Por Cynthia Quirós
En Un lugar para vivir Natalia Ginzburg ensaya la omisión de todas las etapas de vida. El ruido y, peor, el silencio de vivir, el malentendido. El tejido de la vida relacional es tenaz y frágil a la vez y se desteje a cada momento. Se necesita una perseverancia especial para que no se rompa del todo.
Nora Mazziotti en Amores Calabreses reconstruye con un relato oral, una historia de inmigración, enraizamiento y búsqueda, un tejido de vida. La duda de si es ficción o no-ficción sufre un borroneo y en última instancia se plasma en un constructo que está lleno de sonido, costumbres y cotidianeidad. El libro emplazado en este cruce de género, lleva al lector a una inmersión que podría ser la propia, un relato de una tía abuela, o del bisabuelo.
La vida de los personajes de esta familia de inmigrantes se crea desde el fastuoso dasein de ser una familia de prestamistas a la ruina total, el ejercicio de “hacerse de cero”, ensayar estrategias y plantarse en el único bastión que todo lo sostiene: la familia.
Mazziotti, narra la historia de Blanca (o bien podría ser de su marido, Gaetano), una mujer que de un día para el otro pierde su estatus y su marido (que se escapa a la nada. ¿Está vivo? ¿Muerto? ¿O justo en el medio?). Una mujer trabajadora que sostiene a su familia, sin dejar de gozar, pero plagada por una configuración emocional confusa: rencor por ser abandonada, añoranza y ganas de ser al fin libre.
Gaetano Scattolini y su hermano como flamantes inmigrantes se habían posicionado estratégicamente en el negocio del prestamismo, con mucho éxito, hasta que un paso en falso de apostar al Káiser hizo que se quedaran en la calle y llenos de deudas. El hermano, se suicidó, Gaetano, desapareció.
Blanca junto a su hermana quedan a cargo de la otrora familia patriarcal y a medida que Gaetano se va perdiendo en el tiempo, va transformándose en mito. Blanca vive en dos existencias: la de viuda y la de sostén.
Mazziotti tiene una absoluta empatía con cada uno de sus personajes y lo que no surge de un relato oral, íntimo, hogareño, lo sueña, lo fabrica hacia la ficción.
La vida de Blanca junto a la presencia fantasmal de su marido ausente, Gaetano, y todos los que constituyen el rompecabezas familiar, en manos de un Leoncavallo o Mascagni, podría ser transformada en una ópera verista y los personajes de Mazziotti se darían por elogiados si así fuese.
Ella hace algo mejor, los encarna a través de situaciones cotidianas, alguna con aire a folletín, (el niño que iba a ser vendido, un roce de incesto, la monja con un pasado) dejando de lado los figurines estáticos y arquetípicos. La belleza de ser unos expatriados no se plasma en una liminalidad o peor, una alienación, si no, son claro ejemplo de estrategias del pertenecer, mientras siguen salvaguardando costumbres y usos de su ser calabrés.
El dictum del Sloterdijk, que en nuestros tiempos, la domesticidad está unida al aburrimiento, podrá ser una verdad que se ve generalizada, pero recorrer las pequeñas cosas, el ámbito más íntimo de la familia: la casa, sus olores, sabores y lo que se oye al pasar, como hace Guinzburg y como hace Mazziotti, siempre van a ser lo que nos una como humanos.
Amores calabreses (2016)
Autora: Nora Mazziotti
Editorial: Paradiso
Género: novela