Por Cristian Maier
En los últimos tres años, sólo leí dos novelas en los que la ruralidad bonaerense se presenta como trasfondo. Una, Además, el tiempo de Salvador Biedma. Una novela costumbrista, exquisita, en donde la sombra de Saer aparece y desaparece en el entramado del estilo ―sobre la que ya escribió Mariana Komiseroff en Sólo Tempestad―. La otra es “Pase al vacío”, de Gastón Garriga, donde el filtro narrativo parece estar en Soriano, presente en el epígrafe que antecede a cada capítulo.
En ambos se presenta de manera distinta la resolución a una complejidad: cómo hacer que pase todo en escenarios donde en apariencia no sucede nada. Biedma lo ejecuta con una disposición circular que achica el diámetro en el transcurrir de las páginas. Aquí la narratividad se empareja con la trama y logra una belleza cuasi pictórica.
Garriga, en cambio, utiliza un método directo, en donde la construcción de los conflictos lleva a resoluciones inexorables con aparente linealidad, pero que en realidad se parten en múltiples direcciones, para después unificar la fragmentación en un final preciso e inesperado. La belleza de la prosa del autor radica, sobre todo, en su función hacia la continuidad que busca, con eficacia, librarse del quietismo. Pero al mismo tiempo, con la capacidad de sumergir al lector en un clima plañidero, con puntos muy altos en la empatización hacia los personajes. Tanto más, cuando la figura del héroe no se hace evidente, sino más bien como antihéroe, y desde ese punto todos los acercamientos son posibles. Esta es la tensión que le ofrece “Pase al vacío” al lector, un dilema permanente que persiste luego del final.
La síntesis del eje es apretada e injusta. El Laucha, que la rompe con el fútbol, vive en la miseria, con la disgregación familiar a cuestas. Cuando el delito se presenta como una opción, aparece su padre a rescatarlo, un policía rural con una familia ya hecha. Las circunstancias del abandono siempre nos serán desconocidas, pero el proceso de reintegración con todos sus vaivenes aparece en detalle: la tirantez de las relaciones, el adaptarse a lo desconocido que ahora será una familia, el mirar hacia atrás, hacia lo que se dejó, siempre. También aparece la política, con Cacho, un intendente oscuro y eterno, que es amo y señor y que abriga el talento del futbolista talentoso, más como herramienta que por filantropía; casi del mismo modo en que protege la carrera policial del padre, al que mantiene como brazo ejecutor. El código es simple: obediencia y silencio. Por detrás, la Bahía de Samborombón aparece en sepia.
El fútbol como materia de movilidad ascendente y la política como tapón, su interrelación y sus quiebres, siempre bajo el panóptico de un funcionario menor, que dentro del universo acotado se transforma en un pequeño y desvencijado dios. Ese es el concepto sobre el que Garriga construye esta novela atrapante, de una perfección muy particular, en donde la simpleza de la estructura es engañosa. Como escribe Alejandro Wall en la contratapa: “el mejor pase al vacío, el más efectivo, ocurre cuando no ocurre nada. Cuando o lo esperamos. Su gracia es la sorpresa, la puñalada final”. Y esa puñalada final, después de tantas asistencias admirables, está precisamente en el desenlace, inesperado y terrible, al fin, expiatorio.
Un gran hallazgo de la editorial Letra Viva.
Pase al vacío (2016)
Autor: Gastón Garriga
Editorial: Letra Viva
Género: novela
[…] Reseña #564- La sombría cualidad del gol Posted in Sitio web. Bookmark the permalink. […]