Por Lucía Delbene
En un artículo intitulado «Las locas de Onetti» Alicia Migdal hacía un recuento de varios de los personajes femeninos que, con respecto a los tópicos de la madre, la esposa o la percanta, se manifiestan desenmarcados de cualquier identificación, encarnando acciones que se colocan fuera de la ley del consenso establecida por el foco del narrador masculino. De la historia de dichos personajes, han salido alguno de los cuentos mas espectaculares de la narrativa onettiana, «La cara de la desgracia» o «El infierno tan temido».
Todas las cuerdas, nuevo libros de la poeta bonaerense Romina Freschi, vuelve a insistir desde la polisemia del título, de una estado border line como umbral o pasaje hacia la irreverencia, quizás el conectar o vibrar en el tornasol desnudo de un cosmos en movimiento. Porque no solamente se trata de las cuerdas vibrantes emisoras de partículas elementales que componen el cosmos a la manera de una vigüela universal, sino cor – cordatus, corazón de donde «Cuerdo» o que resuena desde el corazón. Esta racionalidad del pecho se proyecto mas allá del modelo logocéntrico, el lugar donde el ego femenino o yo fémino, ha sabido habitar desde siempre, en los intersticios de los terrones endurecidos, las grietas por donde el agua se vierte en el submundo, espacios de aquellos que se niega a ser fijado: mi hembra indecisa se vuelve hombro del trigo y del maíz, suena la cuerda de Dafne. la cordura es cada poema/cordel que conecta con el mundo y resuena en la verdad, para torn(e)arse cuerda.
El encordado que compone el libro está formado por seis cuerdas. tres de ellas tocan la voz de una personaje femenino perteneciente a los relatos de la tradición cultural de Oriente y occidente, Dafne, Eva y María, la cuarta es Romina Tejerina, una Medea argentina a quien el mito ha hecho carne. Cierta esta primera sección «Cuerda de poesía», una metafísica que al modo de bordona unifica la polifonía en la totalidad que constituye al texto. En este reflexionar sobre la hechura y los hechos, Todas cuerdas encauza en la riquísima vertiente americana que inicia la poesóa autóctona del subcontinente: Sor Juana Inés de la Cruz, a quien la autora convoca en la obertura del libro. esta primera sección, datada hacia el 2011 está acompañada por un postfacio de la poeta chilena Carmen Mendía, al que subsugue una serie de textos breves bajo el acápite «Ejercicio cósmico» para clausurar con «La cuerda de Laika». En una nota ulterior, clave de sol de la composición, Freschi advierte sobre esta singular organización; además de proponer la inversión de un esquema temporal (Laika habría sido la primera cuerda de 2009), canibaliza los cuerpos poéticos-críticos satelitales como el de Mendía, los ejercicios cósmicos y los paratextos de poetas, filósofos y científicos, que integran en el organum las voces que van construyendo la melodía desde diferentes tonos para formar una pieza única.
Pánica vocis
el poema se enuncia siempre desde un lugar igual pero distinto. Un yo «pánico» en el sentido de total, es atravesado por Freschi, Dafne, Eva, María, Laika. las cuerdas componen esa canción de «todas». Una identidad centrífuga igual al universo en el cual se incuba. En esa fuga del centro, la voz suscita los elementos, regula vibraciones, escoge los estados, lagos, murmullos, atardeceres, piedras, conejos y colores, forman parte de ese desatar. El yo es corriente eléctrica que atraviesa los cuerpos y los medios, vestirse e invertirse, desatar el torrente, quitarle toda arma para que encuentre su fuerza y se detenga por si, suena en «Cuerda poesía». El yo es una reverberación, un efecto que desborda el material y lo obliga a torrentarse: corriente, velocidad de imágenes que en su flujo inaprensible solamente deja un rastro de belleza proteinal. ¿Qué es la estética sino la intuición? Se pregunta esta misma Cuerda.
No obstante el lugar de la enunciación es ubicuo, un adentro y un afuera reversibles, un antes y un después simultáneos. Yo es otro, ósmosis. A ellos se refiere el epígrafe de Deleuze – Guatari, cuando en el esquizoanálisis se exime al ego de sustantivos: no hay un yo que se identifique con razas, pueblos, personas, sobre una escena de represenctación, sino nombres propios que identifican razas, pueblos, personas con umbrales, regiones o efectos en una de producción de cantidades intensivas. El yo como intensidad o campo físico de fuerzas atravesado por otras intensidades, mutados por efectos entrópicos que dan cuanta de la porosidad, la consonancia en lo móvil, la disipación en el entorno, en la ausencia de límites precisos.
¿De qué habla esa voz? Aquí no hay evocación ni advocación de mundos, sino un actos de fundación, el canto no constata, brota con su corte de milagros en el chorro de un son que levanta a la creación misma: cada gota de sangre conforme el lago/las presas fangosas reanuden el pantano/el tamaño de la tristeza sea triunfo glorioso y mi canto/un himno del fungir, lamento armamentado impronunciable. El uso de los verbos con valor de imperativo performatizan cada epifanía como un fiat lux, allí donde se produce, la palabra la realiza. Momento de sensorialidades se van sucediendo en el flujo lúdico en el que el sonido aliterativo, paronomásico o derivativo del lenguaje parece querer inquietar lo que no puede decirse, impronunciable. A partir de ese rodeo infinito que el neobarroco supo conquistar como negación de la trascendencia. se produce la constatación divina de lo concreto que con su embestida de maravillas en fuga da paso a una estela que se evapora en el fin de la interminable llanura austral: con su balido, bala, bala lo que, mejor me hubiera balido/una bala de lo que el chancho me valió/ espuma blanca y roja/ de la bañera, pececito y patito blando de las promesas/ baja el jugo por un caño hacia el barro/ y yo bien abierta, en la cuerda de Romina Tejerina.
Si bien no hay relato, puesto que en la medida de la velocidad del verso extenso y músico lo impide, asistimos a motivos que la constelación de los nombres de los personajes conjuran en el subtexto del mito: la maternidad, la desobediencia, la violación, lo sagrado y la blasfemia. El erotismo es puesto en escena como develación de la vida salvaje, el ámbito de los poemas parece ser un vergel edénico no exento de crimen y muerte al igual que los hechos que nombraron a sus heroínas. Dafne en la metarmorfosis de la culpa, Eva la maldición patriarcal, María la maternidad célibe que profana el ideal católico, mientras el contrapunto de Romina dignifica el matricidio producido a partir de la violación de una chica que sale en la prensa. Por último, Laika ostenta el signo del sacrificio héroe de la perra lunar, todas ellas, todas cuerdas, se clavan en lo más íntimo de un enclave femenino actual, por momentos emergido de un salvajismo que lo animal enmascara. hay cruces poéticos con la uruguaya Di Giorgio que también trabaja este topos discursivo que trasmuta y traviste la identidad de potencialidades inhumanas, en tanto la enajenación producida por la subalternidad del yo fémino propicia esta blandura en los lazos que sujetan al sujeto y deslizan hacia la errancia.
En Todas cuerdas la inestabilidad es tensada como belleza, alegría de los sentidos, celebración sensual a pesar de todo, de la vida del cuerpo y de lo corporal como espíritu y creación. El libro me produjo una exaltación jubilosa, expansiva, pánica, estoy segura que a usted le pasará lo mismo.
Todas cuerdas (2017)
Autora: Romina Freschi
Editorial: Hekht libros, Colección Incandescencias
Género: poesía