Por Coni Valente
Nazismo. Época oscura. Un genocidio. Un muro dividiendo el mundo. Guerra y muerte.
Cuando estaba estudiando Comunicación en la Facultad, me dieron para leer un libro que se llamaba “La propaganda política” de Jean Marie Domenach y entonces me adentré en todo el análisis completo del aparato que puso en marcha Hitler como manera de manipulación de las masas en favor de sus siniestras intenciones. Por supuesto, todas las aristas comunicacionales fueron apuntadas hacia el resultado deseado y fueron trastocadas las formas de ser mostradas y ejecutadas. El cine, la televisión, la prensa y claro esta, la música.
Este libro de Silvia Glocer y Robert Kelz trajo a mi memoria algunos pasajes de aquel otro libro de mis épocas universitarias. Hay que decir que para afrontar la lectura de este ensayo, digamos, hay que manejar bastante el tema musical y por supuesto tener cierta noción histórica de los hechos acaecidos en la Alemania nazi. Los autores son altamente calificados en ambas cosas: Glocer es historiadora y musicóloga argentina y Kelz es investigador y profesor de estudios germanísticos norteamericano.
Los dos párrafos precedentes funcionan aquí como una especie de prólogo de mi misma, ya que introducen un análisis que será minucioso porque aunque sea difícil de creer, yo también soy un poco especialista en nacionalsocialismo.
“La música contribuye grandemente a ahogar al individuo en la masa y a crear una conciencia común. Ph de Felice analizó muy bien el efecto misterioso que la música engendra en la muchedumbre”. Esto dice Domenach citando a Felice y es la idea que hay que tener presente al leer este libro.
Ahora sí, vamos al punto: Glocer y Kelz focalizan su investigación en Paul Walter Jacob, músico, actor, director de teatro y crítico judeo-alemán que se exilió en Argentina entre 1939 y 1949. Estando aquí en Buenos Aires Jacob dictó una resonada conferencia al respecto de las prohibiciones musicales del nazismo que caían sobre artistas como Mendelssohn, Malher, Schoenberg, Stravinsky y Gershwin, entre otros. Y ahondó en la metodología de la censura del Tercer Reich “arianizando” los textos no arios. Este artista se encargó ampliamente de tender redes culturales entre sus compatriotas exiliados y de difundir todo lo que pudo las obras de sus contemporáneos en la búsqueda de que toda esa industria no quede enterrada por las pretensiones de Goebbels.
Aquí, los autores retoman ese trabajo pero solo como una excusa para abrir las puertas de un mundo más extenso que tiene que ver con toda la industria cultural y como una manera de traer al tapete una forma de análisis nuevo del nazismo en nuestro país y sus conexiones. Habitualmente se encuentra con mucha facilidad trabajos que versan sobre las relaciones políticas de aquel momento histórico pero poco y nada en relación a la incidencia de las expresiones artísticas que con tantos refugiados se transformaron en nuevas manifestaciones interculturales. Ese desmenuce es el que en estas páginas se desarrolla y en el que se pone la lupa para comprender el rol fundamental que jugó el Estado Argentino en la vida de Jacob así como también de tantos otros que se vieron obligados a la diáspora por motivos políticos.
Este trabajo académico es también un modo de demostrar como ese grupo de artistas alemanes no alineados al régimen fascista del señor de bigotitos pudieron funcionar como una resistencia cultural desde la lejanía y terminar representando una ruptura en el relato dominante que se pretendía imponer desde Alemania.
Lo interesante de la investigación de Glocer y Kelz es cómo documentan a través de la vida de Paul Walter el gran aporte a la cultura local de los inmigrantes venidos de Europa en la época de guerra y postguerra y también las herramientas de las que ellos se han servido para romper las barreras que oprimían sus ejecuciones artísticas con el consecuente éxito de la utilización de esos recursos facilitados por un país como el nuestro.
Lo esencial de esta lectura, además de lo que aludí más arriba al respecto de la interculturalidad que terminó significando el exilio obligado, es también llegar a comprender el alcance monstruoso que en nombre de la propaganda irracional un grupo de políticos inescrupulosos consiguieron poner en marcha sin importar los estragos esenciales que pudieran causar en años de historia de la cultura no solo de un país sino del mundo entero.
La música es lo que le da forma al silencio y en este caso, el régimen totalitario intento acallar voces críticas. No lo logró. Muchos inmigrantes desde el Cono Sur pusieron sus palabras en alto, resistieron con sus obras y consiguieron trascender el autoritarismo de esos tipos con uniforme que quisieron imponer un estilo.
Paul Walter Jacob y las músicas prohibidas durante el nazismo (2015)
Autores: Silvia Glocer y Robert Kelz
Editorial: Gourmet Musical
Género: ensayo/biografía
Es increíble que un ser humano pudiese causar tanto daño al resto de la humanidad. Como en nombre de la libertad se pueden cometer tantas atrocidades. Como los nazis pudieron diseñar estrategias a nivel comunicacional tan penetrantes en la psiquis de sus semejantes. Y como el arte en sus diferentes formas ha logrado que nos elevemos. Muy interesante tu reseña.