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Reseña #315- 16 posibilidades de entender la literatura argentina

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Por Lucas Iranzi

Antes de entrevistar a un escritor se recomienda un estudio detallado de su obra, luego está la intención de encontrarlos y, finalmente, en este libro Jorge Hardmeier se presenta “intentando” ser escritor. Alrededor de muchos de los nombres comprendidos por este libro, la humildad es comprensible y engañosa. Engañosa porque ¿quiénes son los escritores? ¿Son sólo los que publican? ¿Los que publican en papel? ¿Los que publican en cualquier medio? ¿O simplemente los que escriben?

Ésta tormentosa pregunta reviste una cuestión supina, la más vacía de todas las cuestiones que rodean a un oficio: El prestigio. La más vacía y quizás la más compleja, quizás en algún aspecto incluso redituable y casi nunca justa. No hay justicia en el mundo, no hay justicia en el prestigio, pero si hay trabajo. Mucho trabajo. Y exposición. Cierta exposición. En la literatura sólo podemos hablar de cierta exposición. Mucha exposición está reservada para la televisión y la política.

Este costado es el costado romántico que le queda a las letras, transpira a lo largo de cada interacción entre lectores y escritores, la constancia de que cada uno se tomó el trabajo. Alrededor del trabajo hay aprecios, desencantos y, por encima de todo, un tiempo invertido. Un tiempo que se espera compartir y que se siente nuestro cuando leemos este libro. Se escuchan los ecos de fabulosas charlas. Tan sólo los ecos porque siempre algo está oculto, algo se evita y algo es anacrónico. Estas charlas, plagadas de narraciones y devenires, exceden a los partícipes.

No me gusta decir la palabra pensador, me parece que obvia la capacidad de todo hombre de pensar y esta mera calificación degrada el mundo que me rodea. Del mismo modo detesto la expresión «una persona de letras» porque todos usamos letras. Entiendo que esto a su vez puede parecer que degrada a los profesionales y a los maestros que han concentrado su vida en este aspecto. «Puede parecer» porque en la construcción de diferencias, donde algo es superior mientras otra cosa es inferior, me imagino una escalera que sólo promete tropezarse y caer.

Al leer una entrevista a un escritor nos encontramos con el pensamiento de un narrador, Alan Pauls comenta que incluso en los ensayos hay narración: devenir y secretos. La materia prima del escritor no es el pensamiento sino la propia materia orgánica del pensamiento: el humano como tal. Los personajes desplegados con sus naturalezas esquivas, profundas o no, espectro que termina comprendiendo al escritor y a su lenguaje.

Fogwill siempre está en guerra. Aún hoy, desde el más allá, sigue combatiendo contra casi todas las cosas. La batalla infinita de Fogwill es escribir, es pensar. La separación entre una acción y la otra está dada por las reiteraciones, la capacidad que tienen los escritores de producir ideas nuevas y sus límites: la reformulación onanista.

Es difícil ser un crédulo en un mundo de información. La filosofía del escritor es voluble, caprichosa. Piglia alguna vez comentó que si Borges veía a la filosofía como literatura fantástica, estaba cometiendo un error académico y que este “error académico” era fruto de que él no estaba pensando la filosofía académicamente sino trabajándola como escritor.

En la medida en que vamos leyendo cada entrevista se forma una amalgama, es como si los escritores fueran perdiendo sus personalidades. O algo parecido a la identidad, a la idea de pertenencia. Acá no están ni Borges ni Piglia, está Noé Jitrik, está Jorge Di Paola, Marcelo Cohen y Martín Caparrós, está incluso Enrique Symns. Al leer el listado pareciera que están todos y, de alguna manera, lo están. Entre el perfil académico de Jitrik y la naturaleza callejera de Symns la tradición está representada seres que han reflexionado su oficio quizás como ningún otro lo ha hecho. En eso quizás el escritor sea único, teniendo la materia orgánica tan cerca de sus creaciones intelectuales, como si las ideas se fueran haciendo carne en la voz.

Vale aclarar que varias de estas entrevistas fueron realizadas de forma anacrónica y muchas obras fueron evolucionando hacia otros lugares, lo mismo las voces que se escuchan. En este libro no leemos a un Martin Kohan modelo 2016 sino modelo 2004.

Entre estas voces surge la de Tomás Abraham y la voz es clara, suena límpida porque se sabe conocedora de su terreno y desde qué lugar se le hacen las preguntas. El misticismo de Laiseca también prorrumpe en una suave y mítica melodía. Lo curioso en estos casos más afamados es que uno se encuentra con un diálogo mental insospechado: el escritor proyectado en la lectura y el escritor hablando por sí mismo. Se vislumbran las distorsiones que la ficción requiere. Las zonas de conflicto y las batallas ganadas.

Las ideas no son batallas sino un cuerno tronando cuando dos ejércitos se encuentran. El personaje, el escritor, esa amalgama, esa especie de arquetipo, respira en estas páginas. Entre risas Laiseca comenta que busca ser cada día más humano. Incluso las batallas son inhumanas si no son creíbles y desdibujan en su fragor el acto creativo, las influencias culturales hacen que pierdan sus ínfulas, los lugares comunes y las filosofías conocidas deshidratan al soldado que se queda perdido en el desierto. Quiénes sobreviven a pesar de tantas penas y tan pocos reconocimientos, quiénes hablan, publican y escriben. Esos son escritores.

 

16 entrevistas a escritores (2015)
Autor: Jorge Hardmeier
Editorial: Expreso Nova
Género: entrevista

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