Por Cristian Maier
Prolegómenos
Alejandra Laurencich tiene un talento particular para la escritura. Esto, pienso, trasciende a la práctica o a la docencia del oficio. Las olas del mundo (2015, Alfaguara), es de la clase de libros que parecen leerse solos y en voz alta, y al que el lector asiste como a una fiesta del lenguaje. A una fiesta, en este caso, por momentos trágica, que tiene a la dictadura como elemento perturbador, agobiante y paulatino.
El libro
La historia se compone de dos partes que engloban la vida de Andrea Debari. La primera, de los 13 a los 16 años, trata sobre su adolescencia durante la dictadura militar (Andrea cumple años el día del golpe). Y la segunda, a partir de los 41, pocos meses después de la recuperación de la ESMA como museo del horror, cuenta la entrada en la madurez, con todas las secuelas de lo vivido, de las ausencias y de las culpas.
A grandes rasgos podríamos comparar esto con dos tipos de instituciones de encierro. En el primer caso, la de los otros, la del alejamiento de la niñez en un mundo regido por los otros. En el segundo, la de uno mismo, donde las bases del pasado obran como una traza de determinismo que limita las posibilidades de otras vidas posibles, pero ya no por una fuerza externa sino por la incapacidad propia de romper con lo anterior. Lo que ocurre en el medio, entre una parte y la otra, está recubierto de una opalescencia discreta y sólo se nos revelarán algunos fragmentos.
Primera parte: la construcción
Vista con superficialidad, esta parte puede verse como el retrato en primera persona de la vida de una adolescente retraída que inventa historias o, con mayor precisión, una única gran historia de un personaje llamado Él, construido con los elementos que admira de lo que la rodea y de la cual Mari –la única amiga de Andrea–, será espectadora privilegiada. Si se quita la superficialidad, esta construcción responde a un motivo complejo: la ficcionalización, al tiempo que reconstruye la realidad, la refuncionaliza, al principio para escapar al tedio, luego como tabla de salvación cuando llega el terror y la disolución de lo conocido.
Lo terrible está enmarcado con escenas hermosas. La escuela de monjas, el ambiente de una familia de clase media venida a menos, las discusiones de los adultos y su doble estándar respecto al golpe, los exilios forzados y los voluntarios, las vacaciones en la costa, y, sobre todo, la aparición fugaz y poderosa de Malena, una amiga que aportará la idealización de la rebeldía y la llegada de la política a Andrea, aunque de una manera naif y aniñada. Malena marcará con su presencia y con su ausencia la vida de la protagonista, tanto más cuando ocurre un pequeño pero trascendental incidente que se expandirá a lo largo del tiempo.
Este incidente en la construcción de la memoria futura plantea algunas preguntas interesantes cuyas respuestas se bosquejan en la novela: ¿cómo reconocemos lo pequeño? ¿Cómo pueden identificarse a priori las cosas que modificarán la línea argumental más probable de una vida? ¿Podemos señalar esto como un rizoma –perdón, Deleuze, por tan poco–, como un elemento sin centro que se ramifica para todos lados? ¿Qué sucede si ese elemento que se transforma en un monstruo luego se desinfla, se ha gastado la vida en vano detrás de un fantasma?
Segunda parte: la deconstrucción
Laurencich logra, con dos imágenes, definir el presente del personaje y la profundidad del conflicto. Abre con una escena patética de Andrea en un supermercado. La juventud ya no existe. El círculo de su retraimiento se cerró. Ahora es una señora madura, con algunos problemas con la bebida y con una carrera exitosa que le permite restringir el contacto humano a un mínimo utilitario.
El conflicto comienza con una baldosa que significa el mundo y la historia –otra vez, la conjugación de lo pequeño que se expande y se ramifica–:
“Cuando entra al negocio de la fábrica, con todos esos azulejos y baldosas de otra época puestos en exhibición, siente que se desmorona. (…) Está a punto de lograr lo que quería: volver a poner el sitio donde ha vivido toda su vida como era en otros tiempos, sin ninguna rotura (…) La casa de los Debari, ya imagina el aviso clasificado: Regio edificio en esquina con todas las ventanas y cuatro balcones a la calle, dos pisos espacioso y local en planta baja. Construido por los abuelos y vendido por su nieta”.
Ese quiebre resignado da lugar, a nuestro juicio, a una hermosa articulación general de la memoria en un solo instante que nos hace pensar en Proust y en la magdalena de Proust y en la brutalidad del recuerdo que se transforma a la vez en presente y pasado. Acto seguido, la aparición de la ESMA, un grito de “zurda” y el retorno de la duda sobre los amigos desaparecidos y posiblemente muertos, reinstala la culpa y, también, la pregunta sobre la culpa, ¿existe la delación no intencional? ¿Depende del azar o de la voluntad el signo de una acción? ¿Cómo se sobrelleva la imposibilidad del conocimiento sobre la vida o la muerte de alguien añorado? ¿A dónde se ha ido todo nuestro tiempo?
Esta es la piedra angular que estructura el relato sobre Andrea adulta: el recuerdo y su deconstrucción que confronta con un presente disfuncional. Y este desmenuzar las cosas hasta sus elementos fundamentales, aunque suene paradógico, es también una reconstrucción que relee y completa el primer segmento del libro a medida que avanza sobre él.
La historia de Él, ese personaje a medio camino entre víctima, héroe y golem, que antes era al mismo tiempo un juego y una forma de exorcizar los acontecimientos, ahora es parte de una arqueología fantástica del pasado. De ese pasado filtrado en doble tamiz que se unifica de manera imperfecta con el presente y con la multiplicidad posible de presentes, y muestra de algún modo la novela que hay detrás de la novela, las reflexiones profundas necesarias, el sensible armazón teórico que se esconde detrás de las palabras y al que nuestra reseña, que ya no es una reseña, no le hace justicia.
Por último, no está demás decir que dentro del aluvión desparejo de libros que tratan sobre la década del setenta aparecidos en estos últimos años, éste es uno de los puntos altos. Por su originalidad, por las preguntas que plantea y por la extraordinaria sensibilidad que lleva impresa, Las olas del mundo, suponemos, trasciende de alguna forma el marco epocal en el que está suscripto y apunta a algo más grande, más general, más incontestable: la juntura siempre dinámica del pasado con el presente y de la vida que pasa, mientras tanto.
Título: Las olas del mundo (2015)
Autor: Alejandra Laurencich.
Editorial: Alfaguara
Género: Novela