Por Manuel Quaranta
La escritura y la furia de Gabriel Inzaurralde (Profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Leiden, Holanda; Doctor en Estudios Latinoamericanos; ensayista) remite sin necesidad de realizar una pirueta hermenéutica a El ruido y la furia de William Faulkner. Pero la referencia no resulta menos interesante por obvia ya que cobra otra dimensión cuando leemos el subtítulo del libro: Ensayos sobre la imaginación latinoamericana.
¿Por qué para titular un conjunto de ensayos literarios circunscriptos a Latinoamérica un autor uruguayo que vive en Holanda desde hace décadas elige como referencia una novela de un escritor estadounidense? Sabemos que Faulkner (y en especial la novela mencionada) fue una influencia decisiva para algunos de los escritores del Boom, sin embargo la relación tiene gusto a demasiado poco. Podríamos pensar mejor en el gesto de Inzaurralde de remitirse hacia afuera, hacia una cosa que no es, como un posible acercamiento. Un libro de ensayos que busca filiación en una novela. ¿Por qué? ¿Por qué pretende ser leído como tal? ¿Por qué pretende ser una novela? En principio no. La escritura y la furia reclama ser leído como lo que anuncia que es, una colección de ensayos críticos, y este deseo puede verificarse en la introducción “La crítica literaria como artefacto insufrible” (aquí la referencia es un libro de cuentos de Roberto Bolaño), en la que se define casi una ontología: según Inzaurralde la crítica literaria viene desdibujándose desde la segunda mitad del siglo XX en cuanto a la posibilidad de una delimitación tajante, pues “vive de incursiones rapaces en disciplinas vecinas de donde vuelve con pequeños tesoros robados que inmediatamente se emplean para asediar textos de ficción”. Ahora bien, en esa supuesta pérdida de unicidad, indica el ensayista uruguayo, se encuentra su ganancia, su “vitalidad”, es decir, cuando estalla la unicidad (si alguna vez existió) de la teoría literaria corre peligro de verse invadida por otras disciplinas que amenazan con suprimirla, pero justamente el peligro de su desaparición es la condición de posibilidad de su potencia: como si la práctica crítica estuviera siempre a punto de transformarse en otra cosa, como si su estado permanente fuera de una “esencial descolocación”. Pero ¿descolocada con respecto a qué? Inzaurralde responde: al mercado, al lector, al escritor y al Estado.
La escritura y la furia es un volumen compuesto por cinco ensayos de diversa extensión que permiten descubrir esa esencial descolocación, una descolocación dispuesta a ser designada con distintos nombres según el caso, Acontecimiento en Alain Badiou, experiencia aurática en Walter Benjamin, Lo Real en Lacan, Lo Sagrado en George Bataille, Lo Abierto en Giorgio Agamben, Ereignism en Heidegger, conceptos y autores que Inzaurralde revisa en sus ensayos para “sugerir pensamientos” sobre cuentos de Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti, Plata quemada de Ricardo Piglia, La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejos, una buena parte de la obra de Roberto Bolaño y La novela Luminosa de Mario Levrero.
Lo cierto es que en el transcurrir de la lectura uno va sintiendo que los ensayos fueron escritos por una máquina, por una máquina de pensar (la máquina Inzaurralde) que despliega y combina un arsenal de conceptos filosóficos con gran precisión y elasticidad hasta lograr una especie de síntesis ausente antes en los textos; una demostración cabal de esto es el capítulo donde analiza los cuentos “El otro cielo” de Julio Cortázar y “Un sueño realizado” de Juan Carlos Onetti, capítulo en el que a partir de una lectura del concepto de acontecimiento de Alain Badiou (uno de los autores con mayor presencia en el volumen, junto a Walter Benjamin) indaga en la transformación subjetiva de los personajes que han quedado más o menos “heridos” por un acontecimiento al que no pudieron o no quisieron ser fieles.
Por otra parte, sumado a su potencial reflexivo, el autor consigue sostener un ritmo en la escritura que pone al lector en la encrucijada del deseo: quiere seguir leyendo y quiere (por más que ningún ensayo se acerque al género reseña) leer las obras criticadas. Esto sucede, según mi experiencia, en los capítulos dedicados a Plata quemada y La novela luminosa. ¿Por qué? Porque eran dos novelas que no había leído, que necesitaba leer mientras leía a Inzaurralde y simultáneamente me encontraba atrapado por una fuerza (¿la fuerza del ritmo?) que me atraía de tal manera que era incapaz de abandonar la lectura.
En definitiva, la apuesta de Gabriel Inzaurralde es por un trabajo del pensamiento, él piensa con las obras, desde las obras, para las obras, aunque, cabe aclarar, sin ninguna pretensión utilitaria en su horizonte, carencia que pone en evidencia lo que postula: la condición superflua de la crítica.
Lo extraordinario de La escritura y la furia es que familiarizados o no con los autores que se trabajan, igual quedamos fascinados. Pero nos fascinamos con ellos porque nos fascinan las irradiaciones de la máquina Inzaurralde. Una máquina de pensar. Y también una máquina de escribir (escribir y pensar parecen una sola cosa), de escribir sus lecturas. Él escribe sus lecturas para nosotros y va diseminando en los textos algunas ideas como fugaces destellos que no develan nada, sino más bien refuerzan la “misión” del crítico: “la reconstitución inteligible del velo”, o sea, busca en los textos aquello que se (le) resiste y nos coloca frente a esa resistencia.
Un párrafo aparte para el que desde mi punto de vista (afectivo) es el más logrado de los ensayos “Infierno y Melancolía en Roberto Bolaño”. Allí Inzaurralde recorre una larga lista de obras del escritor chileno, desde Los detectives salvajes hasta 2666, pasando por Amuleto y Estrella distante, entre otras, para detenerse en la tríada viaje, violencia y exilio, pero de un modo en que el lector queda descolocado, primero, por la manera no tradicional en que piensa (junto al escritor chileno) los tópicos; segundo, debido al tono de intimidad que logra Inzaurralde en determinados pasajes. El final de ese trabajo merece ser remarcado:
Pero la literatura nos despierta a la necesaria conciencia de una infelicidad, incluso de un horror, que parece haberse vuelto inarticulable, para hablarnos entre líneas, aunque sin muchas ilusiones, no sólo de la intrincada trama que lo retrotrae a otros horrores de la historia sino también de la necesidad de una nueva ficción emancipadora.
Casi una declaración de principios, y una puerta abierta para reivindicar el carácter emancipatorio de la crítica: “Volver pensable lo que se ha dado por sabido”. Desnaturalizar. Descolocar. Interrumpir. O sea, descubrir en la opacidad habitual un punto luminoso.
Finalmente, podríamos concluir que en La escritura y la furia Gabriel Inzaurralde utiliza todo su arsenal poético, filosófico, académico (una combinación infrecuente) para reivindicar sin medias tintas el poder de la literatura.
La escritura y la furia (2016)
Autor: Gabriel Inzaurralde
Editorial: Almenara
Género: ensayo