Por Pablo Martínez Burkett
Leí Don Quijote de Manhattan (Testamento yankee), una novela de Marina Perezagua (Los Libros del Lince, Barcelona, 2016).
Empecemos por el argumento: por obra de “las divinas leyes de la aleatoriedad” resulta que quienes alguna vez fueron Don Quijote y Sancho Panza aparecen en la Manhattan de nuestros días, amnésicos y distópicos, dotados de un traductor universal invisible que les permite entender y hacerse entender, no ya en la lengua de Castilla sino en inglés. Una predicadora callejera le regala una Biblia y durante siete días, el trasplantado Caballero de la Triste Figura se entregará a la lectura del libro de los libros para emerger, sorbido el seso, listo para desfacer entuertos en la Roma de estos nuevos tiempos imperiales. Y por obra de otro portento, una ubicua tarjeta de crédito, se consiguen trajes idóneos para la andante caballería: así quien “sabe muy bien lo que dice y no tiene ni idea de lo que hace” saldrá a la ventura como C-3PO y el “de poca sal en la mollera” como un ewok. Sí, sí, leyó bien. Estoy hablando del Universo Star Wars. Don Quijote anda como el parlanchín androide protocolar y Sancho, como uno de esos seres pequeños y peludos que habitan la luna boscosa de Endor. A partir de allí, la autora se tomará todas las licencias narrativas necesarias para desarrollar una novela que, a pesar de todo, conserva en cierto sentido del original al incorporar episodios como la historia del cautivo, el vértigo ígneo de la biblioteca, los desvaríos oníricos de don Quijote, la prometida ínsula, el bálsamo de Fierabrás, Clavileño y otros tantos, episodios hilados con dosis de apaleamientos varios que, al fin de cuentas, se trata de Don Quijote. Y, como no es el Amadís de Gaula lo que impulsará sus desventuras sino la Biblia, nuestro moderno cruzado de Gotham City también hace un recorrido desde el Génesis hasta el Apocalipsis, con abundancia de milagros, de modo que la novela va adquiriendo un matiz, llamémoslo, surrealista.
Así las cosas, sigamos por el lado de una mirada de contexto: Macedonio propuso que los latinoamericanos y los españoles nos llamáramos, dada la unidad del lenguaje y la posesión común del Quijote, la familia de Cervantes. Es probable que estuviera en lo cierto porque a lo largo de todas las Américas son innumerables los ejemplos de la recepción cervantina en la literatura, teatro, lírica, usos políticos, adaptaciones infantiles, anuncios publicitarios, poemas burlescos y aún, textos en argot local. Don Quijote de Manhattan es otro ejercicio que se enrola en esa vocación familiar de tornar maleable el buen acero manchego para adaptarlo a un escenario local.
Terminemos arriesgando una teoría: por razones laborales hace 20 años que voy de forma más que frecuente a Manhattan. Creo que después de tantos años algo puedo entrever de esa Babel acelerada (con mucho de mujer misteriosa y algo de tahúr) ciertamente maravillosa, llena de sorpresas, donde abundan los locos más locos del universo y el asombro es cosa de todos los días. También sé que para sostener la postal se necesita una marabunta humana que llega a tener hasta tres trabajos y que apenas sobrevive en los arrabales de la ciudad que no duerme. Los turistas distraídos con la foto juegan a ignorar el yermo exhausto que la sostiene. Y si no se es norteamericano, quiero decir, si se es hispano, vivir en alguno de los cinco boroughs de New York tiene mucho de quijotesca insensatez. Precisamente, la contratapa dice que la autora vive en La Gran Manzana. Y en este entendimiento, no nos parece desatinado imaginar que quiso contar una historia de Nueva York, teatro de portentos, donde trashuman locos por una ínsula bulliciosa que, sin embargo, es un yermo de soledades y quijotadas numerosas. Y Woody Allen nos legó su mirada con “Manhattan”; Breat Easton Ellis, la suya con “Psicópata americano”; en Perezagua, la deriva hacia el Ingenioso Hidalgo se presenta natural. O familiar, conforme la aproximación que venimos proponiendo.
Ya en 1925, Américo Castro postulaba que Don Quijote es el mayor depositario del tema de la realidad oscilante, entendiendo por tal la discrepancia entre las fantasías ilusorias y la experiencia cotidiana. No hace falta ser muy lúcido para comprender que en esa oscilación deben vivir sumergidos la mayoría de los hispanos devenidos en yankees sin testar. Creo que esa es la vera historia que la autora quiso contar, bajo capas de erudición, mucho humor y un estilo ingenioso (que logra balancear el castellano del Siglo de Oro y el spanglish de nuestros días): en esta ínsula están todos los familiares de Cervantes que, de forma cotidiana, enfrentan los gigantes de acero y cristal sin otra defensa que un baciyelmo hecho de nebulosas esperanzas y rabioso tesón. El mundo por descifrar de los simbolistas tiene aquí una agria alegoría dulcificada con una torsión barroca.
Don Quijote de Manhattan (2016)
Autora: Marina Perezagua
Editorial: Los Libros del Lince
Género: Novela