Por Macarena Moraña
Esa imagen del escritor que utiliza su sangre a modo de tinta y escribe mientras se desangra, se me hizo recurrente durante la lectura de Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, y pese a los intentos de resistirme a ella, la estoy mencionando. Porque Mi libro enterrado está escrito con sangre, desde la sangre, ese líquido que habita al hombre y que le permite, nada menos, eso de andar por ahí existiendo, con más o con menos suerte. Ese líquido que es también la herencia, la vertiente roja formada por dos mezclas anteriores, sus antecesoras. La honestidad es el rasgo más preponderante del relato, y esa honestidad es sanguínea, genuinamente heredada.
Tenía el libro apresado en la pila de “pendientes” pero nunca muy escondido. Lo quería leer, lo merodeaba, pero le tenía miedo. Un domingo, contra todo pronóstico, me le animé, y mientras se hacía de noche, un hijo me contó la muerte de su padre. Un lento proceso de años, la decisión de no batallar contra el alcoholismo hasta el día en que ese último trago –de medicación, sí, pero trago al final de cuentas- “(…) le cortó al fin la respiración, que era ya un hilo tenue y frágil”.
Cuánto poder tiene la belleza que habita el desgarro.
La lectura de Mi libro enterrado me colocó frente a un texto que se sabe por completo inevitable para su autor, y esa necesidad se transmite al lector al que le es imposible dosificar su lectura.
Escribir al padre que escribía, escribir al padre que murió, ser el hijo vivo, el testimonio que se dá a otros, que se suelta.
El autor, tras contar que durante un tiempo se aficionó a lecturas de relatos sobre la muerte del padre, dice: “Casi todos esos libros, buenos o malos, ficcionados o de corte más secamente testimonial, se mueven en un contrapunto que no pueden eludir: idealizar al padre y, al mismo tiempo, saldar cuentas y tomar distancia. No hace falta una agudeza sustantiva para saber que esos libros se escriben, justamente, para atravesar esa contradicción, y que con el punto final subyace la promesa de una especie de redención”.
¿Qué vínculo entre padre e hijo no está hecho de idealización y contradicciones? ¿Qué hijo no necesitó alguna vez hacer cuentas desde la distancia, o distanciarse para entender mejor esas cifras sin valor, esos signos que se fueron dibujando a lo largo de la vida? Leer Mi libro enterrado de Mauro Libertella es leer la búsqueda de redención de un hijo, el testimonio de un vínculo paciente e imperfecto. Pero es también es la lectura de un acto de amor, de una despedida sensible que, atenta al mandato del padre, jamás incurre en la cursilería. Íntima y sanguínea, y muy bella, me dejó conmovida y satisfecha por haberla, por fin, desenterrado.
Mi libro enterrado (2013)
Autor: Mauro Libertella
Editorial: Mansalva
Género: relato o novela o memoria