Por Rubén Risso
No es la primera vez que leo a Pantanelli. Cuando uno ya conoce la forma en la que cierto autor o cierta autora se expresa, tiene una idea vaga de con qué se va a encontrar. Es la cara más cobarde, más cómoda del lector, aquella que elige injerirse en las costas conocidas del discurso del escribiente; es armar la choza bajo un ramaje de significantes que ya conocemos y una prosa que nos ve cálidos y a resguardo del temporal literario contemporáneo.
Sí. Ya he leído a Flavia Pantanelli, por lo que supe, de antemano, que sus palabras me iban a interpelar me gustase o no. No creo que sea un trabajo fácil el de manipular, amasar, roer, aparejar y apilar la avalancha de conceptos que la autora trabaja a lo largo de su antología Carne Rota (Editado por Modesto Rimba en 2015).
Para leer Carne Rota tenemos que animarnos al dolor, al desapego, a desligarnos de la imagen que nos devuelve el espejo… a hallarla ajena e invasiva. La serie de cuentos que Flavia nos regala es desgarradora y, por momentos, cómicamente trágica. Tales son la profundidad y el decoro con los que la autora se desenvuelve que cada relato —por ahí algunos más que otros, dependiendo la subjetividad de cada lector— se encarna y enquista ahí donde más duele. Como perros de caza, los cuerpos que Pantanelli aquí desarma y desarticula y reordena se apelotonan entre las páginas y puedenatacarlo a uno por sorpresa. ¡Ya ni lectura de cobardía puede uno hacer! Este libro late como si tuviese vida propia.
Sin duda, una de las arterias principales de este organismo es “Levi’s”, una historia de erotismo, manipulación y desamor que nos presenta a un protagonista orgulloso, de tiro alto y confección minuciosa. Aquí el cuerpo es ajeno y no cabe dentro de los límites que algunas pasiones pueden ofrecer. Sí, las pasiones también tienen límites, límites que nos destrozan desde adentro si no podemos respetarlos.
Pero, dígame usted, ¿el cuerpo mismo, tiene límites? Recordé —me fue imposible evitarlo— algunos estudios tempranos del psicoanálisis sobre la primera infancia y sobre la construcción del cuerpo y del yo. Imagínese lo que cuesta diferenciar, a nivel subjetivo, el cuerpo del niño con aquel de la madre luego de nueve meses de llevarlo dentro, de gestarlo entre los límites corporales propios. “Cortar por lo sano” juega con estos conceptos —esté consciente de ello o no— y nos da un atisbo del horror que significa el sentir un cuerpo ajeno e invisible pegado al nuestro. Sin dudas (y si la fantasía no deja de ser fantasía), hay horrores de los cuales los hombres nunca nos vamos a enterar.
¿Y qué sobre los cuerpos que ansían fusionarse? En “Dos de oro” los cuerpos colisionan, se atraen y repelen. Con inusitado magnetismo se estimulan y se horrorizan con ello. La piel es soma. El soma goza. El goce se encarna en la carne y la rompe y la ve sumida en agonía y no cesa en su embate. Porque la carne pide. Porque La carne sana. La carne es carne y está hecha para eso: para gozar.
¿Pero cuál es la importancia del cuerpo propio? ¿Cuál es la verdadera dimensionalidad somática que recorre el tomo? Bueno, yo creo que no existe. Los cuerpos de Pantanelli no son apilables, enumerables o discernibles. Los somas de Flavia son, en su totalidad, la summa de las dimensiones de un mismo cuerpo. Un cuerpo sombrío e inabarcable, justamente como el cuerpo siempre ha sido… un misterio que nos encadena a sí mismo y nos hace gozar.
Al menos hasta que nos despeguemos de él.
Título: Carne Rota
Autora: Flavia Pantanelli
Editorial: Modesto Rimba (2015)
Género: Cuento