
Por Diego Ravenna
Dice Anne Carson que la palabra griega eros denota falta, deseo de eso que está ausente. Y que su activación no depende de voluntad alguna sino que se impone irresistiblemente desde afuera. El deseo, en Como una luz, los patios (Salta el pez, 2019) de Lisandro Gallo, toma el cuerpo, aparece y nos cambia “había aparecido / abuela, ¿el deseo?” se pregunta; nos hace desear al otro y se une a la memoria de los primeros juegos, a la imposibilidad de cercar el tiempo y detenerlo con nosotros ahí, porque como dice en un poema “el mundo es implacable”.
El deseo es también recuerdo de los patios y sus plantas, del aloe vera que fue un regalo pero que una maceta no puede contener, de la flor de la pasionaria que al ser arrancada se cierra porque “arrancarse solo puede traer cerrazón”; porque como se dice en el poema que abre el libro esos patios duran más que jardines / no son de la mano exacta / no de la mano sabia / son de la memoria los patios.
Los poemas dan cuenta de una sensibilidad discordante que “trabaja subterránea, oculta atrás del brillo de las cosas”; una vida disidente de aquella que supuestamente se espera de un varón. En el poema «Nuestro juego» se dice justamente que hay juegos que no son de varones, o en el poema «Te gustaba el jardín» dirá que las metáforas botánicas y la lírica vegetal son rechazadas porque son “de mujeres”. El yo creado por los poemas carga con una subjetividad en conflicto.
Ese lugar disidente es justamente el espacio que reivindica la voz poética para sí; la voz de esas mujeres que son menospreciadas: sus actividades, el cuidado de las plantas, los jardines, aparecen valoradas. Dice en el poema «María Elida» dedicado a su abuela: yo atesoraré / no el gesto de la mano fuerte / no la mano que empuña facones / más bien esas palabras en cuchicheo / vos, tus amigas las dejan caer.
Se reacciona contra un mandato inscripto socialmente, querías un hijo como quien encuentra tirado / en invierno un fruto y mide con el tacto / el peso perfecto, la piel tersa / la pulpa nutricia detrás de la piel / en su vida la prueba de su fortaleza, dice en el poema “Te gustaba el jardín”. Por eso al padre se lo deja de ver durante un tiempo, se lo recuerda tras su muerte. Porque la distancia permite el reconocimiento y el reconocimiento permite la diferencia y, por qué no, la posibilidad de reconciliación. Como dice en ese hermoso poema «El jazmín»: yo / que debería haber estado durmiendo / estaba detrás de la persiana, desde ahí / veía a un hombre dulce ante la noche abierta / ese hombre cortaba un jazmín / ese era mi padre.
Menciona Andi Nachon, en la carta que hace de prólogo al libro, que vislumbra en este poemario de Lisandro Gallo un ecosistema al que no pertenece y que sin embargo le permite reconocerse, hacerse parte de esa biografía. No es extraño, pues el conjunto de estos poemas se asientan en su gran capacidad lírica, entendiendo por lirismo, como señala Martine Broide, no la cuestión del yo ni la de sus sentimientos o pensamientos, sino la del deseo, esa fuerza invisible y universal que nos atraviesa a todos.
Son, sin dudarlo, un conjunto de poemas bellísimos y delicados, con mucha fuerza. No con ese poder que se pretende devastador, sino uno más sabio, más tierno y por eso más poderoso, como el del viento que agita el agua u horada la piedra: dejan una marca, una huella intangible en nosotros.
Como una luz, los patios (2019)
Autor: Lisandro Gallo
Editorial: Salta el pez
Género: poesía
Complemento circunstancial sonoro: