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Reseña #614- Un Delta de identidades que se bifurcan

confluencia

Por Ariel Wasserman

La semblanza sutil, atenta, y el retrato bien escrito e inteligente del ensayo, sin perder, sin embargo, el ritmo de la crónica. Confluencia, la primera novela de Inés Kreplak combina con elegancia esas dos series de virtudes.

Comer choripán

Confluencia narra, en apariencia, la historia de Malena: una muchacha valiente y habilidosa que desea mudarse y construirse una vida y una casa en el Delta del Tigre. Simultáneamente, la narradora despliega escenas de su propia historia de vida, que se van alternando con las de Malena, pero en una especie de relato paralelo: sus historias se encuentran y sin embargo el lector genuinamente puede preguntarse si se cruzan o solo recorren un camino similar, pero equidistante.

Entrevistada por Celina Abud, la autora sugirió que el proceso compositivo siguió ese mismo orden. Que “para ser más honesta con esos retratos ficcionales, sentí la necesidad de construir una voz con historia, con cuerpo, que contara también quién era, qué le pasaba a ella”(1). A veces llamados “autoficciones” o escrituras “del yo”, no es la primera vez que estos pasos de ambigüedad genérica (2) se conciben como una elección estética o formal. Sin embargo, queda dicho que esta novela se inscribe en un linaje literario que se propuso construir con esos juegos nada menos que una intervención sobre lo real. Inés lo deja entrever en sus anotaciones: líneas de sentido que van de Sarmiento a Walsh, de Lugones a Polosecki y de los escritores realistas del ‘40 y el ‘50 a Haroldo Conti. Proyectos, algunos a través de la “construcción de un espacio literario” (pág.121) en el Delta, y otros inscribiéndolo en su vida, o con su vida. “No sé si voy a escribir, si me va a salir algo más que estas notas” (pág.55) se pregunta Inés. Escribir, se entiende, es aquí escribir literatura. Por esto, el padrino literario (de allí que sea dos veces citado, al comienzo y al final de la novela) es, desde luego, Walsh, de cuyas dudas son legítimo eco las de la narradora (3).

Acelerada por el imperativo/mandato de ser feliz y comer choripán (pág.144)[4] Inés viaja y prueba. Acaso el choripán ejerza de sutil alegoría (del amor, de la pasión, de la literatura). Sea. Funciona perfectamente como principio organizativo, y finalmente, funciona también como una bella, sabrosa, intensa literalidad. Confluencia es un sabroso choripán, en cualquiera de las interpretaciones.

Comunidad

Despejadas las cuestiones de status y de género, Confluencia se deja leer perfectamente como una novela de aventuras cuyos personajes urbanos (incluso aquellos que se definen por oposición a la ciudad) enfrentan problemas mundanos (enfermedades, roedores, celos, prejuicios) en sus diversos caminos. La narradora se interna cada vez con menos timidez en el corazón de las comunidades del Delta con las que se encuentra, como un Charlie Marlow decidido a enfrentar el horror del Congo Massista.

Porque la clave de la historia es, finalmente, política. La pregunta que Inés está siempre a punto de hacerse ¿es posible una comunidad?(5) amenaza invadir cada relato, cada descripción, cada casita, más que las crecidas, las lluvias y el frío. Por no sentirse “nunca de ninguna parte” (pág. 70) Inés embarca en busca de un proyecto colectivo pero (o porque) también está huyendo de una encrucijada de soledades: La enfermedad (suya y de su madre), la depresión y la incomunicación (con los hermanos) trazan un mapa familiar que pone en duda, justamente, los fundamentos de esa comunidad fatal, mística: la familia(6).

Entonces: sobre el Delta del Tigre como esfera social pesan dos representaciones que la narradora articula en dos series distintas para despejarlas. La serie histórica (pág. 17) que encadena bandidos rurales-gauchos fugitivos-guerrilleros-experimentadores del sexo y de la mística y, finalmente, yuppies del menemismo y millonarios del postduhaldismo. Y la serie experiencial (pág. 30) que encadena mosquitos, juegos infantiles, plantas, y drogas en la adolescencia. Malena cumple la función de reprimir y desplazar todas esas asociaciones. Hasta conocerla “no concebía que fuera un lugar para vivir”. Otras series (como la ya mencionada de escritores) se irán sumando pero la novela se poblará principalmente de relatos, anécdotas y, principalmente experimentos comunitarios (eso que la prensa a veces gusta llamar “historias de vida”).

Cuando Carmen abandona a su esposo Igor, el hombre junto a sus hijos organizan “un ritual para refundar el espacio familiar” (pág. 81). Cuando Gaspar y Malena su mudan, tienen que desalienar (y realienar) la relación de sus mascotas con el entorno y con las nuevas libertades (pág. 85-87 y, por cierto, esta curiosa fábula canina es el clímax de la primera parte y tal vez uno de los mejores momentos de la novela). A medida que las nuevas oleadas de habitantes (“hippies”) se mudan al Tigre, sus costumbres chocan, se ven modificadas y modifican a las de los antiguos habitantes (“isleños”) en procesos de adaptación mutua (pág. 175-6) que son biológicos y culturales. Todos estos cambios se guían por políticas (políticas del amor, de las identidades, del arte y la educación, de la familia, etc.) cuya variedad infinita de configuraciones, como diría Fitzgerald, pretende desentrañar, fascinada Inés.

A partir de la depresión y la adultez entendida como pérdida (como la pérdida de algo), Confluencia detalla una modesta aventura en la que Inés interviene y es intervenida por la aventura de Malena: “construir su propio hogar en el Delta” (pág. 38). La idea de construir (una casa, un hogar, una comunidad, una familia) impulsa a cada personaje, y en buena medida Inés toma esos impulsos con el afán de apropiárselos en una terapéutica literaria. Algo de esto reflexiona en las últimas páginas: Malena y su vida “como excusa” para mirar “para adentro”, pensar, etc. (pág. 188). Sea la coda un recordatorio: ese es el gesto walsheano fundamental, intervenir lo Real a través de la literatura, sin perder de vista que uno mismo es siempre lo primero que se pierde en esa operación.

1-“Ines Kreplak: ‘Me interesa el autor comprometido con su entorno’”, Ámbito Financiero, 08/08/2017 http://www.ambito.com/892881-ines-kreplak-me-interesa-el-escritor-comprometido-con-su-entorno.

2-“Novela-investigación”, por ejemplo, es el nombre elegido por Hernán Vanoli en la contratapa. María Pía López la señaló como una “Abigarrada conjunción de géneros. Un poco autobiografía del cuerpo y narración de la enfermedad, otro historia de una comunidad en el delta, más una reflexión sobre la amistad y algunas notas de lecturas sobre otros que escribieron el Tigre.” Citada en la web de Eterna Cadencia: “Cinco novelas para el fin de semana” http://ftp.eternacadencia.com.ar/blog/libreria/novedades/item/cinco-novelas-para-el-fin-de-semana.html

3- cfr. Walsh, Rodolfo, Ese hombre y otros papeles personales, Buenos Aires, de la Flor, 2007. Salvando las inevitables distancias, la pregunta que se hacen uno y otra no tiene que ver con el género ni con la calidad de lo que escriben, sino de la institucionalidad. Dicho de otra manera ¿tendrán estas anotaciones albergue legítimo en la institución literaria? ¿O residirán en otras dimensiones, potenciadas y/o limitadas en tanto que crónicas, ensayos, o especulaciones antropológicas?

4- Aunque el texto deja entender que son una misma y única cosa.

5- La palabra comunidad reaparece a veces como talismán roto, como mantra o parodia, en las perspectivas que tiene cada personaje. Cfr. Por ejemplo, Gaspar y Malena (37), la comunidad de casa puente (55 o 78), las ofertas del supermercado COTO (61).

6- “La severidad es uno de los pocos términos que podría unificarnos como familia” (26).

 

Confluencia (2017)

Autora: Inés Kreplak

Editorial: Alto Pogo

Género: novela

 

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