Por Adrián Ferrero
Estos relatos de Angélica Gorodischer, están tramados mucho más que por la letra “C” que antecede a cada uno de sus títulos. Quiero decir: el signo puede que sea alguna clase de clave (y de juego, a los que es tan afecta con su humor) pero también hay hilos invisibles.
En primer lugar, como bien afirma la contratapa, se trata de una prosa fluida, que se lee sin facilismos y sin la dificultad que la torpeza o el rebuscamiento excesivos suelen imprimirle a ciertas escrituras de las que se suele predicar son virtuosas. Es ágil sin ser trivial ni ligera. Es oral a partir de una construcción de la representación literaria de la oralidad de naturaleza compleja. Pero en este caso, estamos ante una prosa de la que se puede decir cualquier cosa menos que no sea meditada, lo que se halla encubierto, como suele suceder con Gorodischer, por una aparente espontaneidad.
Ahora bien: ¿no suena contradictoria afirmar que estamos frente a una prosa espontánea pero reflexiva? Me inclino a pensar dos cosas. En primer lugar, el oficio de una escritora como Angélica Gorodischer, que escribe desde los años ’60 ininterrumpidamente buenos libros, que ha obtenido prestigiosos premios y ha sido traducida a varias lenguas, diera la impresión de que no lo es. Cabe recordar que la escritora Ursula K. Le Guin, una de las figuras de la ciencia ficción y la fantasía más prestigiosas del mundo, fallecida en 2018, tradujo la novela épica en episodios Kalpa Imperial (1983-1984) de Angélica Gorodischer al inglés y la consideró una obra de talento. Fue publicada en EE.UU. por Small Beer Press en 2003.
En segundo lugar, encuentro un protagonismo en esos cuentos más que de personajes y de acciones (que sin lugar a dudas los tiene) que de una cierta clase de habla singular. Un modo de referirse al mundo y de nombrarlo que es muy característico de Gorodischer, porque trastrueca la sintaxis, utiliza onomatopeyas, modifica la puntuación, acude a las enumeraciones caóticas, trabaja con la sonoridad asociativa de las palabras, hace trizas la sintaxis, hace proliferar los significantes de maneras potente, entre otros muchos otros recursos en los cuales revela su destreza para el trabajo concienzudo con la prosa (en la que no parece fácil innovar, a esta altura del partido). Con una tradición argentina con una narrativa que, en palabras de cómo Noé Jitrik tituló uno de los tomos de la Historia Crítica de la Literatura argentia, “la narración gana la partida”. En efecto, en este sentido, Gorodischer ha quedado del lado de ese grupo de escritores que beneficiados con el ejercicio de un género literario para el que ella se ha mostrado dúctil a lo largo de su trayectoria, en primer lugar. Ese género goza de ventajas y desventajas por haber triunfado por sobre el resto en su coronación. Porque si bien por un lado se podría pensar que la narrativa es el género que ha hegemonizado el mercados, los estudios académicos (salvo especialidades puntuales), el periodismo cultural, es el favorito de las casas editoriales, por el otro con tantos exponentes talentosos, resulta difícil destacar y encontrar una voz que sea capaz de distinguirse de entre ese enorme subcampo de la producción literaria de naturaleza tan vasta.
Advierto también que más que narrar historias en un sentido convencional (y tradicional), esto es, en el que se le da un protagonismo central a personajes, acciones y circunstancias, esto es, una trama, hay una obstinada voluntad por indagar en “el otro lado de las cosas”, su envés, sus cara velada, su zona más subrepticia. Aquello que no resulta evidente, que suele ser revelador cuando se lo descubre de ciertas esencias cardinales, y que, en otras, parece indescifrable. Ese universo que procuramos desentrañar con la inteligencia pero también con la sensibilidad (no consiste, a mi juicio, solo en un enigma meramente analítico) es una suerte de clave. Con la revelación de ese enigma solemos fantasear muchos de nosotros en distintos planos de la vida no porque pensemos que la vida tenga una clave secreta sino porque tal vez lleguemos a conocer algunas de sus leyes que nos han sido sustraídas. Y esto tiene lugar en torno de distintos temas. Solemos siempre manejarnos en el plano de las hipótesis. Difícil resulta que ciertos enigmas, por no decir misterios (lo que ya sería un exceso), de la existencia, se esclarezcan. Habitamos una zona inescrutable y me parece que estos cuentos de Angélica Gorodischer se proponen a esta altura de su vida indagar en ese rostro encubierto por incluso lo más sospechosamente transparente. En efecto, en ocasiones las transparencias suelen encubrir opacidades. Y si como en La figura en el tapiz de Henry James alguien hacía lo imposible por conocer qué secreta figura subyacía a la poética de un escritor, qué dibujo plasmaba esa escritura que lo volvía tan codiciado, pienso que esta obra puede ser una buena metáfora para dar cuenta no de los temas ni de los recursos del libro, pero sí de la idea de proponerse de modo persistente indagar en el sentido último de las cosas. Si Gorodischer procura e insiste en el trabajo en profundidad con el sentido es porque se propone no solo narrar sino narrar con un objetivo concreto. No dando a conocer un resultado, pero sí invitando, incitando a que otros hágan lo propio.
Este “por detrás de las cosas” es una forma humilde en primer lugar de situarse y de situar al universo narrativo no en un contexto autónomo sino dependiente de misteriosos atributos o leyes (pero no ocultistas) que subyacen al universo y que de un modo u otro condicionan si no determinan su funcionamiento más oculto.
Hay, eso sí, otros casos en los que existen claramente cuentos más tradicionales y descripciones inevitables. Narración y descripción puestas al servicio de un relato. Por ejemplo, pienso en el primero de ellos, “Casa”, en el que una mujer, luego de lidiar con una serie de objetos de su hogar da con una caja que contiene antiguos escritos. Como una buena parábola de la escritura, la lectura de esos textos deparará a esa lectora lo que tal vez a nosotros, en una estructura en abismo, nos depare en términos ideales el libro de Gorodischer. Y también esa lectura será otra parábola que suele aleccionar respecto del carácter más temido de la escritura: que incita a la curiosidad y, luego, induzca a rebeliones o detone el afán por lograr determinadas libertades. Desde esta perspectiva la lectura que hago de ese cuento es el de una ficción crítica. No se trata de un cuento inofensivo. Que una mujer encuentre una caja con escritos, no sea afecta a lectura y comenzar a decodificar esos signos resulte estimulante es un punto de partida para sembrar una perspectiva no complaciente con el mundo, por un lado. Por el otro, la lectura es productora de sentidos tanto desde la posible de otorgarlos como la de narrar encontrando ciertas claves al hacerlo. Así, ese caja que contiene signos, significantes y significados pueden ser temidos porque pueden ser la chispa que haga estallar los sentidos. Encontrar una caja con escritos es encontrar un tesoro (no necesariamente valioso desde lo pecuniario) que conduzca a la consciencia hacia zonas de la reflexión a fondo le permitan vislumbrar al sujeto una serie de estímulos que promuevan inquietudes que a su vez lo conduzcan a indagar. En una cadena indetenible (de signos, de significados, de ideas, de razonamientos: el pensamiento abstracto es insurreccional), Gorodischer deja en claro que escribir y leer, tal como tantos otros escritores lo han señalado (y lo han padecido) es una actividad que pone en peligro, nos deja en vilo, pero también nos vuelve más inteligentes y más libres. Porque quien comienza a investigar y quien aprende el oficio de interrogar el sentido. Quien se propone como meta descifrar ha conquistado un don de los más preciados.
En el siguiente, “Caza”, la autora introduce una trama vinculada al género de horror en el que una raza de misteriosos seres depredadores vienen a asaltar y atacar a la especie humana, que debe ocultarse, acumular cierto tipo de víveres (y no otros, que pueden atraerlos) y utilizar armas para defenderse de ellos para eliminarlos. A ello hay que sumar un confinamiento obligado para sentirse protegidos y a caminar, como suele ser habitual en las ciudades, “por el centro de la vereda”. Este confinamiento puede ser leído también como una manera de metaforizar la índole de la vida en los tiempos contemporáneos (es decir, en un presente histórico devenido distópico) por exterior hostil y amenazante. Sabemos de esta suerte de retiro de puertas adentro de las personas en las ciudades a ciertas horas del día. De las precauciones. Y nuevamente la amenaza de estos seres depredadores nuevamente pueda ser leída en esa misma clave. Como Gorodischer no siempre acude al verosímil realista, sus piezas narrativas deben ser leídas desde una operación de desplazamiento. No de evasión. Más bien todo lo contrario. De inmersión de lleno en problemáticas sociopolíticas de modo indirecto o mediatizado por otras operaciones de transposición. .
Aparece el clero con una mirada, como siempre en Gorodischer, impiadosa o que rescata a unos pocos de sus exponentes. La espiritualidad no pareciera residir para esta escritora en los conventos y las iglesias ni los hombres y mujeres que encarnan esas virtudes vestirse con sotanas. Tampoco en ser precisamente ejemplares. Las noticias más o menos recientes que han salido a la luz respecto de abusos sexuales o económicos e intrigas en el seno del Vaticano también son otra forma de que este cuento ilustre parte de todo lo que se supone el sacerdocio está visibilizando como una cara indeseable de la iglesia, al menos parte de ella. Nuevamente aquí otro desplazamiento de Gorodischer que afecta esta vez a otra institución, la clerical. Pone en escena zonas de la realidad cotidiana más dramáticas a través de la ficción. Y si evocamos su novela La noche del inocente (1996), parcialmente inspirado en el cuento de Armonía Somers “El derrumbamiento”, este cuento proseguiría esa unidad de sentido según la cual en el clero, salvo excepciones, suele haber cundido la corrupción y la falta de escrúpulos. En este sentido, habría una mirada en estos tres cuentos que abordan núcleos sémicos de una vigencia absoluta respecto de lo que así podríamos llamar “la actualidad”. Gorodischer no se desentiende jamás de lo que está ocurriendo en torno ni tampoco se desentiende de sus semejantes. Se trata de una poética precisamente que ha estado atenta a la representación literaria de la violencia para irracionalizar sus marcos de referencia, visibilizarla atacando sus fundamentos siempre desde lo estrictamente narratológico y ficcional. Durante los tiempo de la dictadura escribió nuevamente en clave fantástica históricas en las que el semema de la violencia, del atropello a la ley, de las conspiraciones y delaciones tenían una presencia vital en esas obras. Pero ello naturalmente reenvía a toda una serie de contextos de los cuales sus ficciones no sabría si definirlos en términos de emergentes pero sí de un sujeto que procesa el orden de lo real manifiestamente desde el desacuerdo y desde una ley ética que jamás desatiende al semejante. En tiempos en los que asistimos en ocasiones a poéticas que tienden a perder de vista esta dimensión de la ficción, probablemente por considerarla anticuada o vetusta (por no decir anacrónica), Gorodischer prosigue concibiendo su poética desde ciertos principios. Lo hará sin pedagogías pero a la vez contemplando el mundo sin concesiones. Asistiendo a sus trampas y celadas con desaprobación.
El libro también plasma una mirada yo diría que panorámica del funcionamiento de una sociedad, del modo en que se despereza una ciudad por la mañana, de las relaciones que allí tienen lugar, de las instituciones que allí se alojan, de los vínculos que los trabajos establecen entre las personas en la convivencia. No están presentes paisajes rurales pero sí ejemplares del mundo natural como plantas o flores, como la cala, una flor cuya corola resulta tan particular y una imagen de la cual ilustra la portada del libro prosiguiend con esta idea del significante “C” que titularmente ya el libro anuncia será el común denominador de todos cuentos. En este sentido, Coro es un libro de panorama urbano. Y probablemente esta misma idea de pensar al mundo desde la ciudad y no desde historias privadas o cerradas, pensarlo como comunidad, como totalidad, como colectividad resulte inclusiva de la idea de “coro”, presente titularmente. La idea de conjunto queda ratificada entonces.
Tampoco falta algún cuento de índole histórica, como el que retrata al filósofo y teólogo Nicolás de Cusa. En una hipótesis ficcional Gorodischer lo sitúa a orillas de un mar: el Mar Negro, el Mar Muerto, por ejemplo (juega con esas ambigüedades o vacilaciones, como si la bruma fuera más productiva que lo meridiano) y discurre sobre sus puntos de vista acerca de la creación y la astronomía. Asimismo, también dibuja un encuentro imaginario frente a ese “mar, el siempre mar” de Borges, con el autor argentino, de modo cómplice. La figura de Borges, de quien ella se ha declarado admiradora (y cuya poética, ejemplar en el territorio de la producción fantástica sin vacilar me llevan a afirmar que efectivamente resultó un impacto potente en los verosímiles no realistas de Gorodishcer), regresa aquí como figura tutelar y advocatoria con el afán más inclinado a desentrañar los fenómenos cosmológicos que literarios. Pero también, una vez más, el uno se logra a través del otro: la literatura permite entrever a partir de una parábola la del diseño del cosmos.
Y por último, el más escalofriante y macabro de los cuentos, titulado “Cruz”, en el cual un grupo de adolescentes decide crucificar a una de sus compañeras por considerarla demasiado aplicada y porque busca los favores de las profesores que les imparten las clases. Un cuento sanguinario pero narrado en clave paródica, lo que, a diferencia del de Borges “El evangelio según San Marcos” lo priva de sus notas más sanguinarias. Por fuera de todo impacto atroz entonces, al menos desde la lectura que atenúa el efecto del contenido del cuento, por el contrario, le otorga las tonalidades de un cierto humor negro. La impunidad de las alumnas es la misma que ha padecido Jesús seguramente y que, al menos por el momento, permanecerá en el anonimato. No haría una lectura en lo absoluto teológica del cuento. Pero sí haría un señalamiento respecto del fenómeno de la crueldad en contextos institucionales escolares que Gorodischer lleva al extremo de lo macabro.
Coro constituye un libro crepuscular de esta autora. Angélica Grodoiscer ha nacido en 1928, ha publicado una enorme cantidad de libros, de la ciencia ficción al fantástico, del policial al gótico, de la ficción de género a una literatura con tintes ecologistas incluso. Está el gótico, naturalmente, al que ya aludí, pero también están algunas conferencias editadas bajo la forma de ensayos revisados que son reflexiones interesantes en torno de la escritura, su origen, su desarrollo y el oficio de la escritura, entre otros temas, su corpus resulta frondos y se manifiesta de una enorme versatilidad..
Con sus doce cuentos a mi juicio de pareja calidad (siempre tiende a persistir en el lector una cierta inclinación por uno o por otro, pese a todo, como es natural) se lee sin altibajos entonces, placenteramente, como suele suceder con la prosa de imaginación de Gorodischer. Se sale de la mayoría de los lugares comunes de la ficción de circulación generalizada que suele circular por estos tiempos y su pluma no es vacilante. Se trata de la de alguien que la ha ejercitado de modo desafiante, con éxito y una adhesión que la confiere vigencia a su proyecto. Lo que no es sencillo abordando los contenidos que ella suele trabajar. No le ha temblado el pulso a la hora de introducir cambios en el curso de su poética, no ha buscado jamás vertientes comerciales y, por otro lado, ha asestado a través de la literatura buenas estocadas a un universo social necesitado de que sean dichas ciertas cosas con la más feroz honestidad.
Coro (2017)
Autora: Angélica Gorodischer
Editorial: Emecé
Género: cuento
Complemento circunstancial musical: