Por Juan Mattio
Tennessee
En 1996 se celebraron las olimpiadas de Atlanta en los Estados Unidos. El ruso Andrei Chemerkin fue el ganador de la medalla de oro en pesas con más de 108 kilos. No hubo argentinos que obtuvieran medallas en esta disciplina en ninguna de sus diez categorías. De hecho, las únicas medallas que se lograron fueron una de plata en fútbol y otra en yachting (un deporte donde compiten veleros, al parecer) y una tercera medalla de bronce que ganó Pablo Chacón en boxeo. Eso es todo.
El mundo que propone la novela de Luis Gusmán modifica esta versión histórica. Las olimpiadas del ´96 se celebran en Tennessee y un pesista argentino de apellido Smith obtiene la medalla dorada. Entre Atlanta y Tennessee hay 281 kilómetros. Una distancia similar a la que hay entre el realismo y esta novela. Un mundo levemente alterado. Eso es Tennessee.
Cuando alguien pregunta quién es Smith se le responde: “Hoy no es nadie. Fue un pesista importante, campeón olímpico. Medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tennessee. Después, exhibicionismo, catch, extra de cine, alguna vez hizo de guardaespaldas. Lo que hacemos todos los pesistas retirados”.
Quien habla es Walenski, el otro de Smith. Nunca llegó a las grandes ligas pero las pesas le permitieron zafar de andar cargando reses en los camiones frigoríficos. Cuando la vida lo cruzó con Smith le ofreció dos cosas: un oficio y una amistad atrofiada. “Hace tiempo que para la gente nos hemos convertido en la misma persona”, dice en el inicio de la novela.
Cuando el lector llega a sus vidas se encuentra con un presente arrasado, sin rastros de gloria y donde los buenos tiempos brillan lejanos, casi irreales. Walenski perdió de vista a Smith y trabaja como cuidador del Club Regatas, en las orillas del Riachuelo. Alguien, un abogado, busca al campeón olímpico. El asunto se ve oscuro: un hombre muerto en el cine, cartas que no deben ser leídas, dinero sucio.
El género negro
Estamos en el terreno de la novela negra que Gusmán usa con la misma astucia con que manipula el realismo. Parafraseando a Borges, la novela es feliz porque es ambigua. Ninguno de sus procedimientos gana la escena central. El autor las insinúa, pero las retiene. Tennessee se mantiene en estado de incertidumbre. Un personaje le dice a Walenski: “Usted tiene una manera de hablar que todo lo convierte en un misterio”. Esa frase es una síntesis perfecta de la poética con la que está trabajando Gusmán.
Un hombre busca a su amigo –que es, también, su propio pasado- y encuentra cosas desagradables: traición, mentiras, bajezas. Reencuentra el desprecio y la admiración. Smith está fragmentado en la multitud de relatos que construyó para cada persona que lo conoció. Preguntar por él es volver a cero.
El esquema narrativo del policial necesita construir un centro vacío y en Tennessee ese espacio en blanco en el mapa se llama Smith. Con ausencia y silencio logra modificar la escena donde los otros lo buscan. Su poder reside en permanecer invisible. Y como en El corazón de las tinieblas de Conrad, quien investiga –Marlowe allá, Walenski acá- corre el riesgo de transformarse en su perseguido –el oscuro Kurtz en África, el intermitente Smith en el sur del conurbano-. Como en toda búsqueda hay un riesgo en encontrar. Cortázar, en el Perseguidor, lo dice de esta manera: “Una liebre que corre tras un tigre que duerme”.
El tema del doble
En una de las escenas centrales de la novela Smith y Walenski trabajan como dobles de riesgo en una película policial argentina. Gusmán hace explícito lo que ya se sabía: Tennessee es, sobre todo, una versión sobre el tema del doble.
De las muchas experiencias literarias que trabajan este tema hay dos que resultan más importantes para leer Tennesse. El mismo Gusmán se encarga en el Posfacio de emparentar a sus personajes con Bouvard y Pécuchet. Los patéticos personajes de Flaubert que salen de su vida de copistas para convertir la enciclopedia en una serie de experiencias ridículas y, de alguna manera, también hermosas. El punto de contacto, el hilo que los une, está en los oficios. Unos copistas, otros pesistas. Los cuatro serán lo que son para toda la vida. Y los cuatro ejercen un oficio que ya se extingue. La sombra de esa soledad recorre la novela. El otro texto que se acerca a Tennessee es El doble de Dostoievski. Sobre todo en el tratamiento de la ciudad que también está duplicada y que parece estar viva: recordemos que el Señor Goliadkin se encuentra con su mellizo sobre un puente de San Petesburgo gobernado por las figuras de Cástor y Pólux (los mellizos míticos) y desde entonces combaten por ganar su propio nombre: ¿Quién se quedará con el Señor Goliadkin? Pero la novela de Gusmán no ingresa al terreno de lo fantástico, vuelve a servirse de la ambigüedad: “En la ciudad todos parecían buscar a Smith”, dice Walenski. Y, más tarde, “La ciudad tiene otra ciudad clandestina adentro, como si fuera un guante. Hay garitos, peleas a muerte entre perros, lucha entre mujeres; solo hay que leer los avisos del diario para enterarse”.
Nuestro hombre es Walenski, el doble menor, el negativo de la foto. “No voy a volver al camión, se dijo. Y se llenó de odio consigo mismo porque en la vida solo podía decir cosas negativas. Nunca voy a poder decir, como Smith, me voy a Tennessee”. Sin embargo, y pese a todo, que la vida lo haya cruzado con su mellizo no deja de ser lo único que tiene: “Todos tienen compadres, todos tiene ahijados, quizá yo solo tenga a Smith”. El horror se vuelve entrañable.
Los epígrafes
Gusmán es también autor de otro libro maravilloso: Epitafios, el derecho a la muerte escrita. En él recorre la relación entre las inscripciones funerarias y el sentido de la muerte en diferentes épocas. Tal vez en esa experiencia haya adquirido la destreza de anotar, en la primera página del libro, las citas justas para adentrar al lector en los caminos de su ficción.
Empecemos por la cita de Joyce: “Es un intento de subordinar las palabras al ritmo del agua”. Hay, entonces, un oleaje en la prosa de Tennessee. Los procedimientos, los géneros, los temas; serían poco o nada sin esta praxis poética que permite escapar, una y otra vez, de la retórica del realismo. La retórica, como todos sabemos, es una ciencia de la muerte. Cristaliza lo que otros hacen. La prosa de Gusmán es exactamente su contrario.
Después está Derek Walcott: “En este, un pequeño río en algún lugar del mundo, no importa dónde, la victoria estuvo a la vista”. Y es cierto, Tennessee es la historia de una victoria que se llegó a ver allá, en el horizonte, tan cierta como la medalla de oro que Smith guarda entre sus pocas cosas. Tan irreal como este presente de malaria.
Y, por último, el mejor Faulkner: “El Mississippi comienza en el vestíbulo de un hotel de Memphis, Tennessee”. Ahí están, entonces, los 281 kilómetros entre la literatura y la realidad. Una distancia precaria pero definitiva. Una distancia que no permite saber nada de los hechos, pero que tal vez nos permita saber algo sobre los hombres.
Tennesse (2016)
Autor: Luis Gusmán
Editorial: Club5
Género: novela