Por Coni Valente
La primera sensación al tocar este pequeño libro llamado Rock es empatía. Rock es solo una palabra, pero en mi vida es mucho más que eso. Por experiencias vividas, por amores furtivos y de los otros, por tantos recuerdos con famosos y también con ignotos.
Como sea, esta novela es inspiradora y los autores tienen planeados dos libros más que vienen a completar la historia de dos muchachos- escritores y músicos, fracasados ellos en ambas actividades- inmersos en un mundo vertiginoso de rockies border que en definitiva son todos cierto reflejo de aquellos que no somos capaces ni de entonar unos toc-toc.
Fiel a mí estilo, stalkee a Alfredo Germignani y a Guido Moussa y pude descubrir lo siguiente: ambos son pelados, usan anteojos de vez en cuando, nacieron en Chaco y es posible que tengan un futuro prominente en las letras.
La verdad es que la mejor manera de describir el estilo de la escritura de estas cuatro manos es “zarpada”. Sorry, pero no hay otra palabra. Es una novela “caliente” y quizás es por ello que la portada se ilustra con llamas. Y quizás también tenga que ver con la temperatura, esa forma en la que denominan ellos mismos su estilo: Literatura Tropical.
¿Pero qué cuernos es la Literatura Tropical? Bueno, parece que es un movimiento generado desde espacios culturales que mezclan interdisciplinariamente lo que cuentan los libros con la más pura realidad. O más bien, que inspiran episodios psicodélicos en los que los sentidos de los espectadores se ven intervenidos por quien tenga algo para decir en voz alta y a todas luces, pero que centra su intención sobre la cruda realidad del interior del país.
Un dato no menor es que este libro y los que le siguen en la trilogía los edita Contexto, que es una librería editorial chaqueña especializada en textos jurídicos y contables. Es raro. Rarísimo. ¿Explicame como llega esta pequeña editorial a lanzar estos locos libros? Tengo ensayada una respuesta: uno de ambos autores es abogado y aunque sea increíble de comprender estos buenos chicos se mueven en el mundo de las leyes de lunes a viernes y luego se calzan ropajes extraños y generan eventos estrafalarios en donde convierten textos en un universo distinto. Eso es este invento estrambótico: un espacio de interpretación cultural explosivo (en el sentido literal de la palabra). Es un engendro, pero ellos prefieren llamarlo harsh noise.
Esta novela, básicamente, cuenta la historia de una manga de losers que se inscriben en una batalla de bandas en la ciudad de Resistencia City Tropical. Todas las denominaciones, como ésta, burlan críticamente en clave de humor el contexto social que les tocó en suerte. En muchos de sus pasajes se juega con expresiones populares que remarcan fuertemente esas etiquetas autoimpuestas por la sociedad de consumo de lo que “debemos ser” para entrar dentro del sistema o todo lo contrario, claro: “parecen pibes bien, a juzgar por el aspecto” o “Esos giles toman la merca que compraron con la guita de papa y mama y se creen Maradona”. Y aunque refunfuñan contra eso y promulgan la anarquía también usan expresiones como “cut to commercials” o “WTF”.
Creo que todo es una gran protesta, una manera de gritar desde el infierno con la voz de los demonios internos que los subyugan. En cierta medida, la novela de Germignani y Moussa es también un reflejo de la enorme lejanía que sienten aquellos que viven fuera de los confines de la Gral. Paz. Y más que eso, aquellos que se caen de los cordones del Conurbano y mucho más, esos otros agobiados que en verano se deshacen del calor y que caminan por calles de tierra cuarteada por la sequedad del suelo.
Igualmente, la novela trabaja, además, con todos esos postulados que giran en torno al submundo del Rock and Roll (acá, en el Chaco y en la China, también). A saber:
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Los flacos que hacen rock están llenos de minitas y hordas de groupies se mueren por coger con ellos.
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El amor no existe. Todo es sexual.
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Las drogas corren a más no poder. De todo tipo: duras y blandas.
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Tocar un instrumento musical y hacer rock es ser casi una deidad bajada del Olimpo.
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Los camarines de las bandas son un viaje de ida a todo tipo de placer terrenal
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Las flacas que rockean garchan mejor
Y así, puedo seguir un largo rato. Bueno mis queridos y queridas, sepan que todo eso es una fuckin falacia. Y aquí, Alfredo y German (o Funes y Litter, los relatores del cuento y además líderes de Los Cenobitas) derrumban esas premisas aún más de lo derrumbadas que ya estaban por el óxido de los convencionalismos.
Otro concepto con el que Rock trabaja mucho y remarca fuertemente es el de crisis en el sentido de ruptura. Todo está roto, dividido, ellos están allá y nosotros acá. Una brecha. Tal vez una, entre la vida y la muerte. Así de drástico.
Ahora, digo yo, todo esto ¿es verdad? ¿Existe? Me refiero a los autores, a la historia, a los personajes, al relato en sí mismo. Muchas veces me dio la fuerte impresión de que no y sin embargo algunas pequeñas referencias a personas que en realidad existen como por ejemplo Gustavo Santaolalla -productor y músico ganador de dos Oscars-, Ricky Espinoza (ex cantante de Flema) o Wham -el dúo de pop británico-, me da la sensación de todo lo contrario.
Esta novelita me confunde. Aunque tiene un lenguaje crudo, salvaje, directo, que va al grano sin dar vueltas y las oraciones están como escupidas, como si todo el tiempo hubiera enojo, me confunde un poco porque no sé si creer o reventar. Paso a explicar: hay una constante que se repite sin cesar y es que todos son unos fracasados, unos inservibles, nefastos y decadentes reptando en un submundo oscuro y sombrío. Los autores, aquí, en esta novela llena de capítulos muy cortos ponen de manifiesto la contrapartida de la vida cotidiana de aquellos que “se creen estrellas de rock” y en realidad son solo simples mortales que aprendieron a tocar la viola para cogerse minitas. Digamos, se puede hablar de putas, merca, vergas, conchas, cogidas y pendejos pero muy educadamente, por decirlo de algún modo. Eso me confunde. ¿Son o se hacen? Esa es la cuestión.
Hay una escena que relata el libro, que quizás sea una buena síntesis de él. Paula Alonso le practica una fellatio para chuparse los dedos a Alberto Litter en el galpón de al lado y mientras tanto un soundtrack satánico suena en las orejas del “ingeniero sonoro del horror”- como se autoproclama este Cenobita. ¿Y que es sino el “rock” o este Rock? ¿Un género musical? Pues no, es mucho más que eso, es toda una puta actitud frente a la vida.
No me parece nada casual que la “banda” integrada por Funes y Litter se llame “Los Cenobitas” porque mucho de aquel movimiento monástico iniciado en Egipto en el siglo IV está presente en las características de este relato que nos acercan Germignani y Moussa. La descripción de los autores tiene que ver con una comunidad en el sentido de grupo de personas unidas por un interés. Y estos seres -freaks ellos- están reunidos en Rock para ganar una batalla. Pero no estoy segura que sea una batalla musical, precisamente. Porque sí, hay referencias a bandas musicales reales de los 80, de los 90, de grunge, de punk, a frontman-s, a temas, pero la pelea que dan todos los personajes es otra, no tiene que ver con la música, tiene que ver con la vida, con aguantar, con resistir, con sobrevivir.
Todo lo que ocurre en esta historia desemboca en un domingo fatídico. Caliente. Diabólico, incendiario. Es un libro violento, como una cachetada. Es un sacudón y leerlo es subirse a la ola de llamas que vienen cabalgando desde el Infierno como los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Rock (2014)
Autores: Alfredo Germignani, Guido Moussa
Editorial: Contexto
Género: novela, Literatura Tropical
Estimada Coni.
Como Fernando Funes, escritor y periodista fracasado, he leído muy concienzudamente la reseña que ha escrito sobre la novela «Rock» [ primera entrega de la <>, que continuará con «Electrónica» y finalizará con «Folklore» ], escrita a cuatro manos con mi amigo personal don Alberto Litter, DJ Sultán del Horror. Antes de arrancar, quería comentarle, justamente, que de Litter no sé nada hace días, me tiene algo preocupado. La última vez que supe de él se clavó un pepa mirando bailar al Ingeniero Macri en el balcón de Casa Rosada. Fue demasiado mucho harto para él, se guardó unos días. Estoy más que seguro que él, también por su lado, le escribirá con entusiasmo. Yo, en tanto autor vituperado por los tentáculos canónicos de la literatura argentina, desde el seco y caluroso Norte argentino, asumo que su lectura es (como le dije, muy secamente) sensacional. ¿Sabe cuando lo supe? ¿En qué momento? Cuando dijo: «¿Son o se hacen? Esa es la cuestión». Ésa sea quizá, la matriz del encanto tropical. Nada más acertado, nada más acertado. Fíjese usted que el mismo Litter me lo mencionó en alguna de sus maratónicas felatios zoofílicas: «Quien haga una lectura acertada sobre nuestra literatura dirá: <>». Si no me cree, seguramente tendrá la oportunidad de preguntárselo usted misma. Pero créame que dio con la tecla justa. Naturalmente, esto no habla sobre nuestra literatura en cuestión, sino más bien sobre su sagaz manera de leer e interpelar el mundo fantástico, que es en realidad el mundo que nosotros llamamos «real verdadero».
Suyo (siempre que lo necesite).
Fernando Funes
I.
Queen of the Stone Age: la banda de Josh Homme y Nick Olivieri. Los tipos que continuaron el legado de los legendarios Kyuss. Stoner directo del desierto. Josh Homme, el tipo que toca la guitarra y es movedizo y tiene decenas de proyectos paralelos –al modo de Dave Grohl-, entre ellos Eagles of Death Metal: la banda que estaba tocando en Le Bataclan en el exacto fatídico momento que un grupo de dementes, bajo los efectos del captagon, se cargaron a un montòn de personas bajo acusación de satánicos idólatras y perversos participantes en una fiesta repudiable.
Todo eso, en un concierto de rock.
II.
Si es cierto que el libro existe –en su dimensión ontológica más absoluta- en tanto y en cuanto es leído, entonces el libro existe merced al lector, que completa el texto, otorgándole vida. O algo parecido.
Pero, conviene agregar: que si es cierto que el libro existe en tanto parido por el lector, ese dar a luz es no sólo el acto de la lectura sino además un plus, un algo más, que nosotros –aquí- diremos es el nacimiento de un universo en el mundo de quien lee.
El mundo de quien lee, es uno de los mundos posibles. Uno de los infinitos mundos posibles. Por eso, el texto no le pertenece del todo al autor. Una vez apropiado por el lector, el lector tiene incluso más derechos (un catálogo más extensos de derechos de carácter personalísimo) para ejercitar la propiedad (el más amplio derecho de dominio sobre una cosa, material o inmaterial) sobre el texto.
Hay lectores que se apropian de los textos. Otros, sólo los visitan. Pasan y olvidan. Y son olvidados.
La raza de los primeros (lectores que se apropian de los textos), es un fenómeno infrecuente. Estos son los lectores que pueden deslumbrarnos. Y permitirnos acceder a un libro.
Los buenos lectores (aunque la expresión es odiosa, porque ni buenos ni malos; pero nos sirve para decir lo que queremos decir).
III.
Dice una (de las muchas escritas) crónica: “Lo que comenzó siendo un concierto de rock corriente acabó transformándose en la noche más triste …”. De un tiempo a esta parte, lo antedicho cabe horriblemente bien para asociarlo a los momentos culminantes del rock. Ni hace falta mencionar lo que todos sabemos y leemos cuando se dice esto.
Algo de eso hay en <>. Nuestra novela, reseñada por Coni Valente.
IV.
Coni podría destruir alguno de nuestros libros, alguno de los que aún no leyó. Pero está claro que una buena lectora, alguien que le da vida al texto y se lo apropia. Quizá por eso que dice al principio de la reseña: <>.
Amores furtivos.
“¿Quién besará la lengua del diablo?” cantaban los Eagles of Death Metal cuando las kalashnikovs de los terroristas abrieron fuego.
Es curiosa imagen aquélla según la cual el fuego <>. Como si se tratara de un universo flamígero contenido en sí mismo y del que estamos sólo aparentemente a salvo: mientras no se abra. No es una puerta, no es un agujero: el fuego se abre completo.
El amor, el sexo perfecto: se abre completo, por todas partes, al mismo tiempo y sin limitaciones ni limitantes. Se lleva todo puesto.
Luego, sólo queda el olvido.
Y después, ni eso.
También se desata.
Pero yo te prefiero así: suavemente enroscado a piernas grandotas.
Porque me prefiero asì.
V.
No siempre fuimos pelados.
No siempre fui pelado. Alguna vez, incluso, llegué a verme parecido a Robert Smith (que siempre –excepto en el video clip de “The Forest”, único documento fílmico en el que aparece sin maquillaje el querido Roberto Smith- se vió igual), cosa que en Resistencia, 45 grados a la sombra, Chaco, debió ser algo fenomenal y desconcertante para quien lo contemplara.
Lo sé ahora, que soy pelado y que ya no son los 90. No lo sabía entonces.
Entonces, me parecía lo más normal del mundo expresar un montón de tristeza y frustraciones (casi todas sexuales, porque los 90 fueron una mierda hasta para coger) aplicando toneladas de productos al pelo para obtener un peinado símil Roberto Smith: con esas crenchas, nadie podía poner en duda la desolación que uno atravesaba.
Siempre hay tiempo para descubrir que la desolación puede empeorar. Pero eso uno no lo sabe, no lo aprende a tiempo.
VI.
En la contratapa de “Electrónica”, la novelita que sigue en la saga, hablamos de inútiles envidias y ruindades propias del mundillo de los escritores.
Un día, estábamos con Alfredo fumando un porro, en un patio que no identificaremos para no comprometer a nadie, cuando un conocido escritor –que, paradójicamente, escasea casi hasta la nulidad de publicaciones- se nos acercó y nos preguntó qué estábamos escribiendo.
Una pregunta de mierda de la que gustan mucho los <>: Y vos ¿qué estás escribiendo?
Nada, la puta que te parió, nada. No estoy escribiendo nada hijo de re mil putas ¿qué clase de pregunta es esa?
Los escritores se preguntan eso entre sí para robarse ideas o para dar pié al monólogo perfecto en el que colar una oda al gran libro (de cuentos, novela o poemario) quien formula la pregunta está escribiendo en ese momento. Contestes lo que contestes, luego sigue: <>. Andáte a la mierda, vos y el diccionario de Word.
Nosotros, Alfredo y yo, habíamos concluido por entonces, una novela monumental llamada <>, que aún no editamos y que llevamos años trabajando (últimamente Alfredo más que yo), que no sabemos cómo pero adquirió rango de mitológica en la pequeña escena local.
“Una novela faulkneriana -Funes es el primer panegirista faulkneriano serio que conoce la provincia del Chaco- de amor y desesperación; ruido, mete saca mete saca, y un vagar por ninguna parte que no va hacia ninguna parte ni va en absoluto, para ser sinceros”: decíamos nosotros a quien quisiera escucharnos.
¿Qué le íbamos a contestar al escritor que nos preguntara eso, qué están escribiendo ahora? ¿Nada? Mi pija nada. M-I PI-JA.
Alfredo arranca respondiendo: “Una novelita, estamos escribiendo una novelita”. “Ah mirá vos. ¿Y sobre qué?” redobla la apuesta nuestro interlocutor anónimo –aquí anónimo-. Entonces le salgo al cruce, en defensa de Funes, y digo lo primero que se me ocurre: “Es sobre música. Se llama Rock.” y Alfredo me sigue el juego y duplica la apuesta: “Es una trilogía”.
El tipo se aleja frustrado. Y por lo bajo, los dos decimos: “¡Pero qué tipo hijo de puta!”
VII.
Todo esto para decir que Coni tiene razón.
Que ha leído fabulosamente el hipertexto.
Tan bien, que nos parece que es una de las nuestras. Una de nosotros.
Nuestra, personal, de nosotros.
Que nos ha regalado una gran reseña, que sólo podemos pagarle con el placer de la lectura, pues no hay otro modo.
Cuando se den cuenta de la joyita que tienen ahí leyendo y reseñando, seguro se la llevan.
VIII.
<> (Ladrón de Cadáveres, Libro I, fragmento, Germignani/Moussa).
IX.
Coni ya había reseñado una edición nuestra de un libro ajeno (el libro de Marcelo Alejandro Caparra) y ya nos había conmovido con su lectura de ese libro (cariñosamente, librito) que queremos tanto y del que nos sentimos orgulloso. Rara avis el librito de Marcelo; y él, un crack.
X.
Por último, agradecer a Pablo (y en Coni a todos los reseñadores que colaboran) por el sensacional trabajo que hacen.
XI.
Y con el afecto más sincero, que no se puede escribir, porque escrito se desdibujaría, Coni: ni soy ni me hago (Funes, no sé, no puedo hablar por él), me gusta.
Vaya ahí un subtexto.
Para usted, para vos: pan comido. Papita pa`l loro.
Por eso, la abrazo en sueños y con franca alegría. Pues nada importa al fin. Leer, charlar, coger, comer, tomar, escuchar, y remontarse. De algún modo, remontarse.
Ni soy ni me hago: suyo siempre (que me necesite).
Desde tierras prefederales, escenario de vastos genocidios de todo tipo, siempre ocurriendo, vaya un beso gigantesco y sonrisas fraternas.
Muerte a los salvages unitarios. Viva la Confederación Argentina.
Post scriptum: de regalo, la canción que ilustra. Viva el rock. Y lo furtivo.
https://www.youtube.com/watch?v=9TL2B-iiVhA
Agradezco a ambos ambas devoluciones. Quedo ansiosa a la espera de Electronica y otros…no creo haber exagerado en nada nada de lo que escribi y me alegra mucho que lo reciban de tan buena manera. Lea dejo un abrazo.
[…] (2014, escrito en coautoría de Guido Moussa) —ya reseñado en Solo Tempestad por Coni Valente (http://www.solotempestad.com/germignani-moussaxvalente/)—, Mary Elizabeth SuperStar (2020) y Donde duermen los gorilas (2020). Tanto en la impronta de […]