La boca es tan sangrienta
Palabras sin hogar
Y solo este viento
Siekiera, “Jest bezpiecznie”, 1986
Por Matías Bragagnolo
Jan Potocki, Joseph Conrad (y este se destacó escribiendo en inglés), Bruno Schulz, Witold Gombrowicz (casi tan argentino como los Ramones), Stanisław Lem… El mundo editorial no suele acercarnos demasiado seguido a la literatura polaca, por eso se agradece el trabajo de la editorial Dobra Robota a la hora de publicar por primera vez en castellano Mierda, la primera novela del, claro está, polaco Wojciech Kuczok, con la excelente traducción, me urge dar el crédito, de Enrique Mittelstaedt, una traducción que rescata los aspectos coloquiales tanto del polaco como del dialecto sileciano. Una cosa podrá ser traducir el dialecto escocés de Irvine Welsh, pero trasladar el argot que impera en Mierda al castellano del Río de la Plata ya es un detalle que debe remarcarse.
Wojciech Kuczok. La solapa con su CV nos dice que además de escritor, guionista y crítico de cine es espeleólogo. Sí, explora cuevas y cavernas, y es el descubridor de un par de cuevas en diferentes terrenos rocosos de su país.
Kuczok subtituló, definió a su primera novela como una “antibiografía”. Una autobiografía en sentido negativo, una autobiografía contra sí mismo, puede pensarse a priori. Y no hay error en ello. Aunque también puede pensarse el neologismo antibiografía en términos algo más dramáticos: el leitmotiv, el personaje alrededor del cual se desarrolla la vida de un narrador-protagonista tan perturbado por las circunstancias de su árbol genealógico que termina convirtiéndose en un espectador de memoria omnisciente, es “el viejo K.”, el padre de la voz en off cinematográfica de la novela. La voz en off de una novela en la que todo es voz en off, como si se tratara de una película en la que las imágenes solo son la ejemplificación de lo que las palabras del narrador sin rostro ya dicen, y en la que los diálogos no son más que irrupciones de los parlamentos que brotan de personajes de proporción grotesca cuando esa voz calla y la música de fondo baja de volumen.
Todo termina por volver, de una u otra manera, al viejo K., los párrafos que se entrelazan uno al siguiente remiten a los métodos que usa el viejo K. para arruinar sin un plan predeterminado, en forma cotidiana, la vida de su hijo único (y de la de su mujer, pero al fin y al cabo ella es adulta y puede defenderse). Puede ser llamada por el autor esta historia una antibiografía, vuelvo a insistir, porque se vale de los genes que odiosamente lo unen a su padre para narrar también la historia del tirano patriarca de pacotilla y de sus antepasados: una abuela paterna hija de un fogonero de calderas que hacía casar a sus hijas con sus compañeros de trabajo cuando detectaba que sus pechos habían crecido; tíos-abuelos diezmados por la escarlatina, por quemaduras de ollas llenas de agua hirviendo y por la conscripción forzada a las fuerzas armadas de la Alemania nazi; un bisabuelo que, cercado por la muerte, dormía en un ataúd tallado por él mismo; un tío que solventaba su alcoholismo donando sangre… El viejo K. dirá en una de sus convicciones que su hijo dejó de tener su sangre el día en que le transfundieron al pequeño enfermo de neumonía la sangre de un delincuente, pero más quisiera ese niño no tener la sangre de su padre corriendo por sus venas, absorbiendo con odio la masculinidad de su único descendiente. Es imposible no pensar en el abandono, la melancolía y la desesperanza del Kafka más dickensiano; en Mi planta de naranja lima; en la excelente y sureña primera novela de Nick Cave (Y el asno vio al ángel); o en la sordidez de El juguete rabioso.
“… nunca le diré a nadie ˂en mis tiempos˃”, dice el desdichado narrador promediando la novela, “porque ningún tiempo fue mío, incluso cuando lo tuve”. Antibiografía, damas y caballeros. Pasen y vean.
Mierda (2018)
Autor: Wojciech Kuczok
Editorial: Dobra Robota
Género: antibiografía