Por Valentina Vidal
Esteban formó parte del éxodo que provocó la crisis 2001 en nuestro país y se instaló en los Estados Unidos donde tiene una buena vida, un buen trabajo y está en pareja. Pero en el 2004 tiene que regresar a la Argentina para hacer unos trámites. Pasaron muy pocos años desde el atentado de las Torres Gemelas y el sistema de Migraciones se endureció hasta el absurdo. Esteban se encuentra en el aeropuerto con que tiene una sutil diferencia entre su pasaporte y los registros: está incorporado con el apellido de su padre español, lo que es tomado como un delito grave y pasa dos días incomunicado en el aeropuerto hasta que lo trasladan a una cárcel, mientras afuera es temporada de ciclones en la Florida. Entre el silencio hermético de las autoridades y la confusión de Esteban, le permiten quedarse con dos objetos de los que llevaba en su equipaje: una biografía de Gramsci y un cuaderno de notas.
Este es el inicio para El único refugio (2019, Ediciones Corregidor, Colección Narrativas al Sur del Río Bravo), de María Laura Pérez Gras, que aborda una lateralidad desconocida, la migración argentina vista desde adentro. Con una prosa que discurre ágil y natural, Gras nos mete en el mundo de los sórdidos recovecos de una serie de errores administrativos que llevan a una persona inocente a la cárcel, mientras deja entrever cómo los contextos políticos en plena reelección de Bush hijo afectan directamente la vida, y, sobre todo la libertad, de Esteban, que ya inmerso en una atmósfera Kafkiana, empieza a desesperar a medida que sus compañeros de celda resuelven sus problemas y vuelven a sus lugares de origen.
Es interesante destacar cómo las líneas narrativas empiezan a cruzarse, porque la biografía de Gramsci, por momentos ficcionalizada, por momentos citada, empieza a generar un paralelismo con lo que le pasa a Esteban. Cabe recordar que Mussolini encarceló a Gramsci para evitar que escribiese y, sin embargo, a pesar de las múltiples imposibilidades que lo condicionaban, fue donde realizó la mayor parte de su obra. Es a partir de la lectura de esa biografía que Esteban encuentra el disparador, el rescate, el estímulo para ponerse a escribir casi febrilmente desde la cárcel. Virginia Woolf decía que «el cielo debía ser como una lectura continua, inacabada» y es ahí donde planta bandera El único refugio, en la puesta en valor de la escritura como procuradora de libertad, ya sea dentro de una cárcel, con un gobierno opresivo, o de un cuerpo acosado por la salud, la escritura como catalizadora de una experiencia personal ficcionalizada o de ficción pura, es poder escalar el Monte Everest, aunque no se haya cruzado nunca la General Paz. No en vano cuando se quiere inutilizar a una población lo primero que se hace es censurar ciertos libros, o ciertas películas. Leer estimula, abre puertas, genera un ejercicio de reflexión que no deja envejecer la sinapsis, los mecanismos que envían las señales entre una neurona y otra, dejándolas con la plasticidad suficiente para pensar mejor, para revisar cada mirada, para poder generar un criterio propio, y El único refugio es una novela que esculpe, palmo a palmo, la clara demostración de cómo la alienación de una estructura hostil, que no escucha ni contempla excepciones, es a la vez, el motor de una escritura que surge bajo cualquier circunstancia abriéndose camino a puro deseo. Susan Sontag decía que “Escribir consiste, a fin de cuentas, en una serie de licencias que uno se da a sí mismo para ser expresivo en ciertas formas. Para inventar. Para saltar. Para volar. Para caer. Para encontrar tu propia manera de narrar y de insistir; o sea, para encontrar tu propia, íntima libertad”.
El único refugio (2019)
Autora: María Laura Pérez Gras
Editorial: Ediciones Corregidor
Género: novela
Complemento circunstancial musical: