Por Pía Bouzas
Como lectora de cuentos que soy, prefiero los “libros individuales” de un autor, a las antologías, cuentos reunidos o incluso completos. Porque me ilusiona pensar que un libro publicado en un momento específico postula un mundo al que puedo entrar por un rato, con sus reglas propias, que es algo más que una reunión de cuentos logrados. Seres queridos, de Vera Giaconi, es de esos libros.
En ese sentido, el título funciona casi como una anticipación: apunta a los personajes, claramente, que (por qué no) construyen una suerte de familia un poco heterodoxa, dispersa en distintas geografías (en la que los miembros no se conocen entre sí, pero alguien de afuera, todo lector, podría identificarlos claramente por algunos rasgos, errancias o formas de responder ante la modernidad). Señala al mismo tiempo las historias que se cuentan: historias de seres queridos, de familias formadas por parentesco de sangre (padres, hijos, hermanos), por libre elección (un trío de amigos) o por roles sociales, como la que se da entre un médico y una paciente; o una empleada doméstica y la patrona. Atravesadas todas por la historia política, los discursos médicos, las nuevas maneras del mundo del trabajo, la globalización.
Y contiene también la escena en la que casi exclusivamente usamos esa construcción léxica, una escena cercana a la muerte. Entre la muerte y el mundanal ruido, entonces, los cuentos instalan personajes que se graban en la memoria del lector. Y lo hacen sin recurrir a las habilidades violentas del knock out o a la obsesión de un sistema de relojería. Su escritura es mucho más amable y sutil (se agradece), es envolvente. El segundo cuento del libro, “Dumas”, exhibe sin hacer aspavientos la virtud que más me atrajo de estos textos: una narración que hay que seguir como el curso de un río con meandros imprevistos y suaves, que va y que viene, se desplaza en el tiempo, entre personajes, que se detiene en detalles de una escena menor (o que parece menor) como si no supiéramos hacia dónde va. Pero el narrador siempre sabe y simplemente nos dejamos llevar. Esta deriva narrativa se parece mucho al encantamiento que ejercen los narradores orales, esa capacidad de enlazar tiempos y situaciones y personajes sin mostrar el hilván. Que es casi lo mismo que decir que es una narración que confía ampliamente en la posibilidad del lector para comprender lo que la escritura calla. Lo que un personaje omite, lo que no dice, lo que niega, lo que posterga, lo que no sabe. No son funciones equivalentes, es verdad, más bien son matices de un continuo de omisión. Los cuentos en Seres queridos logran que esos matices tengan personalidad propia. “Carne” o “A oscuras” son cuentos donde lo omitido late en cada línea tejiendo suspenso. A veces bordea lo ominoso, como en “Pirañas”; o lo monstruoso, como en “Reunión”. Lo que queda claro es que el lector que atraviesa estos cuentos queda herido, como dice Berger en El cuaderno de Bento, no puede regresar alegremente a su vida de todos los días. Se lleva consigo el secreto que latía en el texto y lo contrabandea. Hace tiempo ya que no hay moraleja en la literatura, que la experiencia en términos narrativos puede ser una vivencia, pero no un sentido concluido. Habrá que ver que hacemos nosotros, como lectores, con esos relatos; cómo enfrentamos el día siguiente. Quizás lo hagamos con la misma ambivalencia con la que miramos a nuestros seres queridos, entre el amor y la más radical extrañeza.
Seres queridos (2017)
Autora: Vera Giaconi
Editorial: Anagrama
Género: cuentos