Por Alan Ojeda
La palabra trance tiene, al menos, dos posibles significados: 1- El momento decisivo, crítico y trascendental por el que puede pasar una persona. 2- El estado en que el alma siente que alcanza una unión mística con Dios, un mecanismo psicológico mediante el cual una persona se entrega a ciertas condiciones (internas o externas) y experimenta un nuevo estado de conciencia. En nuevo libro de la colección Lectores de la editorial Ampersand, Alan Paul nos presenta un recorrido a través de un glosario que se detiene en esos espacios de “Trance”, tanto como momento de tránsito como de éxtasis.
B/B. Trance como aventura o prueba espiritual. En las palabras de Pauls resuena la voz de la obra Barthes, sobre todo la de El placer del texto. “Hay lecturas que pegan por su pertinencia: ponen las cosas en su lugar […]. Pero hay otras que nos sacuden justamente por el efecto inverso, porque desubican lo que estaba demasiado en su lugar, ensimismado, protegido por cualquiera de las identidades probadas –“clásico”, “radical”, “comprometido”, “trágico”, etc.-”. La satisfacción del placer o el vértigo del goce. Para algunos la lectura es un espacio de distensión, de orden, de tranquilidad, mientras que para otros es un salto hacia la aventura, un ingreso a un terreno peligroso e inestable, donde las categorías no hacen pie y comienzan a caer una a una. En ambos casos la lectura nos arrebata de nuestro entorno para demandarnos una atención absoluta. Como Borges y Barthes, Pauls reconoce en la lectura un momento de abismo de incertidumbre, donde se nos obliga a suspender el juicio y entregarnos a una destrucción de categorías, incluso del “Yo”: goce.
Sincronía/Asincronía. La dicotomía entre estos autores argentinos también está acá, pero no tanto como un ejercicio comparativo sino para enunciar modos de encuentro con el lector. Extratemporaneidad (Borges) y oportunidad (Cortázar), la lectura como fenómeno temporal. Hay autores que siempre son oportunos, que parecen esos retratos que te siguen con la mirada. En cambio, las lecturas extratemporáneas, exhiben un desajuste entre el libro y el lector. “No hay forma de llegar a Borges a tiempo, a la hora señalada, con todo lo que hay que tener”, señala Pauls. Llegamos a esas lecturas demasiado temprano o demasiado tarde, sin las herramientas necesarias o con demasiadas. Demasiado tarde o demasiado temprano implica, siempre, una ilegibilidad, por falta o exceso de experiencia.
Yoga. La lectura afecta al cuerpo. Es imposible negar el desafío que implican para el cuerpo algunas lecturas. El arcoíris de la gravedad, Los Soria, El hombre sin atributos, por ejemplo, por su tamaño y extensión ya parecen cargar al lector de agotamiento, como un ejercicio de resistencia. Sin embargo, como un yogui, el lector busca la posición para someter al cuerpo a un olvido. El lector deviene, por concentración, un soldado estoico al que nada lo afecta. Lectura vertical, horizontal, sentada, recostado, en reclinado sobre una mesa poco iluminada, en el colectivo. Pauls nos cuenta cómo la lectura también se escribe en el cuerpo y se impone, cuando el trance es efectivo, a todo tipo de padecimiento. Sacrificio: la vista cansada, las articulaciones y los músculos doloridos, el hormigueo de la falta de circulación y los miembros dormidos. La lectura como un ejercicio devocional que consume, que necesita un tipo de martirio.
Bovary/Quijote. Pauls entra en dicotomía para romperlas. La oposición es sólo uno de los recursos para estructurar una idea. La lectura tensiona esos binomios. ¿Lectura escapista o lectura formativa? ¿Lectura y mundo se excluyen o son complementarios? Madame Bovary y el Quijote suelen ser ejemplos de la fuga del mundo real, pero no. Pauls rescata una tercera vía, la más interesante. La locura de los personajes librescos, sumergidos en la ficción hasta el punto de negar la realidad que los rodea o de tratar de enmendarla para que encaje en la ficción, no nos habla de la evasión, sino de la potencia de la literatura. Como potencia sin dirección, puede operar de formas múltiples y hasta contradictorias: “Se lee para vivir tanto como para evitar vivir; se lee para saber qué es vivir y cómo vivir; se lee para escapar de la vida e imaginar una vida posible”.
Distancia. Trance es una biografía escrita en tercera persona. Pauls escribe su glosario lector como si se leyera a sí mismo: “Enamora a una mujer leyéndole en un tren veinte páginas de la novela de un escritor amigo”. El fuera de sí, el éxtasis, se efectúa en la enunciación. Similar a las experiencias extracorpóreas de los que se encuentran en el límite con la muerte, y se ven a si mismos en la cama del hospital, Pauls se narra a si mismo. La biografía se transforma así en una lectura de la lectura, en un archivo que se reorganiza para volver a decir “Yo”.
Furor/entusiasmo. Palabras en las que resuena también el espíritu religioso, definen la lectura como un monacato. Le lectura, como un Dios celoso, que no acepta otros ídolos y rituales que no sean el suyo. Nos captura y nos obliga a sellar un pacto y nos impone un tiempo y un límite, que es su forma.
Trance (2018)
Autor: Alan Pauls
Editorial: Ampersand
Género: ensayo
Complemento circunstancial musical: