Saltar al contenido

Reseña #963- El oficio más viejo del mundo

  Puta Poeta - Nina León - Tapa 

Por Diego E. Suárez

En un interesante estudio titulado Estética del deseo (2018) María Angélica Hernández Mardones sostiene que la presencia inaugural del personaje femenino más cercano a lo que hoy se define como “cortesana”, se remonta a más de cuatro mil años, a la Epopeya del Gilgamesh (2300 a. C.), donde la sacerdotisa Shamhat seduce al salvaje Enkidu empleando su sexualidad como fuerza civilizatoria. Esta misma influencia de Ishtar/Inanna –deidad sumeria del amor y de la guerra, lasciva, apasionada y peligrosa, protectora de las prostitutas y a quien las jóvenes veneraban mediante cantos, danzas, poemas y ritos sexuales de fertilidad–, se proyectó en la Grecia arcaica hasta el siglo VI antes de la era cristiana con el culto a Astarté y Afrodita. Las hetairas o “acompañantes” –a diferencia de las mujeres casadas de Atenas, que eran poco más que amas de casa procreadoras de hijos–, se caracterizaban por ser muy cultas y el contacto con ellas era socialmente aceptado. Eran instruidas tanto en filosofía, arte y literatura como en música y danza. Se diferenciaban de las pornai –prostitutas de clase baja–, en que eran libres (éstas, en cambio, eran esclavas, propiedad de un particular que las explotaba como proxeneta). Célebres hetairas fueron, entre otras, Aspasia, la compañera y segunda esposa de Pericles; Friné, la querida de Praxíteles, cuya belleza le inspirara su “Afrodita de Cnido”; o Thais, la acompañante de Alejandro Magno.

    Trabajadora sexual, madre y militante feminista integrante de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), Nina León (Formosa, 1986) es autora del poemario Puta poeta (Buenos Aires: de la autora, 2019) y alza una voz heredera de aquellas sacerdotisas épicas y esas hetairas libres y cultas, añadiendo a su favor un elemento –una conquista– esencial: la publicación de su propia escritura. 

    Muchas prostitutas brillan en el universo de la literatura. Y tanto es así, que podríamos decir con Liliana Viola: “En pocos sitios pueden hallarse tantas putas reunidas como en una biblioteca”. En el siglo XIX encontramos a Margarita Gautier, La dama de las camelias (1848) de Alexandre Dumas (hijo) y a Anné Copeau, Nana (1880), de Émile Zola, precursoras de las latinoamericanas Juana Lucero (1902) de Augusto d’Halmar, Santa (1903) de Federico Gamboa y Nacha Regules (1918) de Manuel Gálvez. Más tarde llegarán otras, cada cual aggiornada al gusto y la norma de la época, en Juntacadáveres (1964) de Juan Carlos Onetti, El lugar sin límites (1966) de José Donoso, La casa verde (1966) o Pantaleón y las visitadoras (1973) de Mario Vargas Llosa, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) de José María Arguedas, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) de Gabriel García Márquez, de cuya pluma septuagenaria surgiría Delgadina, la protagonista de Memoria de mis putas tristes (2004). Pero no todo es ficción. Tenemos autobiografías como Friné criolla (1963) de María Rivera, El dulce veneno del escorpión (2005) de Bruna Surfistinha o El placer es todo nuestro (2014) de Lola Benvenutti e investigaciones periodísticas y académicas como Jineteras (2006) de Amir Valle, Hijos de putas (2010) de Adriana Balaguer y Tras las huellas de Ruth Mary Kelly (2019) de Deborah Daich.

    En esta abigarrada trama de prosas de tema prostibulario, ¿qué espacio queda para la poesía? Existen antecedentes remotos. Según Guojian Chen, compilador de la Antología de poetas prostitutas chinas (Siglo V-Siglo XXI), en la China del siglo VII, la composición poética formaba parte de las pruebas de aptitud para desempeñarse en cargos oficiales, de tal modo que quien deseaba entrar en el estrato de los gobernantes del Estado, tenía que conocer bien la poesía y ser poeta, o por lo menos, versificador. Pero la poesía no era un producto de élite. En las vastas colecciones disponibles figuran poetas de clases medias trabajadoras, humildes e incluso marginadas, como barqueros, artesanos, leñadores, sirvientes y también prostitutas, hermanadas en su mayoría por una historia común: “Nacidas o crecidas en medio del aroma literario -dice Chen- pero maltratadas por el destino y acosadas por la miseria, tienen que resignarse a prostituirse para sobrevivir, y cuando las condiciones lo permiten, se libran de su situación (…). Muchas son también cantantes, calígrafas o pintoras”. 

    Por su parte, la poesía occidental, sobre todo a partir de Las flores del mal (1857) de Charles Baudelaire, ha idealizado a las prostitutas poetizándolas como “musas venales”, encarnaciones del bien y del mal, cuyo aura decadentista se extendería hasta las “minas” y las “milonguitas” del tango. Puntualmente, en la poesía argentina, merece una mención especial Versos de una… (1926), publicado por César Tiempo bajo el seudónimo “Clara Beter”: Testimonio lírico de una inmigrante soviética dedicada a la prostitución y tentativa ejemplar de una “literatura humilde (…) de escritores surgidos del pueblo”, como diría Elías Castelnuovo.

    Este repaso sirve, de alguna manera, para dimensionar la singularidad de Nina León. No delega la voz, no es dicha por nadie: canta por sí misma, dándose a luz desde el primer poema: «Soy el fruto/ que rompió cadenas/ (…) Nací masturbándome/ con la izquierda/ mientras escribía con la derecha/ lo que repetía mi cuerpo mojado:/ escuchate,/ escuchate.» El texto se titula «Ex Natalia Canteros». Asistimos en él a un ritual iniciático: el cambio de nombre para la afirmación de sí: “Mi sed/ creó los mares/ para saciarme/ y allí tiré tus cenizas.// Comencé/ a ser posible” (“Renacer”). 

    Un elemento que aparece recurrentemente en estos poemas es el diálogo, con clientas y clientes, con amistades, con familiares, pero sobre todo consigo misma, haciendo de la comprensión de la otredad una forma de autoconocimiento, sobre temas como el amor, la violencia, el poder, la fantasía o la muerte. Tal vez la mejor síntesis esté en estas líneas del poema “Cielo”: “Aprendí a elegir/ entre mis alas/ y las teorías/ que no han atravesado/ mi corazón// Detrás de todo miedo,/ se vislumbra/ la luz de la libertad.”

Irreverente, sincera, sin temor a la contradicción, la escritura de Nina León hunde sus raíces en el oficio más viejo del mundo: La indagación incesante de un lenguaje que exprese nuestra fragilidad y nuestros aprendizajes.

Puta poeta (2019)

Autor: Nina León

Editorial: de la autora

Géneros: poesía, poesía erótica

 

Complemento circunstancial musical:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *