes, capítulos. Se quedó con aquello que le permitiera contar ya no la novela sino su lectura.

La pregunta es, entonces: ¿cuál es la lectura de Fontán? Creo que el director piensa El limonero real como una novela sobre el espacio. Están, en primer lugar, los isleros que son los protagonistas y que ya en su nombre refieren a un territorio, está el río que cierra o abre los caminos, está la naturaleza indócil: “los árboles que nadie plantó”como escribeSaer, está la luz aturdida de las islas, está el agua como elemento fundante de unos hombres y unas mujeres que atraviesan la vida desde ahí, desde ese lugar único en el mundo. Fontán filma esa lectura y es una lectura legítima. Es, sobre todo, una película bella.

Sin embargose puede disentir. Se puede decir: El limonero real no es una novela sobre el espacio sino sobre el tiempo. Y es posible justificar esta hipótesis. La novela, como sabemos, tiene en su centro el duelo que unos padres atraviesan por su hijo muerto seis años atrás. Y es la presencia fantasmal de ese hijo la que fuerza la técnica narrativa de Saer, la que lo exige como narrador: ¿Cómo se cuenta ese tiempo plano del duelo en el que viven los padres sin su hijo y donde el pasado reaparece, violento y descarnado, en el presente y dondeel futuro no es más que la triste repetición del presente y el pasado? La muerte, en El limonero real, es más presente -y más futuro- que cualquier gesto actual de los vivos. Toda la furia técnica de Saer está al servicio, en esta novela, de intentar narrar ese imposible. Sus procedimientos son abrumadores porque su proyecto es inmenso. El lugar donde eso ocurre es, sin duda, fundamental pero creo que no es definitivo.

La película de Gustavo Fontán, con toda su belleza y su esfuerzo, resigna el relato del tiempo para contar el espacio. En ambas lecturas es la muerte la que invade la vida. Y, sin embargo, son dos muertes distintas. En la muerte del espacio es la distancia entre la cena de año nuevo –con su música, su griterío- y la madre en la casilla-con su silencio- lo que importa. En la muerte del tiempo es la imagen del niño corriendo en el patio de tierra (muerto pero vivo, porque es aparición y no recuerdo) lo que duele hasta la locura.

No sé si importa tanto. Hay, en todo caso, una lectura de la muerte en la película de Fontán que hace justicia a la novela de Saer. Y lo que resulta fundamental de esta versión de El limonero real es que el director trabajó duro para que, como quería el bueno de Tarkovsky, su película no fuera simple documento y se transformara en un sueño. Que ese coraje no nos pase desapercibido.

El limonero real (2016)

Director: Gustavo Fontán

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