Por Joaquín Correa
“Lizeth León nació el 9 de abril de 1989 en Bogotá, justo cuarenta años después del Bogotazo”, leemos en la primera frase de la oreja de Fachadas bogotanas, de Lizeth León Borja, editado bellamente por Milserifas hacia fines de 2015 en Colombia. En ese pretexto inicial se grafa una especie de destino que, sumado a los trajines y peripecias de una biografía, encontraremos cifrado en el devenir de los paseos de Lizeth por los cuatro rincones de su ciudad natal.
En el prólogo, un wittgensteniano editor advierte que, pese a que Bogotá está ahí, no la vemos. Ese multiverso en constante expansión se muestra, pero ninguno de entre sus moradores y habitantes le presta su debida atención. El registro de Lizeth, nos avisa, tuvo su objetivo dispuesto en esa dirección: se decidió a ilustrar, cada día, durante cuatro meses, la fachada de una casa bogotana. El recorrido, entre personal, antropológico y mitológico, descubrió ser un viaje al mismo tiempo exterior e interior. Complementado luego con un riguroso trabajo de archivo, la cartografía que construyó no tiene que ver tanto con el diagrama tópico de Bogotá sino con la persecución de un hilo narrativo de la propia vida. Lizeth León Borja encontró en los recorridos por la ciudad la escritura de su vida, descubrió en sus trayectos su biografía. En ese dar la voz a los otros, los habitantes que fue encontrando en su deambular y que dan forma al relato coral que sustenta el texto, radica el gesto bondadoso de hacer a los otros coparticipes del redescubrimiento del propio trazo. Y, al mismo tiempo que da a ver retazos de su vida, coloca bajo una nueva luz, con una paleta de colores que le es propia, pequeños fragmentos de una Bogotá que, hurtándose a las guías de viajeros para gringos, se muestra, por fin, el lugar que tantos habitan y modifican día a día.
El libro en sí está dividido en siete partes: La isla, El vecindario, El Dorado, La hacienda, El río, El campo y La periferia, que no coinciden con los agrupamientos de barrios ya solidificados (el norte, el sur, el oriente, el occidente) sino con zonas que se fueron configurando desde la infancia hasta los días recientes de la propia autora. La Bogotá de Lizeth agrupa la Bogotá que construyeron sus padres, una madre venida del Tolima y un padre cachaco afincado en la ciudad, la de los padres de sus padres y hasta la vida del suicidado militar español que se quitó la vida en la casa que él mismo se construyó y que luego los cobijaría. No tiene, tal vez por ello, tapujos en llamar al centro de la ciudad de hogar, “pues hogar es eso que se camina en medias”. Ni, mucho menos, afirmar que su “geografía personal es la de una isla en una ciudad sin mar”. La salida del centro, del centro en tanto lugar geográfico donde se situó su vida pero también del centro en un sentido metafórico, es decir, el corrimiento del eje central del relato de la propia subjetividad en favor de los otros que fueron apareciendo sorpresivamente en las ilustraciones primero y luego en los relatos, es por ello el comienzo de la posibilidad de otro modo de ver que deja al descubierto la construcción de archipiélago de Bogotá, una ciudad hecha por islas según periodos, clases sociales y estilos arquitectónicos que conviven con los conflictos de todo cotidiano roce y en la especificidad de la autogestión, que hizo de cada casa un reino situado en un “territorio desarticulado, vasto, inacabado”, como dirá de El Dorado.
Las ilustraciones poseen un trazo fino, coloreadas por acuarelas. Se presentan acompañadas por un breve texto que no están allí para describirlas o dilucidar el referente, tal como lo haría el Google Maps, sino para agregar una nota de color, una historia ajena, un recuerdo propio, una anécdota de archivo. Esos dibujos amables, que hacen habitables todos los espacios, son vistos a veces con nostalgia y melancolía, como sucede en ocasión de visitar Samper Mendoza, “en las lápidas llenas de promesas para las ánimas que atormentamos en vida” del Cementerio Central y en el aprendizaje temprano impartido por abuela y madre de la convivencia con la muerte que, sin embargo, se mostró insuficiente al momento del estallido en ese mismo barrio que se llevó la vida de su hermano. El proceso cuidadoso que emprendió con este libro, dirá al prologar sus paseos por el norte de la ciudad, la llevó a reconciliarse con Bogotá y entenderla mejor. Ese salirse del centro, como salían antes los héroes del hogar materno en pos del camino de la aventura, llevó a la autora en una vía del conocimiento que, al compartirlo primero con sus entrevistados y luego con nosotros, lectores del libro, no fue solitaria sino acompañada. En Fachadas bogotanas, ahora, encontramos a una de esas habitantes bogotanas, Lizeth León Borja que, habiendo prestado atención a su ciudad, nos la comparte y, gracias a ello, nos deja llamarnos, antes o después de haberla visitado, sus habitantes. Es en el país de la imaginación que todos vivimos y donde antes había una vieja canción a partir de ahora habrá numerosas ilustraciones con un sinfín de historias que se abren paso entre las calles y carreras de la “disparatada y maravillosa” capital colombiana.
Fachadas bogotanas (2015)
Autora: Lizeth León Borja
Editorial: Milserifas
Género: crónicas
Complemento circunstancial musical: