¿No hay parte en el amor
que guarde algún recuerdo?
Susana Villalba
Por Flor Codagnone
Escribo, pienso en esto, mientras un dolor de ovarios me dobla. En esto pienso: que cada mes, un dolor, una mujer, una despedida…. Y recuerdo esto: que cuando el año pasado reseñé Spleen comencé diciendo que a María le sentaban bien los duelos. Así de arriesgado. Así de bestial. ¿A quién pueden sentarle bien los duelos? ¿Quién puede lucirlos aun con una voz poética de por medio? Hoy, con la distancia del tiempo, de la relectura y con el pensamiento puesto en La pequeña muerte, su primera plaquette, podría aventurar algo un poco menos brutal aunque no menos inquietante y es que a través de sus libros María viene construyendo, proponiéndonos, una poética del duelo.
Un duelo encarnado, encarnizado, violento. Duelen los pies, los ojos, el abrazo, la mirada, el tacto… el sabor del chocolate, el de las canciones, el libro de Pessoa que hacer rodar el sudor tibio y salado de las lágrimas. En el duelo que María nos propone los sentidos están profundamente abiertos, puestos a disposición de uno y del otro, ofrecidos, gratuitos, dados. Se trata de un rito consumado en el cuerpo. Y si en Spleen se fundaba una voz, en La pequeña muerte algo del cuerpo comienza a cimentarse: el cuerpo de una mujer que se construye y se destruye a diario. Un cuerpo, como el río de Heráclito, que no permanece sino en el cambio. Un cuerpo que puede decir. Aunque no sea todavía un cuerpo liberado, un cuerpo-uno, diferenciado. Aunque se trate más bien de algo todavía amorfo, dionisíaco, que duele tanto como goza. «Fui yo con todo el cuerpo», afirma la voz poética: «Con el cuerpo y con las palabras».
Entonces, parece decir que un duelo no es sin lenguaje. No sin aquella cárcel que nos construye. No sin aquella trampa que nos libera. Si es con palabras el dolor, con palabras ese dolor comienza a curarse. Habrá que erigir un tótem, un ídolo –Lacan en el caso de esta plaquette–, que pueda guiar ese duelo con palabras, que habilite a decir y permita, incluso, una narración, una novela familiar. Y, con ella, las inevitables preguntas: ¿Qué constituye una familia? ¿Una pareja de recién casados desde el inicio condenada a su pequeña muerte? ¿O son familia los amigos, los hermanos que elegimos, los que ya no están, aquellos cercanos pasados que se siguen llorando?
Hablo de «tótem» no sólo porque a ese Lacan (a ese nombre y a esa figura desfigurada), el yo poético se aferra con un sentido simbólico y de representación sino también porque hay en ese gesto algo de lo religioso. Y ésta es una novedad en la poética de María. Primero, La pequeña muerte podría leerse como un rezo, como una plegaria. Después, el modo en que el yo poético narra y cree en ese amor muerto conlleva algo del fervor religioso, de esa obscenidad religiosa que aparece toda vez que el otro se erige como figura salvadora, toda vez que aparece la tentación de que otro te invite a creer en él, en su verbo, en su carne, en sus palabras.
Hay, además, un modo distinto de leer La pequeña muerte que está habilitado por la forma en que María decidió estructurar su texto: podría leerse como gemidos, como una sucesión de gritos de placer y de dolor, de goce, como ese decir de un cuerpo enredado en el otro, como eso que dice cuando ya no hay más modo de decir, más modo de acabar.
Sin embargo, no quisiera pensar a esta plaquette como un final sino como un punto de partida. Como algo que, como vengo diciendo, habilita nuevas formas, decires, nuevos gestos. Si la mujer que ilustra la tapa de Spleen está literalmente atravesada por un pez, intervenida por todo eso que se encuentra en el fondo, la mujer de La pequeña muerte tiene medio cuerpo afuera y puede mirar, oír aquello que naufraga, que parte o se aleja. Hay una nueva postura y un nuevo punto de vista. Quizás por eso la forma del verso empieza cobrar mayor fuerza.
Por último, quisiera remarcar que la de María es también una poética de lo femenino y que el modo en que está hecha esta plaquette – toda por manos de mujeres– no hace más que reafirmar algo que bulle por todos lados, algo que todavía es pregunta o continente negro, oscuro, algo que sólo nosotras podemos hacer letra tras letra, como orgasmos, uno tras otro: renacer con cada una de nuestras pequeñas muertes.
La pequeña muerte (2015)
Autor: María Magdalena
Editorial: edición de autor (petitemagdalena@gmail.com)
Género: poesía