Por Lucas Iranzi
El suicinato de Nisman nos tomó por sorpresa mientras las noticias se multiplicaban. La nouvelle “Sabemos quién mató a Nisman” se publicó al poco tiempo con un ritmo narcótico y supeditado a la lógica fantástica del diálogo entre dos amigos literarios. Esa interacción suma datos como toda conspi-paranoia que se precie y dilapida situaciones históricas de público conocimiento entre tanto fuego amigo. Mientas, el neoliberalismo como amenaza al otro lado del caso.
Alguien me dijo de ir a disparar con una beretta para que viera cómo funcionaba. Debí haberlo hecho, por ponerle las manos a algo cierto. En este caso al tipo de arma: una pequeña certeza para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.
A medida que los peritos aparecían en escena podía imaginar el olor de la pólvora. Las pruebas que se realizaban y las sustancias que estaban buscando. Podía también observar cómo todos los medios distorsionaban estas pruebas para que tuvieran el mayor impacto posible. Los expertos afirmaban con elocuencia una y otra vez que una cosa no implicaba la otra, que las pruebas habían cambiado con los años y por el tipo de arma ninguna podía llegar a ser conclusiva. El titular debajo de ellos afirmaba que estábamos al filo de descubrir la verdad (música de suspenso y amenaza inminente).
El caso puso sobre la mesa temas como la SIDE y su funcionalidad. Las operaciones secretas: Inquinas entre diferentes agencias que se entrecruzan para dar un resultado torpe y mortífero. Una guerra citadina, sin barricadas ni muertes masivas, sino presiones específicas. Puntos de contacto. Información viajando sibilante por fibra óptica. Los autores, A. Germignani y G. Moussa, se disfrazan de recolectores oportunistas, dándole un matiz cínico al paisaje.
Cada dato es un Matisse.
Una nota escrita por Santiago O´Donnell me llamó la atención, citaba su libro “ArgenLeaks”, racconto de los cables filtrados a Wikileaks, donde él ya había mencionado que la polarización vigente entre los medios del país distorsionaba cualquier aproximación a la verdad. El problema de los matices.
Los matices suenan tibios, suaves y, a pesar de ser precisos, resultan menos feroces. Menos intensos. Aunque hay algo que suena más cierto, más probable en la tenue nube informática que se entreteje entre tantas versiones violentas de la realidad. Son datos que requieren cierta atención, como hilos de telarañas que se enredan en los recovecos olvidados de los grandes acontecimientos. Son detalles, donde habita el diablo y el diablo, en este caso es el caos.
La configuración del caos suena a definición de surrealismo. Si nos referimos al delirio, hay un desprestigio inherente dando vueltas. El delirio suena a creación descontrolada, despropósito voluntario y se arrima a estupidez premeditada y en su sinrazón descartamos el resultado. A lo sumo le otorgamos una carcajada o alguna que otra simpatía mezquina. Sobre todo enfrentándose a la solemne e impoluta Verdad.
En este libro la narración es un continuo devenir como la adicción. La historia avanza más allá de quién la escribe y todo sucede y se sucede. Lo importante es seguir activo, seguir productivo, huyendo de las fuerzas malignas y represoras del neoliberalismo y de la nada. La realidad vernácula y tropical se tuerce a merced del capricho estético de los autores que conforman un entorno subjetivo propio. Algunos personajes se vuelven entidades, instrumentos.
La moda: Política y funcional.
Escribir tiene mucho que ver con dejarse llevar por la historia, por escuchar las voces, esas misteriosas voces que vienen de la nada y que a menudo suelen ser nada más que uno mismo. Esa simple ilusión nos ayuda a fantasear personajes, los ángulos del propio espíritu, la voz propia que sólo es.
El caso Nisman como cualquier caso que invade las calles y deviene charla de café, se vuelve ficción en la boca de quien lo porta. Es una ficción controversial, especulativa y con suficientes elementos de la realidad como para parecer que está sucediendo en la casa de al lado. En este sentido “Sabemos quién mató a Nisman” alcanza un clímax gráfico que nos retrotrae a los noventa de Coppola y compañía, momento en el que se volvió muy explícito que estábamos siendo guiados por confusas luces en la noche de los medios, todos atormentados por esquivas ficciones armadas en el aire. Especulaciones sombrías de periodistas que conocen el juego, locutores que se dejan llevar y escritores que opinan y transmiten los datos que pueden transmitir.
Cualquier teoría suena a delirio polarizado o a vaga hipótesis anarquista y la idea de justicia, un reclamo aislado y limpio, queda también tamizada por la movida pertinente. La movida de ese enemigo entre las sombras que ya ganó el juego y al que podemos delirar pero sabemos que nos la va a dar.
Sobre la velocidad con que fue escrito este libro me parece interesante recalcar que la gracia reside en el puro presente, como la portada de una revista del corazón, pero de un corazón hecho letras, hecho literatura, algo que graficó un momento y conjugó una ficción en ese devenir. En esta mirada tan presente, se menciona la autopsia pública y se justifica mediante un planteo simple: “Si nadie lo hubiera pintado como un prócer no dudaríamos tanto.” Pero no por despreciar a la persona, sino a la maquinaria que lo utiliza. La persona, el occiso es un escudo de carne que un conjunto de intereses tomaron para inmiscuirse en nuestras vidas disfrazados de culpa y de justicia.
Un chat se escribe de corrido, funciona o no dependiendo de la conexión, la forma en que fue leído. La forma en que llegó cada frase. El tiempo entre cada fragmento determina su sentido, su acidez. Usamos las palabras, como usamos a las personas que, de tanto figurar en los medios, se vuelven personajes. La inmediatez a veces determina muchas cosas. Es la gracia de esta novela tan descartable como un presente plástico y funcional. Una novela para la cartera del caballero y el bolsillo del caballero.
Sabemos quién mató a Nisman (2015)
Autores: Guido Moussa y Alfredo Germiniani
Editorial: Contexto
Género: novelita, Literatura tropical